"Está aterrado. El 155 mete miedo. Se sabe cómo se entra pero no cómo se aplica, ni cómo se sale". Así resumía el estado de ánimo de Mariano Rajoy uno de sus interlocutores antes de la decisión de este sábado. Cese de Puigdemont, de su Gobierno, control del Parlamento, de las fuerzas de seguridad. Y elecciones. Hay una semana por delante. Un tiempo de espera. Tras largas jornadas de tribulaciones, Rajoy dio finalmente el paso.
El viaje de este jueves y viernes a Bruselas, donde recibió el respaldo absoluto de los pesos pesados de la UE le habían serenado levemente los ánimos. "La entrevista con Macron fue magnífica", señalan fuentes diplomáticas españolas. Una buena noticia en un marasmo de turbulencias.
El segundo momento de alivio lo vivió ya en la anochecida del viernes en Oviedo, en la apoteósica defensa de la unidad de España efectuada por el trío Tajani, Tusk y Junker, que puso en pié al auditorio de los Princesa de Asturias. El Rey, en nuevo mensaje de enorme altura política, refrendó las medidas que habría de adoptar el Gobierno en tan sólo unas horas después. "España tiene que hacer frente a un inaceptable intento de secesión en una parte del territorio nacional", dijo el Monarca.
Todo emepzó en la noche del 1-O. Rajoy compareció en Moncloa ante los medios con el rostro demudado. "El Estado de derecho se ha impuesto, el referéndum no se ha celebrado", aseguró con voz pesarosa y algo trémula. Su rostro estaba demudado y severo. En la retina de media España todavía bailaban las imágenes de gente votando, colas ante los colegios, urnas y más urnas y, por supuesto, la acción de la Policía Nacional en cumplimiento de una orden judicial. Fue el domingo más negro de su mandato, señalan las mencionadas fuentes.
En ese momento pareció, finalmente, darse cuenta que 'todo aquello iba en serio', que Puigdemont está mucho más paraoico de lo que se sospechaba, que la información que llegaba a Moncloa no era del todo precisa y que era imprescindible reaccionar antes de que se consumara la tragedia. "No se va a fracturar España", ha repetido con insistencia el presidente del Gobierno en los últimos meses. También se comprometió a que no habría referéndum. No lo hubo, en el estricto sentido jurídico del término. Pero votar, se votó.
Los independentistas le habían ganado una batalla. "No podemos dejar que ganen la guerra", le comentó uno de sus asesores. Esa misma noche, el presidente del Gobierno llegó a la convicción de que había que poner en marcha el 155. No habría otra forma de frenar la sublevación independentista. El pleno de los días 6 y 7 en el Parlamento catalán, cuando se arrasó con la oposición y se aprobaron dos leyes delirante, fue el primer cimbronazo que hizo zarandear los muros de la Moncloa.
El equipo de abogados del Estado que coordina la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, tenía preparado, desde antes del verano, un completo informe sobre las distintas fórmulas de hincarle el diente a un artículo de la Constitución que jamás se había utilizado. Únicamente echó mano de él Felipe González frente al Gobierno canario. Se amagó pero no hizo falta dar.
Habló con Pedro Sánchez con quien tendió un hilo de contacto permanente que funciona a la perfección hasta la fecha. Los socialistas no eran del agrado del 155. "Yo tampoco", le respondió Rajoy. "Pero quizás no haya más remedio". Se formó un equipo para estudiar el caso. Es entonces cuando se reclutó a dos veteranos y expertos en cuestiones catalanas. Pedro Arriola, el 'gurú' eterno del PP, asesor directo de Aznar y del propio Rajoy, se incorporó al equipo. Por parte socialista se reclutó a José Enrique Serrano, jefe de Gabinete con González y Zapatero y actual diputado en Cortes.
Ambos fracasaron hace tres años en el intento de atajar la consulta que puso en marcha Artur Mas. Joan Rigol, un democristiano de la cuadra de Duran Lleida, les engañó como a novatos. El referéndum, informal e ilegal, llamado 'proceso participativo', se llevó a cabo, con urnas de cartón y más de dos millones de votantes. Ahora hay mucho más en juego.
Estado de alarma
El discurso del Rey del día 3, contundente contra los secesionistas, fue el aldabonazo de salida. Había que desplegar, con celeridad y rigor, los escenarios para el 155. "Que sea breve y quirúrgico", decían los socialistas". Se hará de forma "prudente y respetuosa", tranquilizaban sus interlocutores de Moncloa.
Sáenz de Santamaría y Carmel Calvo, al frente de los respectivos equipos, supervisaban la marcha de los trabajos. Se incorporaban también José Luís Ayllón y Meritxell Borrás, por uno y otro lado, para perfilar los últimos retoques. Quedó descartado desde el principio la opción de la Ley de Seguridad Nacional, que alguien calificó de 'estrepitosa'. Tampoco agradaba la fórmula del 'estado de alarma' al que recurrió José Blanco siendo ministro de Fomento para aplacar la huelga de los controladores. "No es el caso, esto es otra cosa", coincidieron ambas partes.
Rajoy estaba al cabo de cada pequeño avance en el 151. Seguía sin gustarle. "Aunque sea leve, pede montarse un estropicio", le comentaban algunos de sus asesores. No había más remedio. El 'president' respondía a los requerimientos del Gobierno central con cartas sicalípticas que no atendían a razones. El intercambio de misivas entre Generalitat y Moncloa evidenciaba las dudas en ambas esquinas.
En el PP crecía la impresión de que los independentistas avanzaba y el Gobierno anda hacía. "Se a remolque de los acontecimientos", se quejaban voces experimentadas del partido. "Pedro está por la labor, pero hay que tirarle del ronzal. Y Rivera no ayuda nada". El presidente de Ciudadanos ha manejado un discurso pétreo contra los golpistas. Nada de negociar, sólo vale que vuelvan a la legalidad y hay que convocar elecciones. En Moncloa son partidarios de mayor sutileza en tiempos tan duros.
La agitación callejera, en marcha
Llegaban interlocutores de la familia nacionalista. Artur Mas movía sus huilos fente a la CUP, su gran 'bestia negra' y el DUI. "Si se proclama la independencia, estará todo perdido, será un auténtico desastre", comentaba en privado. Los 'consellers' Santi Vila y Merixtel Borrás se desmarcaban ostensiblemente el 'Govern' de las filas más radicales. El frente secesionista atraviesa momentos de tensión interna. Rajoy siempre ha confiado en que, al final, los independentistas se rompan, antes o después de proclamar la independencia. Llegará entonces la hora de las urnas. Pero antes, el 155 tiene que echar a andar.
Las 'entidades' de agitación, ANC y Omnium, tienen ya a la gente en la calle. Desde la detención de los dos Jordis, la movilización se ha puesto en marcha. El 155 animará aún más a los congregantes de las manifas. Puigdemont se toma su tiempo. Rajoy hace lo propio. El 'president' no tiene más escapatoria que unas urnas que no desea. Rajoy ya sólo tiene hasta el viernes para que pueda evitarse lo que se antoja inevitable. El presidente, previsible hasta la obsesión, odia sumergirse en territorios desconocidos. El 155 lo es. Por eso "está aterrado pero no alterado", según esta fuente. El paso ya está dado. El vértigo se ha apoderado del espectro político nacional. España vive los momentos más terribles de su reciente historia. Rajoy vivía 'aterrado'. Ya no hay marcha atrás.
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