No es ni el caballo de Atila, no ha asesinado, ni apalizado, ni violentado a nadie. No se desayuna un bol de marxistas con colacao, no habla a gritos y sonríe más de lo necesario. Parece otro. O el mismo, sólo que ahora se le empieza a conocer. Santiago Abascal no responde, tristemente para algunos predicadores de orejeras, al arquetipo que le han diseñado los muñidores de perfiles, los sastrecillos de trajes a medida.
Cierto que gasta un aspecto marmóreo y fiero, que pide a gritos la coraza, el escudo y como unos 299 guerreros a sus espaldas. Y una de esas falditas metálicas de centurión que le agradaban a Terenci. Inopinadamente, gracias a su aparición en los guiñoles de Pablo Motos, Abascal se ha convertido en un fenómeno inesperado, en una sorprendente revelación antes de que arranque incluso la campaña electoral. El líder de Vox no es tan fiero como lo han venido pintando. No es Platero pero, para sorpresa de muchos, razona con brillo, se explica con claridad, tiene un hablar pausado y ni siquiera golpea la mesa con los puños cuando sentencia. "Al fin la gente ha conocido más a Santi que a Abascal", dicen un próximo.
Abascal lleva toda la vida en política aunque apenas se le conoce. Mucho menos conocen a Santi, el joven militante del PP, hijo de un veterano dirigentes del PP vasco, perseguido, amenazado, agredido, y objeto de atentados múltiples por la ETA. Santi creció en los años del plomo. Sabe lo que llevar escolta desde la infancia, mirar debajo del coche, llorar por los compañeros asesinados. Tuvo que 'exiliarse' a Madrid. Guarda una pistola en casa quizás para que algunos diputadillos de la izquierda se lo reprochen en los mítines y para que los periodistas mostrencos le preguntan si tira de gatillo. Santi sonríe y aguanta con templanza.
La jugarreta de Sánchez de repetir las elecciones les ha reavivado. La reignición de la tragedia catalana, también. Vox no se extingue
A sus contrincantes políticos les iba bien la imagen del bronco Abascal, fornido, barbado, huraño y casi feroz. Un mix de José Antonio y Salvini. Un cliché diseñado a la medida de quienes anhelan un líder de la extrema derecha a la medida del tópico. Puños y bronca. Músculo y poco cerebro. Millán Astray y Arriba España; Roberto Alcazar y Pedrín. El esperpéntico estereotipo, cincelado en torno a la Plaza de Colón y el trifachito, decae. Ya no asusta a nadie. Santi y Abascal se complementan. El primero habla de sus hijos con untuosa placidez. El segundo ya no clama contra la 'derechita cobarde'. Ambos han madurado.
Daban a Vox por muerto tras las elecciones autonómicas en las que dejó la mitad de sus votos de las generales. De momento no está siendo así. La jugarreta de Sánchez de rechazar su investidura y repetir las elecciones les ha reavivado. La reignición de la tragedia catalana, también. El manoseo de los restos de Franco, ayuda. La sensata moderación del PP y el desorientado brujuleo de Ciudadanos, aún más. "Por ahora hay hueco, de momento seguimos", dicen con prudencia en el cuartel general de Vox.
La noticia de la desaparición de Vox fue,en efecto, algo prematura. Los profetas de la demoscopia les vaticinan un vertiginoso ascenso. "Abascal será el tercero", insisten. Por delante de Iglesias y hasta de Rivera. Incluso lo dicen en el PP. Vox puede conseguir el tercer escaño en las plazas pequeñas. Su electorado es el más fiel, casi un 85 por ciento de sus votantes volverán a hacerlo. También son los más movilizados. Las veladas de incendios en Barcelona, con un Sánchez neronianamente contemplativo y un Casado gélidamente templado, les anima. Abascal reclama el estado de excepción, la detención del agitador Torra y la disolución de los Mossos. Es de los de Quintiliano: "Nadie está mal por mucho tiempo salvo por su culpa".
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