Septiembre es siempre el verdadero comienzo del año. Diciembre, con su Navidad y la pomposidad de las campanadas, no es más que un truco para engañar al subconsciente. El reloj de arena se voltea en el noveno mes, coincidiendo con la agonía del estío y los propósitos del otoño. Ahora, que a finales de agosto nunca llueve, parece que el salto entre estaciones no se produce. El viejo mundo se terminó y ya nadie nos acompaña en el nuevo.
España, que pese a su solera de nación histórica es, en muchas cuestiones, un adolescente que no ha aprendido a recordar, ya no venera el camino que recorrieron sus ancestros. Un paso que, hace un puñado de décadas, entrelazó los caminos de Perlora, Marbella y Tarragona. Allí, el régimen levantó en los años cincuenta las famosas Ciudades Sindicales, tres emplazamientos destinados a servir como destino vacacional de miles de empleados públicos y sus respectivas familias.
La dictadura de Francisco Franco, que, lejos de cualquier duda, era de corte ultranacionalista, católico y militar, no poseía una gran imaginación para inventar cosas que no hubieran puesto en marcha otros regímenes fascistas europeos de principios del siglo XX en Europa.
De hecho, lejos de buscar parecerse al III Reich alemán, las miras del franquismo estuvieron más puestas en la dictadura de Benito Mussolini en Italia (1922-1943). De la sinergia fascista entre estados salió la idea de replicar las colonias marinas que Italia levantó en los años treinta para que los trabajadores italianos pudieran disfrutar de unas vacaciones baratas y en zonas de costa. La forma más clásica de tener al pueblo contento.
En España, fueron levantadas, entre 1951 y 1957, las archiconocidas Ciudades Sindicales. Fueron tres, estratégicamente colocadas en Perlora (Asturias), Marbella (Andalucía) y Tarragona (Cataluña) para abarcar el suficiente terreno, evitando así que hubiera familias que tuvieran que recorrer miles de kilómetros para poder llegar a alguna de ellas.
La historia de las Ciudades Sindicales
La década de los años cuarenta en España fue terrible en términos de pobreza y empleo. El país se encontraba totalmente marginado de la nueva Europa que estaba naciendo al término de la Segunda Guerra Mundial, todo ello fruto del acercamiento al régimen alemán e italiano, grandes perdedores del conflicto en el viejo continente. Por ello, la falta de inversión y crecimiento empresarial fue latente.
Las grandes urbes no terminaban de desarrollarse por falta de industria, manteniendo en los núcleos rurales la esencia de una España profundamente subdesarrollada. Eso cambió durante los años cincuenta, cuando se dio por concluida la autarquía reinante en el sistema económico español, dando paso a un lento, pero contundente proceso de industrialización.
El empleo generado trajo consigo miles de familias de los pueblos a las ciudades, en busca de un futuro mejor y más próspero. Finalmente, se dio luz verde a las tres Ciudades Sindicales, diseñadas por la Obra Sindical de Educación y Descanso (OSED).
Al ser entornos prácticamente inhabitados, los arquitectos pudieron dar rienda suelta a los requisitos de la época. Se crearon complejos de visión higienista, respetando el paraje y evitando masificaciones, una apuesta real por el descanso de los españoles, que podían desconectar lejos de las ciudades por un precio que, de otro modo, hubiera sido inasequible.
La primera Ciudad Sindical que se edificó fue la de Tarragona, inaugurada en 1957, contaba con 200 bungalows unifamiliares de dos plantas. Era fácilmente accesible en tren y automóvil. Las tres áreas (residencial, marítima y deportiva) estaban perfectamente diferenciadas. En la actualidad, permanece cerrado desde el 2011, habiendo sido demolidos gran parte de sus habitáculos en 1993.
Marbella contó con su ciudad sindical en 1962, siendo esta la más independiente, simulando de verdad una urbe de vacaciones pura y dura. Destaca, por encima de toda la obra, su monumental iglesia en forma de espiral, así como un gran uso de la cal y la redondez de las formas, mecanismo camaleónico decidido por la OSED. Es la única de las tres ciudades sindicales que permanece en pie y se sigue usando.
Por último, la ciudad sindical de Perlora. Levantada por los famosos hermanos Somolinos, contó con 273 chalets, sacados adelante con inversiones privadas, que solo compartían zonas de ocio muy particulares, tales como bares, guardería o teatro. Echó el cierre definitivo en 2006, fecha en la que se demolió parte de las instalaciones.
Aunque fue un proceso gradual, estas ciudades sindicales perdieron importancia a nivel turístico en la dictadura por el boom en los años sesenta y setenta del turismo de playa potenciado por extranjeros, el cual inyectó dinero y creó el sector servicios en España, que pasó a ser clave en del devenir económico de la nación hasta nuestros días. Ruinas, pero ruinas que un día proporcionaron felicidad y recuerdos imborrables a nuestros abuelos y familiares más mayores.
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