Enmienda a la totalidad de la gestión de Mariano Rajoy. Soraya, su 'niña', su mano derecha, su candidata, su estrecha colaboradora, su delfín oculta, ha naufragado en el intento de sucederle. El partido ha dicho basta. Se acabó el marianismo. Se acabó esa cierta prepotencia, esa impenitente displicencia, y hasta puede que se acabe Arenas.
Cuando Santamaría rechazó el debate de campaña, Casado la tachó sutilmente de 'soberbia'. Evitó entonces la exvicepresidenta una derrota parcial. Ahora la derrota ha sido total, absoluta y definitiva. "Yo seré siempre del PP, siempre estaré aquí", dijo Santamaría en su mensaje ante los compromisarios. Con el aparato a su favor, Génova echaba una mano, Fernando Maíllo, el coordinador general del partido, el gran capataz de la formación, el leal entre los leales de Mariano Rajoy, se alistó sin disimulos en sus colores. Santamaría dio la inicial sorpresa al imponerse, sin despeinarse, en la primera vuelta. Cospedal le robó apoyos a Casado, la gran revelación, el escalador sin oxígeno, buceador sin bombonas, a pleno pulmón.
Jugó en campaña la baza del voto del afiliado por encima del de los compromisarios. Incluso les quitó legitimidad. Esa variante light de las primarias no terminaba de cuadrarle. Invocó, entonces, a la unidad, su gran recurso, su eterna letanía. "Pretende una fusión por absorción", decían los rivales. "Nunca ha tenido que dar la cara en unas listas", añadía.
La sombra de la renuncia
Estuvo a punto de tirar la toalla a tan sólo un par de días de la jornada decisiva. Un bajonazo de moral la dejó muy tocada. Llegaba el goteo de adhesiones desde toda España. Concejales, alcaldes, diputados autonómicos. Y, en especial, la incorporación de dirigentes gallegos. Nada decía Núñez Feijóo, experto en camuflarse con el decorado, pero gente se iba sumando a las filas de Casado. De uno en uno, en tuiter y otras redes sociales, los gallegos, el tercer grupo territorial en aportación de delegados, iban dando el paso al frente. Había ganado Cospedal en Galicia en la primera vuelta. Todos quedaron a la espera del guiño del líder. Feijóo nada decía pero sus fieles se pasaban, lenta e indefectiblemente, al grupo de Casado.
Fue una pájara, que preocupó en su equipo. Pero remontó raudo. José Luís Ayllón le presentaba unas cifras de fábula. Más del 60 por ciento de papeletas aseguradas. "No es ciclotímica, pero lo parece", comentaba gente de su entorno. Y abordó el esprint final hasta el momento de la gran emocion, el beso de agradecimiento de Mariano Rajoy, en la tarde de las lágrimas, durante la sesión inaugural del Congreso. Mariano y Soraya, Soraya y Mariano. Era ella la elegida. Era ella el delfín. Rajoy no pronunció su nombre, ni el de Casado, pero ese gesto denunciaba un pensamiento. Y corroboraba toda una serie de movimientos más o menos oscuros, más o menos ocultos, en pro de quien fue su mano derecha en la Moncloa durante siete años.
Su campaña ha sido eficaz pero sin alma, comentan algunos críticos. No es la exvicepresidenta buena mitinera, ni siquiera una excelente oradora. Se maneja mejor en el cara a cara, como se ha podido comprobar en los plenos del Congreso. Sus enganchadas con Fernández de la Vega eran causa de animación para los periodistas parlamentarios.
En su discurso de este sábado, en lugar de pedir el voto parecía exigirlo. La barbilla apuntando a la estratosfera y la mirada fija en el horizonte. "Entre perdida y napoleónica", decía uno miembro de la plataforma rival. Sacó el abanico con la bandera de España y proclamó: "Yo soy Soraya la del PP". Le faltó añadir: "Yo soy la Soraya de España", un lema muy adecuado para borrar el rastro de su operación diálogo en Cataluña, tan polémico, tan ineficaz, tan errado.
En la vida, ganar no es importante, pero es lo único que importa. Santamaría no conocía personalmente la derrota. Ni siquiera en el momento del batacazo de Rajoy, en la eterna larga de la moción de censura, pareció concernida. Sentada en su escaño, con el bolso ejerciendo de Rajoy, intentó incluso promover el relevo en la cumbre, una especie de maniobra para asumir el mando ante un Rajoy oculto y destartalado,
Su futuro ahora pasa por la empresa privada, lejos de la política. Fue hermoso mientras duró. "Nadie desde Godoy ha tenido tanto poder", decía alguien. El PP entra en una nueva era.
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