Ricardo García Damborenea nació en Madrid el 6 de febrero de 1940, pero está vinculado a la provincia de Vizcaya (y al País Vasco en general) desde su niñez. Muchacho de viva inteligencia y muy fuerte carácter, estudió en Bilbao con un personaje singular: Francisco Javier Etxebarrieta, uno de los fundadores de ETA, autor del primer asesinato de la mafia vasca (el del guardia civil José Antonio Pardines, 7 de junio de 1968) y también el primer muerto de ETA, abatido horas después del crimen. Pero Etxebarrieta, en la universidad, derivó hacia la economía y la informática (la balbuceante informática de los años 60), mientras que Damborenea se inclinó hacia la medicina y las enfermedades del riñón.
Damborenea es hombre de muy diversas capacidades. Fue jefe de Nefrología en el hospital de Cruces (Baracaldo, muy cerca de Bilbao) y fundador de la Sociedad Norte de Nefrología, algo que se le reconoce en numerosas publicaciones. Muchos años después, ya retirado de toda actividad política o médica, ha publicado varios libros sobre terrorismo, movimientos sociales y otros asuntos. Destaca el luminoso ensayo Uso de razón (ed. Biblioteca Nueva, 2000), en el que habla sobre los usos y trampas que comúnmente se usan en las discusiones o intervenciones públicas, con especial atención a las falacias. Está en internet y puede leerse o descargarse aquí.
Le llamaron siempre “Dambo”, primero por apócope obvio de su apellido y después por compararle, quizá cariñosamente, con el personaje varias veces interpretado en el cine por Sylvester Stallone. El carácter de ambos no difería demasiado. Quizá Damborenea tenía mayor facilidad de palabra.
Le llamaron siempre “Dambo”, primero por apócope obvio de su apellido y después por compararle, quizá cariñosamente, con el personaje varias veces interpretado en el cine por Sylvester Stallone
Ingresó en el Partido Socialista de Euskadi (PSOE) en 1976. Le dedicó tanto tiempo a la política que prefirió abandonar el ejercicio de la medicina. Su carácter impetuoso, terminante y nada contemporizador le llevó, nada más que dos años después, a la secretaría general de los socialistas de Vizcaya, puesto que ocupó hasta que lo expulsaron del PSOE en 1990. Dambo era un antinacionalista radical, puro, sin fisuras, casi siempre contrario a todo pacto o connivencia con el PNV; llegó a afirmar que ese partido era “el principal enemigo del País Vasco”. Sus palabras y actitudes hacia ETA no fueron menores; al revés, fueron bastante mayores. No es aventurado asegurar que Damborenea fue el mayor dolor de riñones que padecieron tanto los nacionalistas como los terroristas en el tramo final del siglo XX.
Pero no solo ellos. Damborenea estuvo siempre en contra de lo que él llamaba “pusilanimidad”. Esto quería decir que había dos posibilidades: o estabas con él “a muerte” o eras su enemigo declarado. Esto también sucedió dentro del PSOE, donde había gente menos radical y menos expeditiva… a la que combatió con toda su alma. Si en todos los partidos (y singularmente en el PSOE) la traición, la puñalada trapera al compañero más querido es una seña de identidad, en el caso de Damborenea eso llegó a extremos inauditos. Hubo quien le calificó de “lerrouxista de nuevo cuño”. No es una exageración.
Se enfrentó ferozmente con Carlos Solchaga (eran los tiempos en que los socialistas navarros estaban integrados en el PSE-PSOE) y con Enrique Casas, secretario general del PSE de Guipúzcoa, que acabó siendo asesinado por ETA. Fue enemigo, mucho más que compañero, de Txiki Benegas, de Ramón Jáuregui y de Juan Manuel Eguiagaray, que era vizcaíno como él pero a quien motejaba de “mozárabe”, es decir, de partidario de llegar a acuerdos con los nacionalistas. Estos enfrentamientos iban mucho más allá de la política y llegaron casi siempre a lo personal. Dambo acabó haciendo del PSOE vizcaíno una especie de Zamora en los tiempos de doña Urraca (siglo XI): un fortín inexpugnable en el que solo mandaba él y desde cuyas almenas arremetía contra todo y contra todos.
Pero no, no contra todos. Una actitud de “capitán Centella” como la suya necesitaba apoyos. El de Damborenea fue, sobre todo, José Barrionuevo, ministro del Interior que le protegió siempre y que, como ahora veremos, acabó obedeciéndole (o al menos haciéndole caso) en las andanzas más peligrosas y siniestras.
Una actitud de “capitán Centella” como la suya necesitaba apoyos. El de Damborenea fue, sobre todo, José Barrionuevo, ministro del Interior que le protegió siempre y que, como ahora veremos, acabó obedeciéndole (o al menos haciéndole caso) en las andanzas más peligrosas y siniestras.
Damborenea fue elegido miembro del Parlamento vasco en 1980 (cuatro años después de entrar en política) y diputado en el Congreso en las elecciones de octubre de 1982, cuando el PSOE llegó al gobierno a lomos de 202 diputados. En las Cortes madrileñas estuvo siete años. Su circunscripción electoral siempre fue Vizcaya.
Cuando Barrionuevo fue relevado al frente de Interior (julio de 1988), Damborenea se quedó, como suele decirse, “colgado de la brocha”; le faltaron los pocos pero firmes apoyos de siempre, entre otras cosas porque el nuevo ministro fue José Luis Corcuera, socialista vasco con el que Damborenea, de más está decirlo, también se llevaba mal. Pero ya entonces había reventado su enemistad declarada, total, jenízara, con el peor enemigo posible dentro del partido: Felipe González, a quien no podía ni ver (entre otras cosas por su apoyo a los socialistas guipuzcoanos, también “mozárabes” o pactistas) y a quien llegó a calumniar de la manera más descarada. El primer encontronazo público fue el de la huelga general de 1988, cuando Damborenea se puso del lado de la UGT contra el gobierno socialista. Hay cosas que no se perdonan. Esta fue una de ellas.
Pero no fue la única. Damborenea lideró lo que al principio fue una presunta “corriente interna” de pensamiento dentro del PSOE; pensamiento que era el suyo, no faltaba más. Pero tiempo después, a finales de la década de los 80, esa corriente se transformó en partido político. Damborenea lo inscribió en el registro sin avisar a nadie antes. Aquel mordisco por sorpresa desató una de las más graves crisis del partido socialista desde la recuperación de la democracia, trece años antes. Y García Damborenea fue, naturalmente, expulsado del PSOE.
Pero lo que acabó con él, políticamente hablando, no fue eso. Fue la guerra sucia contra ETA organizada desde las “cloacas del Estado”: los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación). Esa banda criminal funcionó desde 1983 a 1987, época en la que José Barrionuevo era ministro del Interior y Damborenea diputado por Vizcaya. Los GAL, liderados en sus actuaciones por los entonces policías José Amedo y Michel Domínguez, cometieron secuestros, asesinatos, torturas y malversación de ingentes cantidades de dinero público, como saben muy bien los crupieres del casino de San Sebastián, uno de los lugares favoritos del subcomisario José Amedo.
¿Quién organizó los GAL? Ricardo García Damborenea. No él solo, naturalmente; pero quienes andaban cerca del Ministerio del Interior en aquellos años lo saben muy bien. El famoso “señor X”, el líder máximo de la banda, al que tanto buscaban jueces y periodistas, no era Felipe González sino Damborenea. El presidente del gobierno no es que no se enterase; es que no se quería enterar, que no es lo mismo ni muchísimo menos. Damborenea ha acusado numerosas veces a González de ser el líder máximo de los GAL; pero esas dentelladas venían de alguien condenado y desacreditado por faltar numerosas veces a la verdad, lo cual los hace muy poco creíbles.
¿Quién organizó los GAL? Ricardo García Damborenea. No él solo, naturalmente; pero quienes andaban cerca del Ministerio del Interior en aquellos años lo saben muy bien. El famoso “señor X”, el líder máximo de la banda, al que tanto buscaban jueces y periodistas, no era Felipe González sino Damborenea
Sea como fuere, el sangriento montaje de los GAL (cuya acta fundacional entregó a la Justicia el propio Damborenea) acabó con el ingreso en prisión del ministro Barrionuevo y del secretario de Estado de Seguridad, Rafael Vera, además de otra decena de altos cargos del Ministerio, militares, policías y guardias civiles. Entre ellos estaba el propio Damborenea, que pasó 65 días en prisión en 1995 y luego fue condenado a siete años de cárcel. Las penas más severas fueron, sin embargo, para el general Rodríguez Galindo (75 años), el exgobernador de Guipúzcoa Julen Elgorriaga (71) y el que fuera teniente coronel Ángel Vaquero (69 años).
La personalidad avasalladora de Damborenea no resistió ni la prisión ni la caída en desgracia de “los suyos”. En 1994 apareció en un mitin de Zaragoza pidiendo el voto para José María Aznar. Pero abandonó toda actividad política tras salir del presidio y se dedicó a escribir, a dar alguna conferencia, a teorizar sobre la disyuntiva monótona y las falacias en los dilemas. Y poco más.
Ahora, veinte años después, Unidas Podemos reclama que se le retire al anciano Ricardo García Damborenea, “de forma inmediata”, la pensión de exdiputado de la que vive, algo más de 2.000 euros mensuales. Tiene 82 años. Ya no está para zarpazos ni para mordiscos.
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El pez piedra (Synanceia horrida), sobre ser feo como un demonio el pobrecito, es un pez actinopterigio escorpeniforme de la remota familia de los synanceidos. Vive generalmente en aguas tropicales: Australia, el archipilélago malayo, el Índico, el Pacífico, el mar Rojo… y, en general, donde menos se le espera.
No es muy grande: más o menos medio metro, pero tiene de especial que es el pez más venenoso que existe. Su picadura suele ser mortal para los seres humanos; si no mata, el dolor es atroz como una tortura o un secuestro. En la lista de los dolores humanos, la picadura del pez piedra es uno de los pocos suplicios peores que el cólico nefrítico.
Lo peor es que no lo ves. No lo sospechas. El pez piedra se llama así porque se mimetiza extraordinariamente con el fondo marino y, cuando pasas por allí nadando, piensas que es una roca más, un bulto en la arena, un diputado como hay tantos, un político igual que los demás. Pero qué va. El pez piedra, inmóvil en el fondo, espera su momento. Y en cuanto pasa cerca algo que le irrita, que le molesta o que sencillamente le da hambre (cosa frecuente porque tiene muy, muy mal carácter), salta como un resorte y se zampa sin misericordia lo que sea. Se lo zampa o lo envenena en cinco segundos; y la víctima, que puede ser un pececillo inofensivo como Segundo Marey o un tiburón hijo de su madre que también se dedica a matar gente, perece en pocos minutos entre horribles dolores.
Es una amistad muy poco aconsejable, este pez piedra.
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