Hace tiempo que entre Pedro Sánchez y Emiliano García-Page se puede cortar la tensión con un cuchillo. Tras años de escalada por los coqueteos del líder socialista con el independentismo, la guerra es ya una realidad. El detonante, como no podía ser de otra manera, ha sido el pacto fiscal suscrito entre el Ejecutivo y ERC para sacar a Cataluña del régimen común con un sistema de financiación a medida, más parecido al concierto vasco que otra cosa.
El presidente del Gobierno ha dado orden de derribar a su adversario castellanomanchego, al que propinó un sonoro tortazo hace menos de un mes, durante el balance de fin de curso en Moncloa: "La noticia sería que diera una rueda de prensa apoyando al Gobierno", dijo en respuesta a las duras críticas del líder de los socialistas castellanomanchegos al acuerdo y a las hostilidades que anunció en nombre de su gabinete. Castilla-La Mancha se convirtió en una federación rebelde a ojos de Pedro Sánchez que hay que neutralizar.
Un día antes, la avanzadilla monclovita fue la portavoz del Ejecutivo, Pilar Alegría: "Son opiniones que ya las hemos leído en otros momentos y que además siempre vienen de estas dos mismas personas. No son compartidas", respondió cuando se le preguntó en la sala de prensa por las críticas de Page y su colega aragonés, Javier Lambán, al pacto de marras. Pero la intensidad de los ataques prosigue.
Y esta semana ha sido la ministra de Vivienda, Isabel Rodríguez, ciudarrealeña, quien mordió a Page, al que situó disfrutando de un "merecido descanso", mientras ella atendía a la prensa. Además de reconocer que no había podido hablar aún con el líder de su federación sobre el acuerdo entre Moncloa y Cataluña. Fuentes del socialismo castellanomanchego restan importancia a las embestidas de Sánchez y sus ministras. Pero advierten de que el presidente haría bien en explicar con todo lujo de detalles el contenido del pacto suscrito si no quiere que el partido se revuelva más de lo que ya está.
Sánchez intenta provocar un cisma en el partido en Castilla-La Mancha. E intentará interceder para que Isabel Rodríguez termine haciéndose con la secretaría general en algún momento. Pero el dominio de Page es, de momento, suficiente. El presidente castellanomanchego se salvó por un puñado de votos en las municipales y autonómicas.
Los socialistas están preocupados por las consecuencias en las urnas del pacto fiscal en Cataluña. Temen que mengüe aún más el débil poder territorial que conservan. En verdad, cada vez más miembros del PSOE se miran y no se reconocen. Un monumental enfado atraviesa el partido por seguir dependiendo para continuar en el poder ejecutivo de Carles Puigdemont tras su último espectáculo en Barcelona. La segunda huida del expresidente catalán ha indignado a buena parte de los socialistas.
Poco a poco se extiende el convencimiento de que esta legislatura será una auténtica tortura para el PSOE. No porque Puigdemont vaya a derribar a Pedro Sánchez con una moción de censura. Es más, la cúpula del partido piensa que no tiene sentido ese extremo antes de que la amnistía esté atada y bien atada. Pero sí porque Junts impedirá toda ley, todo proyecto. "Junts lo volará todo", explica una destacada socialista con cargo institucional.
La llave del caos la tiene el expresidente catalán, como demostró en Barcelona. Ante ese escenario, en el PSOE se empieza a vislumbrar la posibilidad real de que la salida de la legislatura del callejón sea una nueva convocatoria de elecciones. Moncloa, no obstante, confía en poder evitar la llamada las urnas. Y Sánchez está dispuesto a prorrogar una vez más los Presupuestos una vez más, dado el endiablado escenario por el que tendrá que pasar este otoño, en pleno proceso interno de renovación de sus dos socios independentistas catalanes.
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