El domingo 28 de abril, día de las elecciones, a última hora de la noche, Pablo Casado se presentó (mejor: compareció) ante las cámaras de televisión y dijo que la culpa de todo la tenían los demás. No él. Los demás. Alguien se habrá ocupado de desollar vivo al tipo de comunicación que consintió que, en aquellos terribles minutos, Casado estuviese flanqueado por dos de sus fieles, Teodoro García Egea y Adolfo Suárez Illana, vestidos ambos de enterradores y con la cara que suele ponerse en los tanatorios cuando le das un abrazo al padre del chaval que se ha matado con la moto.
Pero Casado, que iba vestido igual, sonreía con asombrosa desenvoltura. ¿De qué se reía? Pues eso no lo sabe nadie. ¿Por qué se reía, al menos? Eso está claro: porque la culpa de todo la tenían los demás. No él. Los demás.
Ahora imagínense ustedes lo que habrían dicho Casado, el PP y sus periódicos de escolta si quien hubiese perdido en un solo día la mitad de sus votos y de sus escaños hubiese sido Sánchez. Lo habrían descuartizado. El griterío pidiendo su dimisión sería, ahora mismo, insoportable. Pero con Casado no sucede eso. Aparte de algunos tertulianos televisivos que, en la noche trágica, cuando quedó claro que el PP perdía 71 escaños y tres millones y medio de votos, daban por hecho que el sonriente líder del PP dimitiría de un momento a otro, nadie le ha pedido que se vaya. ¿Y eso por qué? Pues está claro, ¡si él mismo lo dice! Porque la culpa de la catástrofe la han tenido los demás. No él. Los demás.
Rajoy es el que tiene la culpa de todo. Rajoy. No Casado, que ha perdido 71 escaños y 3,6 millones de votos… por culpa de Rajoy
Casado dice que la culpa del desastre del PP no es de su partido (ni suya, desde luego), sino de la división del voto de la derecha. Bueno. No hace falta tener un máster auténtico por la Universidad Rey Juan Carlos para llegar a semejante conclusión. Eso es indudable y se demuestra contando por los dedos. Con la ley D’Hondt ahí puesta todavía como si fuese la última superviviente de las leyes fundamentales de Franco, es muy probable que una derecha unida hubiese sacado más escaños (seguramente no más votos) que la izquierda.
Pero ¿quién dividió a la derecha? Ahora hay zombies que salen de sus tumbas y desenvainan una vieja broma de Rajoy, cuando animaba a los liberales del PP a irse al Partido Liberal y a los conservadores a largarse al Partido Conservador. Rajoy decía aquello para demostrar que el PP lo englobaba todo, pero qué más da eso: ahora se pretende que, con aquella frase, el líder de la derecha pretendía nada menos que dividir a la derecha, gilipollez elevada al cubo que ahora los zombies pretenden que la gente se trague porque, como quizá hayamos dicho más arriba, Casado no tiene la culpa de lo que ha pasado. La tienen los demás. No él. Los demás. Y además, los zombies siguen convencidos de que la gente se traga cualquier cosa.
Ha llegado, pues, la hora de la venganza y de hacer leña del árbol caído. Y el árbol no es Casado, desde luego. Es Rajoy.
Rajoy, que era un vago y un pusilánime y un cobardica que esperaba a que los problemas se resolviesen solos. Rajoy, que no se atrevió a sacar los tanques para bombardear Cataluña. Rajoy, que no cortó de raíz la corrupción. Ese es el que tiene la culpa de todo. Rajoy. No Casado, que ha perdido 71 escaños y 3,6 millones de votos… por culpa de Rajoy.
La falta de rapidez de Rajoy cuando había que tomar decisiones no es una teoría: es un teorema perfectamente demostrado. La torpeza del Gobierno con la crisis catalana viene de lejos y es responsabilidad de mucha gente, no solo del árbol caído. Pero se me ocurre que ahora mismo hay una terapia estupenda para aquellos que, en la derecha, se tiran de los pelos buscando culpables para lo que ha ocurrido; culpables entre los que no puede estar Casado, ya lo hemos dicho, porque Casado no tiene la culpa de nada, pobrecín. Esa terapia consiste en ver la magistral película El reino, de Rodrigo Sorogoyen, protagonizada por Antonio de la Torre.
Veremos de qué tiene la culpa Casado si, en las elecciones municipales, autonómicas y europeas del día 26, se repite la catástrofe para su partido
Se trata, ya lo sabrán ustedes, de lo que ocurre en un partido político español cuando, por una vendetta interna, alguien hace público un caso de corrupción. Uno más o menos pequeño. Se pone en marcha el perverso mecanismo de las traiciones y las venganzas y, antes de que el protagonista llegue a hacer público el auténtico y gigantesco engranaje de la corrupción (interminables listas de sobres para todo el mundo, algo así como los papeles de Bárcenas), pasa lo que pasa, que no se lo voy a contar yo.
No podemos saber, aunque lo imaginemos, qué habría hecho Rivera con Cataluña, de haber sido presidente del Gobierno. Tampoco tenemos la certeza de lo que habrían hecho los del “partido del cuarto gin-tonic”, como llama a Vox Rubén Amón, aunque esto es todavía más fácil de imaginar, sobre todo si uno es propenso a las pesadillas. Pero sí sabemos con certeza una cosa: en una democracia, por imperfecta que sea, la corrupción generalizada, institucionalizada, habitual, pasa factura.
El partido condenado por el enorme y multitudinario escándalo de la Gürtel no puede seguir siendo una opción de gobierno. Un país no puede ser eternamente dirigido por una cuadrilla de salteadores de caminos en la que, como se dice en El reino, “o pagas, o pagas”. Eso es imposible. Los socialistas, pillados con bastantes manos en el cajón del pan en Andalucía, lo saben bien: robar sale, al final, muy caro. Los electores perdonarán, pasarán por alto, querrán ignorar o incluso se sentirán moralmente cómplices (en algunos casos) de los ladrones durante un número indeterminado de años, pero eso no dura para siempre. A nadie le gusta votar tapándose la nariz. Esa es, en mi opinión, la causa primera de lo que le ha sucedido al PP. Ahí está la culpa. No en aquella frase tonta de Rajoy. No en Cataluña. Ni siquiera en Casado, que ha tratado de ser más de derechas que los que se le escapaban por la derecha, que hay que ser mendrugo, pero que no tiene (ya lo dice él) la culpa de nada.
Veremos de qué tiene la culpa Casado si, en las elecciones municipales, autonómicas y europeas del día 26, se repite la catástrofe para su partido, que es muy probable. Y veremos si en esa noche, antes de salir de nuevo ante las cámaras acompañado por dos empleados de pompas fúnebres, se le ocurre plantearse la última pregunta que se hace en la película El reino: “¿Usted se ha parado a pensar durante un segundo, en algún momento de su vida durante todos estos años, lo que han estado haciendo?”
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