Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia nació en Madrid, en la clínica de Nuestra Señora de Loreto, el 30 de enero de 1968. Sus padres, Juan Carlos y Sofía, eran por entonces dos personajes incómodos para la mayor parte del “aparato” de la dictadura franquista (no así para el propio dictador, general Franco) y su padre, Juan Carlos, tenía el curioso título de “Príncipe de España”, completamente ajeno a la tradición de la Casa Real Española. Felipe ha recibido, a lo largo de su vida, numerosos nombres más o menos cariñosos. Su abuela, la reina Victoria Eugenia de Battenberg, le llamaba baby. Sus compañeros de colegio en Estados Unidos solían llamarle Flip, y la mayoría de los ciudadanos le conoce por Felipe VI, don Felipe o sencillamente el Rey, título que obtuvo el 19 de junio de 2014, cuando fue proclamado como tal ante las Cortes Generales de España. Otros nombres o apelativos ha tenido que luego veremos.
Fue el tercer hijo de sus padres pero el primero varón, y eso, según las normas entonces vigentes en la Casa Real, le hacía destinatario de la corona de España por delante de sus dos hermanas, Elena y Cristina.
Es el primero de todos los reyes de España en hacer muchas cosas. Comenzó sus estudios en un colegio privado de Madrid, Nuestra Señora de los Rosales, pero en 1984 viajó a Canadá para estudiar en el Lakefield College School de Ontario. Ningún otro rey español (y casi ningún político de ninguna época) había hablado perfectamente cuatro idiomas: español, inglés, francés y catalán. Tampoco ningún monarca había obtenido jamás títulos universitarios: Felipe VI es licenciado en Derecho por la Autónoma de Madrid y máster en relaciones internacionales por la universidad de Georgetown, en Washington (EE UU). Esta intensa formación académica hizo que los adversarios y enemigos de la monarquía española le motejasen con el apodo de El Preparao. Hasta ahora, los sobrenombres que han recibido los diferentes reyes eran invención de sus partidarios o al menos de los historiadores: Felipe II El prudente, Alfonso X El Sabio, Fernando VII El Deseado, Isabel I La católica, Juana I La loca, etc. etc. Felipe es el primer rey que, al menos de momento, ha recibido un apodo de sus adversarios; un apodo que pretende ser burlón pero que en realidad es todo lo contrario, puesto que subraya su extraordinaria formación para el puesto que ocupa. Si quienes pretenden echarle del trono le llaman Preparao, seguramente es que no pueden llamarle otra cosa.
También es Felipe VI el primer rey de España en llevar barba desde Amadeo I, el primero de todos que es un hacha en algunos deportes (esquí, vela); el primero que hizo sus pinitos como presentador de televisión (la serie documental La España salvaje, de 1996); el primero en ser abanderado de su nación en unos Juegos Olímpicos, además de miembro del equipo. Y el primero, desde tiempos inmemoriales, que logró casarse con la mujer a la que quería y no con una princesa de sangre real.
Si quienes pretenden echarle del trono le llaman 'Preparao', seguramente es que no pueden llamarle otra cosa
Obtuvo, como su padre, una amplia formación militar en las tres Academias militares españolas. Ahí algunos de sus compañeros dieron en llamarle SAR (iniciales de Su Alteza Real), pero el asunto tiene menos mérito porque es apodo heredado de su padre, Juan Carlos, cuando fue alumno en los mismos centros. Felipe de Borbón recibió los títulos dinásticos de Príncipe de Asturias, de Girona y de Viana a los nueve años; pronunció su primer discurso público a los trece (entrega de los primeros premios Príncipe de Asturias, Oviedo, 1981); juró la Constitución española ante las Cortes el día en que cumplió los 18, el 30 de enero de 1986, y fue proclamado Rey, tras la abdicación de su padre, en 2014. Todos estos actos los hizo vestido de civil, no de militar; y fue el primer Rey en acceder a su oficio en una ceremonia en la que estaban llamativamente ausentes los símbolos religiosos.
Suele decirse que su carácter es seco y hasta antipático. Eso no es verdad en absoluto. Es un hombre agradable, cordial, abierto y natural, pero hay que admitir que cualquiera parecería un cardo comparado con el anterior Rey, Juan Carlos, que ha sido siempre una verbena. Felipe salió muy sentimental en amores, lo cual era una desgracia en el contexto en que le ha tocado vivir. Su primer amor juvenil fue una muchacha llamada Isabel Sartorius. El segundo, una modelo noruega que se llamaba Eva Sannum. En ambos casos, las pretensiones de Felipe –que iba completamente en serio, sobre todo en el segundo caso– se estrellaron contra las normas de la familia, que exigían una princesa. Pero cuando apareció una joven periodista y presentadora de informativos en TVE, Letizia Ortiz Rocasolano, el príncipe lo advirtió con toda claridad: como me volváis a poner pegas, renuncio a la corona y ahí os las den todas, vino a decir. Ante la posibilidad, nada remota, de una crisis constitucional de dimensiones impredecibles, “la familia” (que en estos casos es mucho más numerosa que la familia de sangre, y de mucha más edad) se rindió la evidencia: Felipe y Letizia se casaron en la catedral de La Almudena, de Madrid, el 22 de mayo de 2004. Han tenido dos hijas, Leonor y Sofía.
La alargada sombra de su padre
Su trabajo como Rey ha sido extraordinariamente duro. Accedió al trono cuando el prestigio de la monarquía, que llevaba décadas siendo altísimo, caía en picado a causa a las malandanzas de Juan Carlos I (malandanzas de las que no se sabía aún la mayor ni la peor parte), y Felipe se encontró con el dificilísimo reto de recuperar aquella consideración pública. Lo intentó desde el principio, y lo intenta hoy, haciendo algo solo aparentemente sencillo: dar ejemplo de transparencia, de austeridad y de honradez. Es decir, hacer lo que tiene que hacer y nada más; no moverse de su papel, cumplir sus funciones constitucionales y ser un símbolo de la nación entera, que es grande y muy variada.
Pero hacer eso precisaba de algunos cambios importantes y nada agradables. Prohibió a los miembros de su familia trabajar para empresas que pudiesen deslizar dinero por debajo de la mesa, como había ocurrido con su cuñado, Iñaki Urdangarín. Encargó un estricto código de conducta para la familia y para todos los que trabajasen en Zarzuela. Se bajó el sueldo en un 20%: otra cosa que jamás se había visto en la jefatura del Estado de España, cuyo presupuesto para eso es hoy el 60% del que tiene para el mismo fin Luxemburgo. Desposeyó de sus títulos de duques a su propia hermana Cristina y a su marido, Urdangarín, manchado este en asuntos de lo más turbio. Sus viajes oficiales de diferentes clases se cuentan por cientos.
Del rey Felipe han dicho los 'indepes' cosas aún peores de las que decían los franquistas de su abuelo, don Juan de Borbón. Que ya es decir
Felipe VI tuvo que arrostrar no ya la animadversión sino la ira de los independentistas catalanes, que se daban cuenta –con toda la razón del mundo– de que aquel señor con barba de casi dos metros se estaba ganando, poco a poco, la simpatía de muchísima gente. Mejor dicho: la estaba ganando para la corona tanto como para él, lo cual ponía en un peligro todavía mayor la ensoñación utópica de la “república” catalana. El Rey era un símbolo muy poderoso de la nación común, quizá el más poderoso de todos. Y eso no se podía permitir. Así, Felipe VI sufrió ultrajes privados y públicos, descortesías, desaires, plantones, faltas de educación de los representantes políticos independentistas y, por decirlo de una vez, insultos más graves de los que haya tenido que sufrir en España rey alguno, quizá también desde Amadeo I o –para mayor seguridad– desde Fernando VII… después de muerto. Del rey Felipe han dicho los indepes cosas aún peores de las que decían los franquistas de su abuelo, don Juan de Borbón. Que ya es decir.
¿Qué hizo el rey Felipe en esa circunstancia? Nada. Es decir, lo que había venido haciendo desde que tomó posesión: no moverse de su sitio, seguir firme y derecho haciendo su trabajo (cada vez más áspero) en la confianza de que, antes o después, los ciudadanos lo reconocerían. Que poco a poco crecería el número de los ciudadanos que no diesen tanta importancia a la forma del Estado como a la calidad democrática de su funcionamiento.
El peor momento, sin duda, llegó en 2020 cuando, en plena pandemia, se hicieron del dominio público las trapacerías y rapiñas del tristemente llamado “emérito”, Juan Carlos I. Felipe fue, desde niño fue el ojito derecho de su madre, la reina Sofía; pero quiere de verdad, hondísimamente, a su padre. Sin embargo el Rey, de nuevo firme y derecho, hizo lo que tenía que hacer. Renunció a su futura herencia, más que posiblemente contaminada. Retiró a su padre la asignación del Estado. Y el 3 de agosto de 2020 Juan Carlos I dejaba España y se instalaba en los Emiratos Árabes Unidos, de donde aún no ha vuelto. Mientras, notables miembros del Gobierno (singularmente los de Podemos, pero no solo) arremetían contra el Rey una y otra vez. O encontraban pretextos, o los buscaban… o los creaban. También para ellos y para sus ambiciones personales empezaba a ser un problema la recuperación del prestigio de la corona, algo que ya constatan las encuestas con toda claridad.
En su último discurso (el más difícil de su vida, y el más esperado por todos), pronunciado por televisión en la pasada Nochebuena, el Rey no mencionó a su padre. Mejor dicho, no pronunció su nombre. Pero dijo que él, como todos, está obligado a seguir rajatabla los más estrictos principios morales y éticos, sin excepciones, “por encima de cualquier consideración, de la naturaleza que sea, incluso de las personales o familiares”. Había que estar deliberadamente ciego, o sordo, o las dos cosas, para no entender el mensaje.
La secuoya gigante
La Sequoia sempervirens (secuoya gigante) es un árbol de la familia de las cupresáceas, es decir, pariente de los cipreses, nativa de California pero que puede también encontrarse en muchos puntos de España, desde Cantabria a Granada, Galicia o Segovia. Su principal característica es la increíble longevidad: en circunstancias idóneas no se conoce su muerte natural. Hay hoy secuoyas rojas (es otro nombre por el que se conoce a este árbol) que pasan de los 3.200 años de edad, y están en perfecto estado.
La secuoya no se mueve. Vaya cosa, dirán ustedes, ningún árbol lo hace. Es verdad, pero unas veces las prisas, otra la falta de atención, la mala calidad del terreno o cualquier circunstancia adversa puede hacer que pinos, encinas, olmos y muchas especies más crezcan torcidas, o críen dos troncos, o padezcan malformaciones, o compitan entre sí. La secuoya no. La secuoya sabe lo que tiene que hacer: crecer firme y derecha, porque sus raíces se extienden, bajo tierra, muchísimo; y de esas raíces brotan, siempre a cierta distancia, nuevas plantas, y así se conforma un bosque húmedo, de tierra tan bien tupida como cernida, que garantiza la salud y el bienestar de las diferentes especies animales y vegetales que conforman ese bosque.
La secuoya no se parece al eucalipto, por ejemplo, que es un árbol, por así decir, impetuoso y populista: crece a gran velocidad y hace sonreír a muchos con su aroma, pero esquilma la tierra: donde él crece, no crece nada más. Sin embargo, frente al totalitarismo del eucalipto (no es más que un ejemplo), la secuoya es compatible con prácticamente todas las especies: a todas acoge y a todas protege por igual, aves, roedores, líquenes y numerosas plantas, porque su tronco, al hacerse cada vez más grueso y firme, se vuelve resistente al fuego, como el de algunas venturosas especies de pinos. Y así la secuoya, callada, firme y derecha, es garantía de la supervivencia del bosque común, para beneficio de todos.
¿Cuáles son los enemigos de la secuoya? Hay varios, pero sobre todo están los parásitos. Contra esos no puede ni la secuoya ni nadie, si bien se mira.
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