Podemos nació como respuesta a la crisis económica, pero ahora corre hacia al abismo triturado por la crisis territorial. El comienzo del fin de Podemos fue justo cuando Pablo Iglesias apostó por una mezcla de revanchismo izquierdista y comprensión de la retórica independentista. Dejó al lado el proyecto nacionalpopulista diseñado por la marca Bescansa-Errejón y comenzó a cavar su tumba abriendo las puertas a un referéndum en Cataluña. ¿Es Podemos otra víctima del procés? Probablemente sí.
Cuando Podemos nació, cinco años ha, quiso proponerse como formación de la “gente” contra el establishment. El enfoque era sobre todo populista, embebido de antipolítica y muy atento a lo que ocurría en los países latinoamericanos, cuyos sistemas políticos (Bolivia y Venezuela, entre otros) habían sido analizados por los ideólogos de la formación. Su mirada también se dirigía a Italia, donde el movimiento del cómico Beppe Grillo crecía como la espuma: Internet y las Redes Sociales eran su punta de lanza, así como los eslóganes “ni de derechas ni de izquierdas”, “democracia real” y “casta”, muy utilizados por Podemos.
En el entorno de Iglesias lo tienen claro. Con Errejón no caben armisticios, y contra él peleará un peso pesado de la formación
Errejón fue uno de los ideólogos de la formación. Pero los suyos no se engañaban: faltaba un líder. Este era Pablo Iglesias. Más carismático que el ex secretario de análisis estratégico. Magnético en sus intervenciones televisivas. A tal punto que decidieron emplear su imagen en lugar del logo de la formación en las papeletas para las elecciones europeas de 2015. Una operación inédita en España, pero perfectamente enmarcada en el estilo personalista de Berlusconi, que arrasó con la política italiana desde finales de los 90, y que muchos líderes de Podemos vieron en primera persona cuando estudiaban en el país transalpino.
Cinco millones de votos
En las elecciones europeas de 2015 Podemos logró cinco millones de votos. Fue el comienzo de un “sueño” para sus líderes, amigos universitarios y casi todos emparejados entre ellos. La vía del “asalto a los cielos” avanzó con la conquista de ciudades como Madrid, Cádiz, Zaragoza y Barcelona. Todo iba bien. La polémica sobre la financiación del partido no frenaba las expectativas de crecimiento. Y el PSOE, en teoría el enemigo número 1 del partido de Iglesias, les cedía muchas alcaldías, convencido de manera errónea de que el poder desgasta.
Hasta que irrumpió Cataluña en el tablero político. El procés rompió la marca de Podemos en Cataluña y el equipo de Iglesias empezó a cometer errores. El primero fue apoyar un referéndum como vía de resolución del “conflicto” catalán. El segundo error fue la imagen de una diputada de la formación, Ángels Castells, quitando la bandera de España del Parlamento catalán en los días del 6 y 7 de septiembre de 2017. Este episodio horrorizó a muchos votantes de la formación en el resto del país. Y el último, la visita de Iglesias a Oriol Junqueras en la cárcel de Lledoners para apelar a Pedro Sánchez a que moviera ficha y buscara un acuerdo con los secesionistas.
Bescansa alertó del giro en la sociedad española. Esta socióloga, que antes había encontrado en la cólera generada por la crisis el primer nicho electoral de Podemos, fue quien vaticinó que ese hartazgo ahora se dirigía contra el nacionalismo y los que pactaban con él. Su lectura se confirmó con las elecciones andaluzas. Aun así, fue apartada, culpable según los pablistas de trabajar contra la dirección. Su exclusión reforzó al tándem Íñigo Errejón-Tania Sánchez, dispuesto a quemarlo todo para refundarlo, con una maniobra que miembros de la formación califican de "mortal".
En las próximas semanas se asistirá a lo que puede ser el último acto de la vida de Podemos. Cinco años de promesas, cálculos, ataques y descalificaciones, que pueden acabar arrasados por el proyecto de Errejón
Enfrentamiento a doble o nada
La formación de Iglesias se encuentra ahora en una encrucijada. Aumenta la velocidad del convoy, pero se acerca un barranco. La consigna de Iglesias se mantiene: “Errejón es un traidor, ha formado un partido y no nos ha dicho nada”, lamentan en la dirección. Errejón ha llegado incluso a desmarcarse de Iglesias en su lectura sobre la crisis venezolana. Y empiezan a caer las primeras dimisiones. El pasado viernes fue la de Ramón Espinar, líder madrileño del partido, que dio un paso atrás decepcionado por ver que, una vez más, no llegaba su turno. Y se esperan más salidas.
Aun así, en el entorno de Iglesias lo tienen claro. Con Errejón no caben armisticios, y contra él peleará un peso pesado de la formación. Cada hora que pasa se hace más probable la opción de Irene Montero, portavoz del Podemos al Congreso, pareja de Iglesias y madre de sus dos hijos. Una figura respetada en la formación, muy conocida a nivel mediático y capaz de sacrificarse en un enfrentamiento a doble o nada.
En las próximas semanas se asistirá a lo que puede ser el último acto de la vida de Podemos. Cinco años de promesas, cálculos, ataques y descalificaciones, que pueden acabar arrasados por un proyecto, el de Errejón, que aboga por una vuelta a las orígenes nacionalpopulistas y una retórica patriótica que en el partido algunos ven hasta cómica. “Íñigo se engaña”, dicen, “cuando eres el candidato que gusta al enemigo, no obtienes votos”. Lo único que se sabe es que la batalla hasta mayo será definitiva. La suerte de Podemos está echada.
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