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FLORA Y FAUNA

Rocío Monasterio y el vuelo del tucán

Rocío Monasterio y el vuelo del tucán
Rocío Monasterio y el vuelo del tucán

Rocío Monasterio San Martín nació en Madrid, por culpa de Fidel Castro, el 4 de febrero de 1974. Lo de la culpa de Fidel Castro se explica porque es hija del asturiano Antonio Monasterio Díaz de Tuesta, que había emigrado a Cuba, y de la también asturiana Aurora San Martín. Lo del periplo cubano del padre de Rocío da para una novela y no está del todo claro que en parte no lo sea ya, porque esta mujer ha tenido siempre cierta tendencia a lo que podríamos llamar “restauración” de su propio pasado, próximo o lejano.

En la Cuba gobernada por el dictador Fulgencio Batista, Antonio Monasterio trabajaba en una empresa azucarera, que en la isla se conoce como “ingenio”: era el ingenio Manuelita, que acabaría por convertirle el la Compañía Azucarera Atlántica del Golfo. Esta próspera empresa fue expropiada por los revolucionarios tras derribar a Batista el 1 de enero de 1959, como muy bien se ve en la película El Padrino II, de Ford Coppola. Antonio Monasterio se vino a vivir a España. Sobre el viaje hay tal cantidad de leyendas, heroísmos novelescos y peripecias asombrosas (relatadas por la propia Rocío) que ya no hay forma de saber qué sucedió en realidad; lo que sí está claro es que el padre de Rocío se instaló en España, conoció a Aurora, se casaron, tuvieron tres niños y Antonio acabó montando en nuestro país la franquicia española de la empresa de comida rápida estadounidense Kentucky Fried Chicken. Eso fue en 1972. Rocío dijo alguna vez que había conocido al fundador de la empresa, coronel Harland David Sanders. El coronel (honorario) Harland falleció de leucemia en Louisville, Kentucky, cuando Rocío tenía cinco años. Él pasaba de los 90.

El caso es que los padres de Rocío constituyeron una familia muy acomodada, católica, profundamente conservadora y todavía más profundamente anticomunista, cosa fácil de comprender tras sus “diferencias” con Castro. Rocío tuvo, sin embargo, una infancia inestable, al menos en lo académico. El periodista Brais Cedeira asegura que pasó por cinco colegios distintos, a pesar de que no era mala estudiante. Uno de aquellos centros, según otras fuentes, fue el elitista Santa María del Camino, donde estudiaron las infantas Elena y Cristina de Borbón.

Rocío Monasterio nunca fue una “lideresa” entre sus compañeros de clase, ni una gritona, ni una tarasca. Era activa pero callada, llamativamente guapa (siempre lo fue), de maneras calmadas, y lo único que llamaba la atención en ella era una sonrisa muy agradable que ha mantenido incólume hasta hoy, y que rara vez se le cae de la cara, sobre todo en público. También tuvo, desde chiquilla, cierta tendencia a la novelería y esos aires de grandeza casi aristocrática, aunque su familia no pertenecía a la nobleza; ella emparentó con los escudos de armas cuando se casó con Iván Espinosa de los Monteros, tercer marqués de Valtierra, en 2001.

Rocío decidió estudiar arquitectura. Se matriculó en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (ETSAM). Eso fue en 1992 y ella tenía 18 años. No es nada fácil saber por qué tardó nada menos que diecisiete años (hasta 2009) en lograr el título académico, aunque en algún documento publicado afirma que hizo su proyecto de fin de carrera en 1998, lo cual no es del todo cierto. Su actividad preferida era, más que la construcción, la reforma de interiores, la transformación de viviendas en “lofts” y la decoración de viviendas de lujo, cuyos clientes solía proporcionarle su marido, espléndidamente relacionado.

El caso es que Rocío no era legalmente arquitecta, pero sin duda “se sentía” arquitecta y ello le llevo a ejercer la profesión, digamos, “antes de tiempo”. Esto lo acabó admitiendo ella misma. Trabajó en varias empresas y colaboró en algunos proyectos. Pero en 2003 ya firmó planos y certificaciones de obra, para lo cual era indispensable la titulación… que aún no tenía, además de la colegiación y el visado colegial. Que tampoco, como es lógico. En 2021, la Fiscalía de Madrid se querelló contra ella por haber presentado al Ayuntamiento planos con sellos de visado falsos; el tribunal determinó que la falsificación era “tan burda y perceptible a simple vista sin necesidad de pericia que resulta incapaz de inducir a error alguno sobre la autenticidad”. Fue condenada. Hubo más condenas por asuntos parecidos. Son los problemas que suelen traer el exceso de imaginación, los delirios de grandeza y el desprecio por las normas que nos atañen a todos: el vuelo del engaño suele ser corto.

Fundó algunas empresas como el estudio Rocío Monasterio y Asociados. Diseñó la vivienda familiar. Pero fue condenada (junto con su marido) a una multa de algo más de 74.000 euros por tratar de eludir el pago de las obras. En fin, pejigueras que hay en toda familia decente.

Rocío participaba en tertulias y encuentros de extrema derecha desde mucho tiempo atrás, pero no oyó hablar de Santiago Abascal hasta 2012. Vox no había nacido aún, pero tanto ella como su esposo, Iván Espinosa, no tardaron en agregarse (junto con Javier Ortega Smith) al “grupo de confianza” de aquel hombre que pretendía liderar en España un partido de extrema derecha, o al menos a la derecha de la derecha, que era el Partido Popular. Ella daba muy bien en la tele, cualquiera se daba cuenta. Y de eso se encargó. Comenzó con las tertulias en canales como Intereconomía, propiedad del periodista Julio Ariza, y empezó a llamar la atención por su verbo envenenado contra el feminismo. Afirmaba (y afirma hoy) que la mujer no necesita ser protegida de nada y que la violencia contra las mujeres no existe. Naturalmente, llama la atención: decir aquellas cosas con su más amable sonrisa (la de siempre), sin gritar, sin vocear consignas, era algo a lo que la gente no estaba acostumbrada.

Cuando se produjo la espectacular eclosión de Vox, propiciada por el intento de golpe de los secesionistas catalanes en octubre de 2017, Rocío ya formaba parte del “núcleo duro”, de los incondicionales de Abascal. Era vicesecretaria de Asuntos Sociales del partido, pero su verdadero trabajo era dar la imagen “civilizada”, señorial y sonriente que a otros les costaba mucho más transmitir. Rocío manejaba un argumentario que coincidía como un guante con una mano con el del grupo ultracatólico Hazte Oír, “pantalla” en España de la tenebrosa organización mexicana El Yunque, como sigue diciendo Brais Cedeira.

El partido la presentó como candidata a presidir la Comunidad de Madrid en 2019. Obtuvo doce escaños: Vox quedó en quinta posición, pero Rocío se empeñó en repetir y repetir que sus doce votos eran “determinantes” porque convertían a Isabel Díaz Ayuso en presidenta. Repitió candidatura dos años después, en las elecciones de 2021. Pasó de 12 a 13 diputados, lo cual quiere decir que ganó uno nada más. Pero siguió siendo “determinante” (decía ella) para apoyar a Díaz Ayuso como presidenta, aunque la líder del PP se había quedado a cuatro escaños de la mayoría absoluta.

Fue por entonces cuando Monasterio logró que el exlíder de Podemos, Pablo Iglesias, abandonase teatralmente un debate radiofónico cuando ella puso en duda que el político izquierdista hubiese recibido por correo unas balas, lo cual constituía una amenaza. “Lárguese, que es lo que queremos millones de españoles”, le dijo, y el otro se levantó y se fue.

Monasterio provocó las iras de Díaz Ayuso en 2022, cuando se negó a apoyar, con sus trece determinantes escaños, los presupuestos de la Comunidad de Madrid para el año siguiente. Ayuso no quiso entender que Monasterio cumplía órdenes y le puso la proa, política y personalmente, hasta prácticamente hoy mismo. Pero en 2023 hubo nuevas elecciones autonómicas en Madrid, Ayuso logró una espectacular mayoría absoluta y los votos de Vox dejaron de ser “determinantes”. Ella, incluso, dejó de ser necesaria.

Resulta difícil entender por qué muchos analistas insisten en que Rocío Monasterio formaba parte del “ala liberal” del partido de ultraderecha, frente a otros mucho más “duros”. Monasterio no ha ocultado nunca su afinidad con Hazte Oír. Está en contra del aborto, de lo que llama “feminismo radical” porque demoniza el “modelo de familia tradicional”. Denuesta la ley de Violencia de Género y el “negocio de esa ideología”. Está contra el matrimonio igualitario, que pronto cumplirá 20 años de vigencia en España. Lamenta que no estén autorizadas las falsas y espantosas “terapias de reorientación” para personas homosexuales, aunque algún tiempo más tarde negó que hubiese dicho semejante cosa. Es una de las principales fustigadoras de los que ella llama siempre “menas”, menores no acompañados, a los que responsabiliza de todos los males imaginables, y de la inmigración ilegal: es partidaria de expulsarlos a todos. Afirma que el cambio climático es algo falso o por lo menos muy dudoso. Por ahí seguido hasta agotar el índice.

Monasterio, con su sempiterna sonrisa que envuelve sus durísimas palabras, ha sido siempre fiel servidora del presidente de Vox, Santiago Abascal, incluso cuando vio que todo el “núcleo fundador” del partido iba desapareciendo: Macarena Olona, Juan Luis Steegman, Mazaly Aguilar, Víctor Sánchez del Real, Rubén Manso… y hasta su propio marido, Iván Espinosa de los Monteros. El único superviviente de las purgas, tan típicas en todo partido joven, fue Javier Ortega Smith, pero se le ha quitado todo su poder. Ella no; ella siempre se había quedado en su sitio, indiferente a lo que algunos de sus compañeros decían: que se estaba produciendo un proceso de “neofalangistización” del partido, pilotado por Jorge Buxadé, por el alma en la sombra de Vox (Julián Ariza) y por algunos más.

Pero había algo con lo que Rocío Monasterio no podía contar. Ni ella ni seguramente nadie. Y fue la aparición de un saltimbanqui de la política, un “influencer” que buscaba hacerse hueco en el mismo sitio que Vox: Luis Pérez Fernández, que se hace llamar “Alvise”, y que nunca ocultó que se presentaba a las elecciones europeas en busca de la inmunidad parlamentaria que un día u otro necesitaría. Así ha sido. Pero el tal Alvise obtuvo 800.000 votos que, al menos en teoría, “pertenecían” a Vox. Y 140.000 de esos votos le llegaron desde la Comunidad de Madrid. Eso, antes o después, significaba el final del accidentado vuelo político de Rocío Monasterio, cuya sonrisa parecía haber dejado de funcionar. Una reciente foto de Alvise tomando algo en una terraza con Iván Espinosa parece haber sido la puntilla.

Rocío Monasterio fue votada por los militantes, pero los recientes cambios en los estatutos de Vox hacen realidad aquella vieja frase de la propaganda de José María Gil-Robles en las elecciones de la segunda república, hace casi un siglo: “Todo el poder para el jefe”. Santiago Abascal ha destituido fulminantemente a Rocío Monasterio como presidenta de Vox en Madrid (lo era desde abril de 2019) y ella, que ha entendido el mensaje, ha entregado su acta de diputada en la Asamblea madrileña y se ha ido a su casa. Eso sí, con su sonrisa encantadora por delante. El vuelo político de la “dama” de la extrema derecha parece haber llegado a su fin. Al menos por ahora.

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El tucán piquiverde (Ramphastos sulfuratus) es un ave piciforme de la extensa familia de los tucanes: son alrededor de 43 especies en todo el mundo. Habita en los trópicos y en selvas propicias de toda América central, desde México a Venezuela.

Lo que llama inmediatamente la atención del tucán es, naturalmente, su pico. Es enorme. Los científicos no terminan de ponerse de acuerdo en su función, porque, a pesar de su espectacular aspecto, el pico del tucán es muy ligero, poroso y hasta frágil. No es como el enorme y duro pico del cálao asiático, que sirve para triturar cáscaras duras de frutas y para horadar nidos en los árboles. El pico del tucán, que está provisto de pequeños “dientes” con forma de sierra (dónde se ha visto un pájaro con dientes, vamos a ver), no sirve para nada de eso: está lleno de vasos sanguíneos y quizá tenga una función, más que nada, reproductiva. Pero eso habrá que terminar preguntándoselo a los tucanes.

El tucán es guapo. Y lo sabe. Y lo usa. Su apariencia y sus colores son espectaculares; tanto que uno de sus principales problemas es que era muy solicitado como mascota… hasta que la mayoría de los países prohibieron su comercio.

Pero el pobrecito no tiene mucho más que ofrecer. Listo, lo que se dice listo, no lo es en absoluto. Come lo que puede, desde frutas blandas a insectos o pequeños reptiles. Es torpe haciendo nidos, firme quien firme los proyectos. Es de ideas fijas e inalterables. Ave rigurosamente monógama, se empareja de por vida, que es una elección personal como cualquier otra. Pero el tucán es (nadie lo diría por su aspecto) un ave fundamentalmente aburrida.

Y luego está su vuelo. Lejos de ser un ave migratoria de elegantes aleteos o espectaculares planeos, como las águilas o los albatros, el vuelo del tucán es bastante desastrosito. Vuela con dificultad, quizá por el estorbo de su enorme y lindísimo pico. Le cuesta trabajo volar, diga él lo que diga. Prefiere estar posado esperando a su pareja. Pero es que se posa con más dificultad que otros pájaros, lo cual le convierte en presa propicia para depredadores desaprensivos, como los ocelotes, los jaguares o los presidentes de partido.

Y luego está su voz. El pico será precioso, sin duda, pero cada vez que lo abre para decir algo la gente se pone pálida: es un graznido feo, pero feo-feo, estridente, desagradable, que recuerda a los gritos que les ponen en las películas de dinosaurios a los reptiles voladores del Cretácico. Un grito antiguo y áspero. Pobre bicho, ¿verdad? Con lo guapo que es.

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