No fue el mejor día de Albert Rivera. La rueda de prensa posterior a su audiencia con el rey Felipe VI se convirtió en un toma y daca con algunos periodistas que terminó por exasperar al líder de Ciudadanos, transparente cuando está enfadado.
Rivera se enfrenta a una enorme presión política, mediática y empresarial desde la madrugada del 27 de mayo. Los resultados de las elecciones no fueron lo que Ciudadanos esperaba. La resistencia de Vox, que pierde pero influye, y el hundimiento de Podemos han alterado el mapa nacional que dibujó el 28-A. Es como si las elecciones generales, tal y como se plantearon, no valieran para nada. El vértigo de la política actual ni siquiera concede un mes de tregua.
El líder del partido naranja prometió a sus votantes que no investiría a Pedro Sánchez, pero hay demasiadas fuerzas alineadas para que lo haga o, al menos, lo facilite. La crítica de algunos de los fundadores de Ciutadans en un acto en el hotel Alma de Barcelona, narrada magistralmente por Iñaki Ellakuría en el diario La Vanguardia, fue la constatación del abismo que les separa del Ciudadanos que ha construido Rivera.
PSOE-Cs, una oportunidad histórica
Su cabreo es compartido por gran parte de la militancia catalana, que no entiende la estrategia de su líder. Le reconocen, eso sí, el crecimiento sostenido. Nadie lo cuestiona, pero creen que hay una oportunidad de armar una mayoría netamente constitucionalista con el PSOE que aísle a todo tipo de nacionalismos y separatismos. Es lo mejor para España, dicen. Nacimos para esto, comentan. Pero Rivera está construyendo un partido que apenas tiene cuatro años de vida y cree esa opción sería un suicidio a medio plazo.
La presión, que existe, es amplificada a todos los niveles. Manuel Valls, ninguneado y vapuleado hace sólo dos semanas, es hoy un hombre de Estado porque quiere investir a Ada Colau, mientras, al mismo tiempo, el PSOE navarro flirtea con el PNV y Bildu. Otros dirigentes de su partido han expresado en público su rechazo a Vox y han sido elevados al olimpo de la vanidad en portadas y columnas de opinión.
Su estrategia choca con una aritmética perversa, en la que cada paso asfixia un poco más al líder naranja
El equipo de Rivera suele distinguir siempre entre la opinión publicada y la pública. Pero la primera construye la segunda, aunque el veredicto sólo lo dicten las urnas.
Rivera es un político de cabeza fría. Ha caminado por el alambre muchas veces durante su carrera política. Y se ha acostumbrado a arriesgar en la toma de decisiones. Sólo él sabe las llamadas que está recibiendo desde todos los ámbitos para que dé su brazo a torcer. En privado, el líder de Ciudadanos replica que su objetivo no es ser bisagra, sino partido de Gobierno. Y que ese empeño exige determinación.
Vox: ni contigo ni sin ti
Pero su estrategia choca con una aritmética perversa, en la que cada paso asfixia un poco más al líder naranja. Los acuerdos que Ciudadanos negocia con el PP necesitan a Vox, un partido que incomoda a una formación de corte liberal. Y aquí Ciudadanos paga el precio de no ser el PP. Pablo Casado ha podido permitirse el lujo de invitarles a un Gobierno nacional de coalición, descalificarles como extrema derecha al día siguiente y volver a sentarse con ellos como si nada para negociar acuerdos autonómicos y municipales. Y todo en un mes.
Ahora Ciudadanos se ve en la tesitura de dar gobiernos y alcaldías al mismo PP que quiere fagocitar. Y ha perdido, al menos de momento, ciertos salvavidas como el de Aragón, donde aspiraba a liderar alguna institución. Es decir, actúa como bisagra. La respuesta es que quieren gobernabilidad. Se trata de escoger compañeros de viaje.
La irrupción de Vox en el tablero político llevó a Ciudadanos a cuestionarse si debía rechazarlos y mirar a su izquierda o aceptarlos en la batalla del centro derecha. Optaron por la segunda en la creencia de que la fuga de votos a Vox mermaría lo suficiente al PP como superarles. Se quedaron muy cerca, a menos de punto. El crecimiento de las generales -donde Ciudadanos pasó de 32 a 57 diputados-, dicen, les ha dado la razón. Pero por mucho que se empeñen en ignorarles en las mesas de negociación, Vox está ahí y ha avisado de sus intenciones tumbando los Presupuestos en Andalucía.
Y luego está Sánchez. La animadversión que se profesan uno y otro líder es recíproca. Hasta tal punto que probablemente la militancia socialista jamás entendería este acuerdo, pese a que tanta gente dice que es lo mejor para España.
Rivera exige al PSOE que deje gobernar a Navarra Suma para evitar a nacionalistas y abertzales. Pero no está dispuesto a hacer lo mismo por Sánchez en el Congreso. Ciudadanos no perdona al PSOE la moción de censura, el trifachito y las descalificaciones. "Sánchez es capaz de cualquier cosa", suele decir Rivera.
Sánchez desgasta a Cs
El presidente del Gobierno prepara una operación de desgaste contra Ciudadanos. El relato lo es todo en la política actual. Hay, por supuesto, muchos dirigentes en el PSOE que recelan de la alianza con Podemos, porque no saben por donde puede salir Pablo Iglesias. Pero hay demasiados puentes rotos con Ciudadanos como para reconstruirlos ahora.
Rivera exige al PSOE que deje gobernar a Navarra Suma para evitar a nacionalistas y abertzales. Pero no está dispuesto a hacer lo mismo por Sánchez en el Congreso
Si a Rivera nadie le tuerce la mano, y van a ser semanas de una presión abrumadora, Sánchez dirá que las derechas de Colón no le deja otro opción. Y se escribirá que Ciudadanos se ha pegado un tiro en el pie. El partido trabaja desde hace semanas en su nuevo grupo parlamentario, que quiere convertir en punta de lanza de su proyecto para el próximo ciclo electoral.
Rivera insiste en que no quiere un Ciudadanos bisagra, sino de Gobierno. En su opinión, el centro sólo puede ejercerse desde el poder con el BOE y políticas reales. Y, dice, no se llega al poder con cinco escaños. Se trata de llegar. La cuestión es cómo, con quién y a qué precio.
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