El imperio de la normalidad. O, en el particular ideario del presidente del Gobierno, de 'lo previsible'. Y así fue. Nada fuera del libreto. Ni los elogios a la monarquía y a la figura del rey por parte de los líderes de los dos partidos mayoritarios, ni las reivindicaciones, críticas y hasta ataques a la forma institucional del Estado aprobada por todos los españoles por parte de los grupos minoritarios, que utilizaron la Cámara Baja como una caja de resonancia a sus reivindicaciones de siempre. El presidente del Gobierno y el líder de la oposición no afilaron sus discursos ni los decoraron con los entorchados de una "jornada histórica", como ambos se empeñaron en recordar. Fueron mensajes austeros, de brillo tenue, de importante contenido pero sin cohetería ni doblar de campanas. No serán piezas para los anales de nuestra democacia, pero cumplieron a la perfección con su objetivo. Pragmáticos y eficaces. Adhesión sin fisuras al sistema de monarquía parlamentaria que rige los destinos de este país desde hace cuatro décadas y énfasis en lo tranquilo de una transición que prácticamente nadie, hace tan sólo diez días, esperaba. También en este sentido las palabras de los líderes de las formaciones mayoritarias quisieron subrayar la forma natural en la que se está llevando a cabo el difícil proceso de abdicación. Algo imprescindible en un país muy dado a los sobresaltos y poco conocedor de lo que supone decir adiós a un Rey sin tensiones o violencia de por medio. Incluso Duran i Lleida, el portavoz de CiU, quien se reclamó, inopinadamente, como el interlocutor de la oposición que más ha frecuentado al Príncipe de Asturias, efectuó una referencia a la Historia, pero en sentido menos elogioso. "Cataluña ha sido apartada de la historia", comentó en la línea victimista que caracteriza al nacionalismo. Su grupo se abstuvo, como había anunciado, tras un intenso debate en sus filas.
De esta forma ha quedado cumplida una de las importantes jornadas que se vivirán en el Parlamento hasta hasta el día 19, cuando se produzca la proclamación de Felipe VI. Ha sido una sesión histórica pero con los ropajes de la normalidad. No se registraron ovaciones interminables y picos particulares de tensión. El ambiente estaba contenido hasta la frialdad. Al cabo, los dos grandes protagonistas de la jornada, el rey y el príncipe, no se encontraban en la sala.
La izquierda hace ruido
Mariano Rajoy insistió en que no se votaba la forma del Estado sino tan sólo la ley orgánica de la abdicación y Rubalcaba, en la misma línea insistió en que "hoy se decide sobre la abdicación y nada más que la abdicación". Los grupos minoritarios de la izquierda piensan otra cosa y así, Cayo Lara, en plan Coluche, apareció con la escarapela republicana mientras sus diputados exhibían pancartas reivindicativas. Lo que se quería un trámite, no obstante, derivó posteriormente en una serie de intervenciones de los partidos minoritarios en las que se abordaron muchos más asuntos de los que se señalaba en el orden del día. Desde el debate monarquía o república, pasando por la reforma de la constitución e incluso el portavoz de Compromís, en un error de apreciación, sacó a relación el caso de 'El Jueves', disfrazando de secuestro oficial lo que fue tan sólo una decisión estrictamente empresarial. Mucho gato por liebre se coló de rondón en la Cámra. Lo previsto. Pero nada alteró la tranquila actitud del presidente a lo largo de la jornada. "Nadie cree que se abre una etapa de incertidumbre. España permanece tranquila", subrayó en lo que puede ser la esencia de su intervención.
Hizo el presidente un elogio cumplido pero contundente de la monarquía como elemento estabilizador, con elogios al rey y calurosa bienvenida al príncipe. Pero todo ello en el tono marianista de la continuidad: "Hoy se produce un cambio de página pero en el mismo libro de nuestra convivencia". Que nadie piense en sobresaltos ni en 'cabos de Hornos'. O, en palabras de la Reina Sofía: "Nada ha cambiado, todo va a seguir igual". Fue el único de los oradores que no se refirió tampoco a la posible reforma de la Carta Magna. No era el día.
También Rubalcaba se abonó a circunscribir la jornada al marco correspondiente, el de la despedida a un rey de quien no ahorró elogios. Su mensaje miraba fijamente al alma republicana que anida en buena parte de su tropa, con el joven Madina allí presente en la bancada del PSOE, y se explayó en consideraciones sobre las funciones y perfiles de la monarquía, que somos ciudadanos y no súbditos y que la Corona solo sirve si cumple la ley y la Constitución. Y de reformar la Constitución también habló, naturalmente, en su línea habitual. Palabras muy medidas, sensatas, con ecos del pacto de la Transición y con una apuesta del socialismo por un perfil tranquilizador que ahora, según sea su sucesor, algunos ponen en duda.
En suma, "una jornada de enorme trascendencia histórica y política", como subrayó el líder de la oposición, pero de palabras medidas, de mensajes contenidos y de discursos de vuelo rasante. Una hjornada histórica nada excepcional. Se trataba, en suma, de cumplir un trámite. Eso sí, histórico. Era sólo la abdicación. Todo lo demás, a partir del 19. Veremos.
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