La historia de ETA es una historia de fragmentación. A pesar de la imagen de fortaleza que trataba de transmitir en sus comunicados y atentados, la banda terrorista estuvo abonada a un cainismo constante que le llevó a escisiones -la más sonada fue la de ETA político militar (ETA pm)- y a broncas entre sus dirigentes, que visceralmente discutían sobre estrategias u objetivos. Durante cincuenta años de existencia, no obstante, hubo un denominador común: poner más muertos encima de la mesa para forzar al Estado a una negociación. Josu Ternera -cuyo nombre resuena estos días por su entrevista en el Festival de San Sebastián- fue el encargado de gestionar ese crédito de sangre y extorsión; de sentarse ante los sucesivos gobiernos para conseguir su verdadero y único propósito, una ‘Euskal Herria’ independiente y socialista.
Los agentes de la lucha antiterrorista lo conocen como la teoría del empate infinito. Una vez muerto Franco e instaurada la democracia, ETA perdió la bandera de la lucha contra el régimen, con la que se granjeaba el favor de una parte de la sociedad y de la comunidad internacional. La victoria estratégica se esfumaba, pero su objetivo seguía siendo el mismo.
Sin posibilidad de doblegar al Estado, ¿cómo imponer su voluntad? Sumando más y más muertos a su historial. Poco importaba que sus comandos fueran cayendo uno detrás de otro, los pistoleros siempre tenían capacidad operativa para pegar un tiro en la nuca o meter una bomba debajo de un coche. Y cuando no llegaban ellos lo hacían sus cachorros, sembrando de fuego las calles vascas y navarras con su kale borroka.
Ese era el principal activo de ETA. Los muertos. Su capacidad de extorsión. Y esa era su única y valiosa baza de negociación.
Es aquí donde ETA se encomienda a José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, más conocido como Josu Ternera. Su nombre puede resultar desconocido entre los más jóvenes -en una encuesta de 2020, seis de cada diez manifestaron su absoluto desconocimiento hacia la figura de Miguel Ángel Blanco-, pero ahora vuelve a ser protagonista, a partir de la entrevista de Jordi Évole que se emitirá en el Festival de Cine de San Sebastián.
Cerca de 500 personas han firmado un manifiesto contra su emisión; entre ellos, Fernando Savater, Rosa Díez o Carlos Martínez Gorriarán.
¿Quién es Josu Ternera? Los datos biográficos remiten a su permanente huida de la Justicia, hasta su detención en manos de la Guardia Civil en 2019, y a su labor como dirigente de ETA. Aún debe rendir cuentas por el atentado contra la casa cuartel de Zaragoza en 1987, con once víctimas mortales y 88 heridos. Aquella masacre no le impidió entrar -o quizá lo aupó a ello- en el Parlamento vasco en 1998 en las listas de Euskal Herritarrok, y accedió a la Comisión de Derechos Humanos de la cámara autonómica gracias al voto de los partidos nacionalistas.
Pero entre las fuerzas de seguridad hay una definición más escueta de Ternera: el gestor de los muertos de ETA. Tuvo peso en todas las negociaciones de la banda terrorista, incluso cuando permanecía preso se escuchaba su voz. También en el pacto de Estella de 1998. Y las que tuvieron un mayor alcance, en el año 2008, con el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, cuando por momentos se transmitió a la opinión pública que ETA estaba a punto de abandonar las armas de forma definitiva.
Ginebra y Oslo fueron los escenarios donde se desarrollaron las negociaciones. De un lado, Jesús Eguiguren, dirigente del PSE; del otro, Josu Ternera. Las conversaciones fueron áridas, marcadas por la desconfianza de ETA hacia el Gobierno y por unas líneas rojas que los terroristas jamás abandonaron: la independencia no sólo del País Vasco, sino de toda Euskal Herria.
ETA demandaba cesiones políticas del Gobierno, mientras que de los terroristas lo único que se pedía era que dejaran de matar. En otros términos, Josu Ternera debía sacar partido de 800 asesinatos. Era el gestor de los muertos de ETA. Y no estaba dispuesto a vender la piel de la serpiente a cualquier precio.
Las conversaciones apenas llegaron a un acuerdo de mínimos tras varias semanas de reuniones. Pero como la de ETA es una historia de fragmentación, las negociaciones con el Gobierno no iban a estar exentas de su lucha interna. La cúpula de la organización retiró a Josu Ternera de las negociaciones al entender que no lograba avances sustanciales y, en su lugar, envió a Francisco Javier López Peña, alias Thierry, mucho más impredecible, irascible e histriónico. Cualquier atisbo de diálogo saltó por los aires bajo su tutela.
Con el tiempo se demostró que ETA aprovechó la negociación para reestructurar sus comandos en un momento de debilidad operativa por los sucesivos golpes policiales que venía sufriendo. Josu Ternera no sólo exprimió el historial de sangre de la organización para obtener beneficios políticos, también obtuvo un tiempo valioso para el rearme de la organización.
Ese es el verdadero rostro de Ternera, protagonista del documental que se emitirá en San Sebastián, aún pendiente de sentarse ante el juez para dar cuenta de la masacre de la casa cuartel de Zaragoza.
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