Estamos en 1989. Según Fukuyama, es el fin de la historia: la URSS se desintegra, el comunismo se desmorona, Ceaușescu es fusilado en Rumania y las protestas en Tiananmén ponen al gobierno chino contra las cuerdas. El régimen resiste a duras penas como uno de los pocos países del mundo que se mantiene en el comunismo. Aislado, vigilado, observado bajo sospecha. El año 1989 es el eslabón más débil de la historia reciente del régimen comunista: nadie apostaba por su supervivencia.
Cuando todo parecía perdido, el líder chino Deng Xiaoping se inspira en la sabiduría milenaria de 'El arte de la guerra' y resuelve en una jugada maestra, la estrategia de los 24 caracteres: aparentar ser un león dormido, inofensivo, y conseguir que tu enemigo te subestime. En 2008 se demuestra el éxito de la estrategia. Durante veinte años de perfil bajo, obediencia y silencio, China había crecido a dos dígitos mientras la crisis financiera mostraba las miserias de Occidente. Las primeras reuniones del G-20 y los BRIC son la materialización de este reajuste geopolítico.
Xi Jinping, muy capaz y con visión estratégica, alimenta el discurso nacionalista y apuesta por la tecnología, el gasto militar, la carrera especial, la asertividad diplomática y la ambiciosa ruta de la seda
Cuatro años más tarde, Xi Jinping asciende al mando del gigante asiático. Su ambiciosa determinación personal y se corresponde con el momento histórico: el león se ha convertido en dragón y tiene un líder dispuesto a despertarle. Xi Jinping, muy capaz y con visión estratégica, alimenta el discurso nacionalista y apuesta por la tecnología, el gasto militar, la carrera especial, la asertividad diplomática y la ambiciosa ruta de la seda. Grandes aciertos orientados a lograr la hegemonía geopolítica.
El relato nacionalista es muy sencillo: China es el imperio del centro, la potencia mundial más relevante de la historia de la humanidad durante más de 5.000 años. Su ascenso es tan solo la vuelta la normalidad tras un anómalo siglo de humillaciones extranjeras. Pero su camino hacia la hegemonía no va a ser sencillo, menos aun en el corto plazo. China no tiene ni de lejos el poder militar de Estados Unidos, no tiene una moneda fuerte internacionalmente, su economía todavía no genera tanto valor añadido y no cuenta con capacidad de seducción ni genera excesiva simpatía (soft power).
El mundo entero, desde Argentina hasta Japón, está invadido con bases militares estadounidenses, las multinacionales norteamericanas llevan décadas extrayendo recursos en los cincos continentes y en todo el planeta se habla inglés, se ven películas de Hollywood y se envidia el american way of life. Además, a pesar de su músculo comercial y tecnológico, el gigante asiático tiene pies de barro. El régimen ha hecho un cóctel molotov de comunismo político y capitalismo económico, ha cogido lo peor de cada casa y tiene una población que sufre doble opresión: la del stado y la del capital.
Si la economía deja de crecer, explota la burbuja inmobiliaria, el envejecimiento demográfico pasa factura o la economía madura y se estanca, la cohesión social y política comenzaría a quebrarse
El modelo capitalista-comunista, donde no hay libertades formales ni igualdad material, está infectado de desigualdad, precariedad, pobreza, corrupción y opresión política, económica y social. Aunque el régimen cuenta con el respaldo popular, éste se mantiene por la promesa de prosperidad y abundancia. Si la economía deja de crecer, explota la burbuja inmobiliaria, el envejecimiento demográfico pasa factura o la economía madura y se estanca, la cohesión social y política comenzaría a quebrarse.
El ascenso de China es imparable, pero el mundo unipolar se ha acabado y es poco probable que una sola potencia alcance una posición de dominio absoluto. Las próximas décadas van a ser una lucha intestina entre los sueños hegemónicos de Pekín, la resistencia de Estados Unidos y el rol incierto de otras potencias (India, Rusia, Europa) que algo tendrán que decir.
Sería tan ingenuo subestimar a China como pensar que en el corto plazo van a ser los amos del mundo. Estados Unidos va a ofrecer una resistencia feroz que podría llegar hasta las últimas consecuencias. El fin de la historia era una quimera, la historia ha recomenzado y la geopolítica ha vuelto. La única certeza es que va a haber un duelo de titanes y que gane quien gane, Europa tiene todas las de perder.
Un partido, un líder
No extraña, pues, el esfuerzo de Pekín por imponer su relato: el triunfo de la eficacia china frente al desastre de las democracias occidentales. Frente a este relato que tanto ha calado, habría que preguntarse cuándo hemos decidido que la idoneidad de un sistema político se mide por su eficacia. Los peores regímenes totalitarios han sido los más eficaces.
¿Eficacia para qué? O mejor, ¿contra quién? El mismo poder ilimitado que sirve para detener un virus es la que se ejercita para oprimir a la población, a las minorías, a los medios o a la oposición. Tal vez debamos preguntarles a los uigures o a los tibetanos qué opinan sobre la eficacia del régimen chino. Si por eficacia quieren decir concentración de poder en un solo partido, en un solo líder, yo me quedo con los sistemas ineficaces. Prefiero el consenso imperfecto, la ineficiencia del diálogo. Qué miedo da cuando el ejercicio del poder no requiere entendimiento.
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