España

El testimonio de un profesor en LinkedIn que sacude los campus: "Son 'yonkis' de las redes"

El catedrático Daniel Arias habla con 'Vozpópuli' sobre el artículo que publicó en la red social de profesionales con el título 'Querido alumno universitario de grado: te estamos engañando' y que ha revolucionado a la comunidad educativa

Ya ha pasado una semana desde que Daniel Arias Aranda, catedrático de Organización de Empresas en la Universidad de Granada, publicase en LinkedIn su desolador artículo Querido alumno universitario de grado: te estamos engañando, pero las reacciones de profesores y alumnos continúan proliferando. Su escrito está dirigido a los estudiantes universitarios y recoge sus reflexiones sobre el desinterés con el que acuden a las aulas. Si es que acuden. Una actitud de desdén que contrasta con la que, a su juicio, tenían los jóvenes a los que impartía clase a finales de los 90, cuando arrancó su trayectoria profesional en la Universidad Complutense de Madrid a la edad de 25 años. Ahora tiene el doble.

"A lo largo de mi vida he publicado más de 150 artículos científicos y una docena de textos en LinkedIn y ninguno ha tenido la repercusión de este último. Me están escribiendo muchos profesores, sobre todo de Secundaria, desde España y desde otros países. Se sienten identificados con mi testimonio. Estamos ante una lacra provocada, en gran parte, por el mal uso de los gadgets tecnológicos en la enseñanza. Se esconden detrás de la pantalla de los portátiles, no dejan el móvil en clase y son 'yonkis' de las redes sociales", denuncia en Vozpópuli.

Pregunta. Echando mano del argot de sus alumnos, ¿por qué cree que su artículo lo está petando tanto?

Respuesta. Sinceramente, pensé que lo iban a leer cuatro gatos. Por los comentarios que he recibido, deduzco que muchos profesores se han sentido identificados con la realidad de mis clases y muchos alumnos reconocen ser víctimas de ese desdén y se han visto ahogados en la atmósfera que describo. Yo solo he contado una experiencia personal, no he generalizado, pero se ve que es un problema lamentablemente extendido a muchas aulas de instituto y universidades.

P. Y sus propios alumnos, ¿han reaccionado a sus consejos y advertencias?

R. He leído todo lo que he podido, pero la verdad es que no tengo nada suyo en el correo.

P. ¿Cuándo empezó a dar clase en la Universidad? ¿Cuáles son las principales diferencias entre los estudiantes de entonces y los de ahora?

R. Entré como profesor asociado en la Complutense en el curso 1997-1998. En aquel momento nadie venía a clase con portátiles ni con móviles. Si alguien venía con móvil, porque ya los había, no lo sacaba. Es más, si sonaba en medio de clase, sucedía como en el cine: todo el mundo miraba mal al dueño del teléfono. En este contexto, el profesor era la única vía de información. Ahora la dispersión es total. Y, por supuesto, han dejado de asistir a las tutorías porque no les interesa.

P. ¿Y antes sí lo hacían?

R. En la primera asignatura que impartí tenía matriculados 524 alumnos en cada grupo. Era imposible distinguir las caras de los que se sentaban atrás en aquellas gigantescas aulas del Pabellón de tercer curso de la UCM. Eso sí, las aulas estaban llenas. Algunos alumnos se tenían que sentar en las escaleras porque no cabían. En las horas de tutoría, los alumnos hacían cola en la puerta de mi despacho. Recuerdo estar dos horas sin parar de responder todas las consultas, curiosidades, dudas… Era tan agotador como satisfactorio. Quedaba con algún compañero después para tomar un café o una coca-cola para despejarnos. Además, los estudiantes preguntaban muchísimo en clase y eso te obligaba a prepararte muy bien la materia.

P. En 2011 recibió un Premio de Excelencia Docente. ¿Se siente frustrado como profesor?

R. Me encanta la docencia, no podría hacer otra cosa en la vida. No es una frustración personal, pero me apena enormemente la cantidad de oportunidades que creo que están perdiendo. Hay alumnos que entran a Empresariales sin saber qué es una derivada, sin saber integrar... Los profesores de Matemáticas dan 'cursos cero' para impartir contenidos que deberían saber desde Bachillerato. Salvo una decena de alumnos que sí atiende, tengo la sensación de que hay generaciones pasando por mis manos que no se enteran de nada. Algunos sacan notas muy altas en Selectividad, pero no se refleja cuando llegan a la Universidad.

P.  Usted defiende que los alumnos tomen apuntes a bolígrafo y que las TICs a edades tempranas sólo sirven para distraer. ¿Le han criticado por ello? ¿Se adapta usted a las nuevas tecnologías?

R. Sí, tengo mis haters. Aunque mi artículo ha recibido un feedback muy positivo, en torno a un 10% de comentarios apuntan a que el problema es de un profesorado al que consideran carca. Pero no es verdad. Tengo 50 años y estoy continuamente haciendo cursos de formación en nuevas metodologías de enseñanza. Mis alumnos pueden encontrar todas mis clases en formato podcast... ¡Pero muchos tampoco los escuchan! La mayoría no va a clase y lo que hacen es estudiarse los apuntes que se descargan de plataformas como El rincón del vago.

P. ¿Volvemos entonces al lápiz y al papel?

R. Creo que la plasticidad neuronal se desarrolla con lápiz y papel y no con la dictadura de los teclados. Darle un Chromebook a un niño de 10 años es como darle una cuchilla de afeitar a un bebé. La tecnología no tiene culpa de nada, es el mal uso que se hace de ella. Entiendo que lo que pueda contarte un profesor sea mucho menos atractivo que ver vídeos de TikTok o historias en Instagram y que es muy difícil desengancharse, así que yo no pondría a ningún niño menor de 12 años una tablet delante. Se está creando una generación de alumnos totalmente adicta a las tecnologías y a las redes sociales que se rige por la ley del mínimo esfuerzo. Y eso repercute en su rendimiento.

P. Ha reconocido que hay alumnos que sí atienden, ¿en qué les perjudica la actitud de muchos de sus compañeros?

R. Les perjudica en que la situación que describo hace que los profesores bajemos el nivel. El sistema educativo no acepta que todos no somos iguales. Existe una presión social que lleva a introducir alumnos en la Universidad cuando no deberían estar ahí. Hay estudiantes con vocación e interés eclipsados por la mediocridad imperante y deberíamos centrarnos en ellos.

P. ¿Y que se hace con el resto?

R. Hay que fomentar la cultura de la competición y la colaboración en todo tipo de enseñanzas. El esfuerzo conlleva recompensa, a veces a largo plazo. Los mejores serán premiados y los peores se quedarán fuera de juego y, si quieren volver a entrar tendrán que esforzarse más, o bien, centrarse en otro juego, esto se llama flexibilidad académica. Si tu hijo es malísimo en matemáticas, pero le encanta tocar la guitarra, quizás tengas que ponerle un profesor particular en guitarra y no en Mates. Hay que sacar lo mejor de cada individuo. 

P. ¿Cree que hay solución para superar el panorama que describe o estamos abocados al fracaso?

R. Más allá del tema tecnológico, propongo otras soluciones. Las señalo en mi artículo. Para empezar, deberíamos hacer sentir a los chavales orgullosos de quiénes son y de donde están. Deberíamos inculcarles admiración hacia lo que les rodea y hacia otras culturas. Fomentar la curiosidad innata y el respeto. Crear descubridores y jamás plantar la semilla del odio o la desolación. Esto no empieza en la Universidad, empieza en Primaria.

También creo que hay que enseñar a pensar; devolver al profesorado universitario las competencias perdidas como autoridad intelectual a la hora de diseñar planes de estudio y flexibilizar los primeros años universitarios y de FP. Las titulaciones no han de ser bloques de cemento. ¿Empiezas Informática y no te gusta? Hagamos pasarelas. Implantemos el major y el minor como en Estados Unidos. Que una mala decisión no frustre una vida. 

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