Íñigo de la Serna, 45 años, ingeniero, aficionado al 'running' y las nuevas tecnologías, aterriza en Madrid como uno de los nombramientos más sugestivos del nuevo Gabinete de Rajoy. No viene de perder en las urnas, como Juan Ignacio Zoido, descabalgado de la alcaldía de Sevilla. De la Serna sigue siendo alcalde de Santander, uno de los pocos supervivientes al gran tsunami de las últimas elecciones autonómicas y locales. Ferviente militante del PP, activo socio de la cofradía del marianismo, buen conocedor de la estructura territorial de su formación tras pasar tres años al frente de la Federación de Municipios, goza de un excelente cartel y apenas se le conocen enemigos internos. En su haber ofrece una pugna constante con el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, una de las bestias pardas, más que negras, de los populares.
Dolores Cospedal, recluida en un departamento como el Defensa sin apenas relevancia política, dadas las especiales características de esta cartera de Estado, ha colocado a tres importantes 'patas' del partido en el nuevo equipo de Gobierno. Juan Ignacio Zoido, exalcalde de Sevilla y con el tirón andaluz; Dolors Montserrat, activa y beligerante en el frente catalán, y el propio De la Serna, cántabro nacido en Bilbao. Es la gente del PP de toda la vida, de las raíces profundas diseminadas por toda España, el PP de las provincias, el que no brujulea por Madrid y que apenas contaba en las quinielas a los efectos de la anunciada renovación. Los "cachorros" de Génova, los jóvenes y brillantes Casado, Maroto, Levy, Maíllo, se quedan en su puesto, a la espera del Congreso del PP que se celebrará una vez doblado el cabo del año. Ninguno de ellos ha pasado al Ejecutivo. Todo un síntoma.
Una legislatura sin sobresaltos
Rajoy ha diseñado un partido a su imagen y semejanza, con cambios pero sin renovaciones, con perfiles de tono gris, sin relumbrones ni figuras polémicas. Quiere cuatro años de diálogo fecundo con los grupos parlamentarios de la oposición, en especial Ciudadanos y PSOE, y aspira a no sufrir demasiados sobresaltos. En ese horizonte plácido se sitúa también la sorda lucha por la sucesión. Soraya Sáenz de Santamaría, postulante permanente, pese a que se mantiene en la vicepresidencia única, asume el ministerio 'de Cataluña', controla a tres piezas del núcleo económico (Montoro, Báñez y Nadal) puede haber perdido algunos enteros. Desplazada del área de comunicación, ya sin responsabilidad directa sobre los creadores de opinión, su imagen corre el riesgo de declinar, perder brillo y hasta miembros de su club de adoradores permanentes.
Dicen en el PP, fuentes de larga trayectoria, que uno de los 'daños colaterales' en este cambio de carteras ha sido Alberto Núñez Feijóo, el eterno delfín de Mariano, el otro presidente gallego, barón entre los barones, reciente triunfador en unas elecciones regionales particularmente complicadas y con suficiente experiencia y apoyos para aspirar a todo. Tan sólo un problema. Pese a su inquebrantable lealtad, nunca fue un hombre de Rajoy. Y ahí aparece la figura de De la Serna, ajeno a los navajazos y tironeos políticos de Madrid, respetado en los núcleos provinciales de su formación, con excelentes relaciones con los medios, simpatía para exportar y una formación profesional muy sólida.
Este viernes de intensa actividad institucional, entre juras ante el Rey, primer Consejo de ministros, relevo en las carteras y demás agobios oficiales, el nombre de Íñigo de la Serna emergía en las conversaciones como alguien a tener en consideración a la hora de hablar de 'delfinazgos', de herederos, de sucesores. "Ha desplazado a Feijóo", dicen algunos. "Tiene aún que dar la talla en la política nacional", comentan otros. Sea como fuere, está en la carrera.
Sáenz de Santamaría, despojada del factor clave de la relación con los medios, puede perder enteros. Feijóo tiene cuatro años por delante en su rincón gallego, donde acaba de emprender un nuevo mandato y una nueva vida familiar. De la Serna aparece como un Lancelot du Lac en la mesa redonda del marianismo sin pasados turbios y con horizontes despejados. En la pugna, aún temprana, por el futuro del PP, no hay tantos nombres que puedan cruzarse en su camino. Quizás Pablo Casado, vigilante y a la espera, cumpliendo con eficacia impecable su labor en Génova. El futuro está por escribir pero ya hay algunos signos para tomar en consideración.
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