No quedan metáforas para definir la situación del PSOE. Ni la de las dos orillas del mismo río, ni la historia de Caín y Abel, ni nada. El PSOE no necesita literatura para definir su situación hoy. Está roto. Y este fin de semana se sabrá cuál de los tres trozos en los que se ha dividido el partido es más grande. Lo único claro es que el candidato que pretende ejercer de pegamento, Patxi López, va a ser el que atrape la menor atención. La disputa, visceral, se ha quedado entre Pedro Sánchez y Susana Díaz.
Hay dos grandes causas que han llevado al PSOE al límite: la lucha de egos y la crisis de la socialdemocracia. De la segunda, hay análisis y ejemplos de sobra en Europa y el resto del mundo para ver que es cierta y para comprobar que se puede sobrevivir a ella (Suecia) o morir en el intento (Grecia, Francia, Reino Unido...). De la primera, solo sus causantes podrían haber frenado una hemorragia que tiene un padre y una madre, aunque renieguen ahora de ello e intenten borrar su ADN del charco que no se quita de Ferraz desde el pasado 1 de octubre.
La lucha de egos -primero entre el viejo aparato encarnado en Rubalcaba y la nueva savia que protagonizaban Madina o la malograda Chacón; ahora entre Díaz y Sánchez- ha llevado a un partido estructural como es el PSOE a lanzarse a una batalla de Primarias para todo, para todos y sin medir los costes de ello. A competir con la vieja nueva izquierda en parecer los más transparentes, los más democráticos, los más participativos. Paradójicamente, mientras los socialistas se han apuñalado en esa batalla interminable -nueve meses desde la dimisión forzada de Sánchez-, Podemos ha celebrado un congreso en el que ha pasado a cuchillo a los críticos y no ha tenido miramientos para encumbrar al líder supremo Pablo Iglesias.
Mientras, el PSOE se ha embarrado en listas y avales, en procesos y en batallas internas, pausando su labor de líder de la oposición. Abnegando, al menos en público, del papel de ser útiles desde la bancada izquierda del Congreso y entregando la Moncloa a Mariano Rajoy -rodeado de corrupción- a cambio de nada.
Todo este tiempo, que podía haber sido un debate de propuestas, de renovación, se ha convertido en una pelea de barrio y de tensión. De ruptura y arrinconamiento. Y en esa tesitura, por muchos esfuerzos que haga el candidato ganador, el PSOE va a lanzarse al Congreso de junio roto y enfrentado. Desde una posición donde es difícil vender un discurso unívoco de alternativa real.
Para rizar el rizo, el PSOE se ha enfrentado a sus complejos. Lejos de maquillarlos -como hacen todos los partidos-, la pelea entre Díaz y Sánchez ha sacado a la luz todas las contradicciones del viejo socialismo español: la división territorial del Estado, la relación con el mundo económico, el sentido de Estado por encima del de clase... Lejos de ofrecer un proyecto sólido, ha mostrado un mar de dudas, un crisol de opciones enfrentadas que, además, no están entre los problemas principales de la mayoría de españoles.
La gran encrucijada del PSOE no ha aparecido en el debate. Responder a la pregunta de para qué ha de servir el partido y cómo ofrecer respuestas apenas se trató en el debate y fue precisamente por el candidato que no tiene ninguna opción de alzarse con la Secretaría General. Con este panorama, la militancia socialista vota entre dos opciones que se han caricaturizado entre podemistas o populares y que han perdido la esencia de sus siglas. Apenas se ha discutido sobre el modelo de partido y las repuestas que este debe dar a la sociedad. Quizás se plenteen hacerlo en el Congreso de junio, pero todo apunta a que será solo con algo más de la mitad de la militancia convencida.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación