Nadie lleva flores desde hace tiempo a los monolitos en recuerdo de Estacio y Palate en el aparcamiento de la T4 de Barajas. En lugar de eso, los bloques de piedra que soportan las placas con sus nombres comparten espacio con restos de basura en un estado de abandono. Lo acredita el hueco vacío en el que debería conservarse la foto de una de las víctimas. Alguien lo ha arrancado, o se ha caído sin que nadie lo haya repuesto.
“¿Que si soy español? de momento, sí”. Miguel, de mediana edad, recorre apresurado uno de los pasillos de la planta baja del Módulo D del parking. Busca su coche. “No soy de aquí”, dice. Tiene un marcado acento catalán y, aunque frecuenta el aeropuerto madrileño, reconoce que nunca se había fijado que había dos monolitos a pocos metros de donde se encuentra en ese momento. “No lo sabía, desde ahora me fijaré siempre que pase”, dice.
Diego Armando Estacio y Carlos Alonso Palate fueron asesinados por los etarras Igor Portu y Mattin Sarasola. El Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo acaba de condenar a España a indemnizar con 50.000 euros a estos dos terroristas por los “malos tratos” infligidos por la Guardia Civil en el marco de su detención. Fueron los autores del atentado en el aeropuerto de Barajas el 30 de diciembre de 2006.
“Allí en Barcelona vivo al lado del Hipercor donde... (donde ETA perpetró uno de sus atentados más sangrientos en 1987 y mató a 21 personas). También hay una placa. La Administración hace por que no se olvide, pero la memoria de la gente es muy corta. Disculpe, me tengo que ir”, añade Miguel, que ya ha encontrado su coche.
Los monolitos son sobrios, cilíndricos, de granito blanco. Los dedicados a Palate ocupan la plaza de aparcamiento 403 de esa planta baja. “Las dos plazas en las que se encontraron los cuerpos se van a conservar, sin utilizarse, en memoria de las víctimas del atentado”, dijo el día de la inauguración la entonces ministra de Fomento, Magdalena Álvarez. Hoy el lugar pasa desapercibido entre los coches. El polvo se acumula sobre la placa dorada que dice: “En recuerdo de Carlos Alonso Palate”. Tenía 34 años y había ido desde Valencia al aeropuerto para acompañar a un amigo que fue a recoger a su novia. Decidió esperar a ambos en el aparcamiento.
Sobre las letras de la placa, el efecto del polvo deja entrever incluso lo que parece la huella de una zapatilla. En uno de los dos bloques sí se conserva una foto del joven. Se le ve alegre, entre un paisaje montañoso con jersey azul y blanco, cadena al cuello y los escudos de Ecuador y España. Daniela es canaria y acaba de llegar de Madrid. Espera a que la vengan a buscar a unos cinco metros del homenaje. De unos 30 años de edad, sonríe nerviosa cuando dice que no sabe a quién están dedicadas esas dos piedras graníticas. Admite que tampoco sabe quién es Palate ni que en ese mismo lugar ETA puso una bomba hace doce años.
Apenas unas horas antes de que Portu y Sarasola detonasen una furgoneta bomba con cientos de kilos de explosivo, el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se mostró optimista sobre la marcha del proceso de negociación que había emprendido ese año con la banda: “Estamos mejor que hace un año, y dentro de un año estaremos mejor que hoy”. Aquel ataque no impidió que el diálogo con ETA continuase después, hasta bien entrado 2007.
Portu y Sarasola dejaron aparcada la furgoneta bomba modelo Renault Trafic. Estalló a las 9.01 horas de la mañana. En otro coche aparcado en la plaza 614 de la primera planta del parking esperaba dormido Diego Armando Estacio, de 19 años. Las autoridades tardarían aún cinco días en encontrar su cadáver entre los escombros. Un tiempo, en plenas fechas navideñas, que sus padres pasaron alojados en un hotel próximo esperando la llamada que les confirmase el hallazgo de los restos mortales de su hijo.
Hoy su recuerdo está rodeado de suciedad. Alguien ha tirado una bolsa de una conocida tienda de ropa, también hay una colilla junto a uno de los dos monolitos, casi idénticos a los de Palate en la planta baja, aunque en este caso no hay foto. Sobre una de las placas, también doradas, alguien ha dejado un trozo de plástico con alfileres. Imposible saber si se trata de una ofrenda con algún tipo de significado o es otro rastro de basura.
Miguel y Sandra, treintañeros de Cádiz, rebuscan algo en el maletero de su coche antes de tomar un vuelo. Detrás de ellos, en la plaza de aparcamiento de enfrente, están los monolitos en recuerdo de Estacio, pero no se habían dado cuenta. Confiesan que no saben a quién están dedicados. Cuando se les recuerda el atentado de la T4 ya hacen memoria y se disculpan: "Desgraciadamente fueron tantos atentados".
"¿Qué son esos dos bloques? Bueno, esto está muy cerca de donde pusieron la bomba. Murieron dos ecuatorianos". Quien más se acerca es un viajero colombiano llamado Gustavo, de unos 45 años de edad, que aquella mañana del atentado llegó en un avión a Madrid. Admite no recordar el nombre de los dos fallecidos.
Muchos familiares volvieron a Ecuador
Tras su muerte, el Gobierno se comprometió a dar la nacionalidad española a sus familiares, les otorgó una vivienda y asistencia psicológica. A varias decenas les concedió un visado y ayudas para emigrar desde Ecuador. Ahora, doce años después, no resulta sencillo dar con su paradero. Las asociaciones de ecuatorianos en Madrid con las que antes mantenían vínculo apenas guardan datos de los Estacio o los Palate.
Hace un año El País logró dar con la hermana de Diego Armando, que narró cómo sus allegados se reparten ahora entre Italia o Ecuador a donde regresaron muchos a consecuencia de la crisis. Otros sencillamente no soportaron el coche cultural o el peso del recuerdo. Tras el atentado, ETA emitió un comunicado en el que trasladó su "más sincero pésame" a los familiares de los dos jóvenes ecuatorianos, algo que le negó a más de 800 asesinados antes. Según expresó la banda, la furgoneta cargada con cientos de explosivos no estaba pensada para causar víctimas. Culpó a las autoridades por no desalojar convenientemente el aparcamiento.
Cuando la Guardia Civil arrestó a Portu y Sarasola por este atentado, la entonces alcaldesa de Henani, Mirian Beitialarrangoitia, de la marca batasuna ANV, pidió en un acto electoral en Pamplona un "chaparrón de aplausos" para los dos terroristas porque habían denunciado torturas. Hoy Beitialarrangoitia es una de los dos diputados que mantiene EH Bildu en el Congreso de los Diputados.
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