¿Se está desinflando el independentismo? Cinco años después de que Artur Mas lanzara el órdago contra el Estado que desde entonces marca la política catalana, las filas del secesionismo encaran un nuevo curso decisivo. Según su hoja de ruta, en 2017 se refrendará en las urnas la apuesta por la ruptura con España y se culminará la construcción de un Estado propio. Un plan para el que no tienen cobertura jurídica -varios de sus ejecutores están camino del banquillo-, que dispone de escaso apoyo internacional y del que reniega una mayoría de la sociedad catalana. Este punto, que ya se puso de manifiesto en las últimas elecciones regionales -los partidarios del procés obtuvieron menos votos que los detractores-, experimenta una evolución muy desfavorable a los intereses del independentismo, que pese a todo continúa con sus planes.
El último reflejo de ello lo difundió este jueves el Centro de Estudios de Opinión (CEO) de la Generalitat: solo un 36’1% de los catalanes cree que su comunidad debe convertirse en un país independiente. El otro 57'3% manifiesta preferencias distintas cuando es consultado por el modelo territorial: que Cataluña se reconozca como un Estado dentro de una España federal (29’2%), que se mantenga la actual condición de comunidad autónoma (23’6%) o que se rebaje su categoría a simple “región” (4’5%). También hay un 6’6% de encuestados que no sabe qué responder o prefiere no hacerlo.
Las cifras reflejan una pluralidad de pareceres que contribuye a deslegitimar el unilateralismo y evidencia que el plan que ahora lidera Carles Puigdemont no tiene ni de lejos el apoyo mayoritario de los catalanes. Cuando se eliminan los matices y se pone a los encuestados ante la tesitura de elegir entre independencia sí o independencia no, la polarización emerge y dibuja una ciudadanía partida en dos, con ligera ventaja para el unionismo (45’3-46’8%). En el último mes, los integrantes de este segundo bloque han subido 1’7 puntos.
Ese empate técnico viene dándose barómetro tras barómetro desde 2014, aunque según el director del CEO, Jordi Argelaguet, el NO tiene margen de crecimiento y podría estar infrarrepresentado en esas encuestas. ”La gente que quiere la independencia lo manifiesta sin matices; en cambio, los que no la quieren muestran más oscilaciones”, muchos de ellos “no se atreven a decirlo, y menos en una encuesta telefónica”, manifestó este jueves Argilaguet. En su opinión, gran parte de los que se dicen indecisos o no contestan (7’9% del total) se posicionarían en contra de la secesión a la hora de la verdad. El voto oculto jugaría en contra de Puigdemont en un hipotético referéndum como el que se propone convocar en otoño.
Bajón en 2016
Además, los estudios del CEO demuestran que buena parte de los que votarían por la secesión -y que nunca han superado el 50%- lo harían solo porque la única alternativa que se les ofrece es mantener las cosas tal y como están. Si, por el contrario, se sustituye la lógica de blanco o negro para incluir grises, los defensores de la ruptura con España caen hasta el citado 36’1%.
Cifra que está en su nivel más bajo desde 2012 (34%), cuando el independetismo comenzó a repuntar impulsado por la ofensiva política de Convergència y ERC. Los defensores sin ambages del Estado propio tocaron techo a finales de 2013 (48’5%), se mantuvieron durante un año en cotas similares y luego entraron en una fase de altibajos. En 2016, el CEO ha detectado una caída importante de este bloque: del 41’6% en verano al 38’9% en noviembre y al 36’1% actual.
Los defensores del Estado propio han pasado de ser el 48'5% (2013) al 36’1% (2016)
Los datos son coherentes con los arrojados por el último estudio del CIS, realizado en noviembre y difundido a comienzos de diciembre. En ese barómetro, los votantes de la antigua Convergència que apuestan por la autodeterminación caen hasta el 37% y quedan en minoría frente a los partidarios del federalismo. En el que el CEO ha presentado esta semana, hay un 21’1% de electores de Junts pel Sí que defienden alternativas distintas a la independencia, principalmente la de que Cataluña se convierta en un Estado dentro de una España federal.
Las malas noticias para Puigdemont se acumulan a lo largo de todo el estudio. En el plano identitario, los catalanes que dicen sentirse únicamente eso, catalanes, no llegan a un cuarto del total (24’3%). El 38% se siente tan catalán como español; el 24’6%, más catalán que español; el 3’4%, más español que catalán; y el 4’4%, únicamente español.
Peligra la mayoría parlamentaria
En cuanto a la intención de voto, la coalición Junts pel Sí (CDC+ERC) cotiza a la baja y pasaría de los 62 escaños actuales a 59-61. La CUP, la otra fuerza independentista del Parlament, también caería (de 10 a 6-8) y el secesionismo podría perder la mayoría absoluta que ahora tiene en la Cámara (72 diputados de 135) en las próximas elecciones, al situarse en una horquilla de 65-69 escaños (la absoluta son 68). Además, es muy probable que la antigua Convergència, refundada en el PDECat, tuviera que afrontar esos comicios en solitario, pues ERC ya se ha mostrado contraria a reeditar Junts pel Sí. Así fue en las generales del 20D y el 26J, donde CDC perdió la hegemonía en favor de su socio en el procés.
Los datos del denominado CIS catalán, extraídos de la elaboración de más de mil entrevistas por las cuatro provincias, muestran en definitiva que Puigdemont tiene difícil justificar su desafío independentista aduciendo intentos de satisfacer presuntas demandas sociales. Más complicado aún resulta defender que el referéndum que quiere organizar no tendrá quórum de participación ni requerirá mayorías reforzadas para considerar avalado su plan, como aseguró en una reciente entrevista radiofónica. A la Generalitat le valdría con que se registraran más ‘síes’ que ‘noes’ en esa consulta para sentirse respaldada en su desafío, fuese cual fuese el índice de abstención.
“La unidad es lo que más teme el Estado. Nos quiere divididos, sabe que así somos más débiles y vulnerables”, advirtió Artur Mas en su discurso de fin de año de 2014. Veinticuatro meses después, esa fragmentación contra la que alertaba está muy presente en la sociedad catalana. Dentro de un independentismo al que le cuesta mucho mantenerse cohesionado en torno a su empresa, pero sobre todo y muy principalmente a nivel general.
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