Julio Verne fue un turista interesante en lo literario de Canarias porque, alguna descripción escucharía o leería de Gran Canaria, que le sedujo de forma remota. Miguel de Unamuno, sin embargo, sí pisó suelo. Aprovechó que estaba en las islas para hacer un recorrido por Las Palmas de Gran Canaria, Teror, Valleseco, Tejeda, Artenara y Moya. Un mes entero estuvo el escritor y filósofo español de la Generación del 98, Miguel de Unamuno, en Gran Canaria en el año 1910, donde convivió con los intelectuales de la época y conoció los paisajes que le ofrece la isla.
Sobre la cumbre diría: "El espectáculo es imponente. Parece una tempestad petrificada". Fue un 22 de junio de 1910 cuando Miguel de Unamuno llegó a la capital grancanaria como invitado de la Sociedad El Recreo en calidad de figura invitada en los primeros Juegos Florales. Después, en 1924, ahora se cumple un siglo, Unamuno regresó a Las Palmas de Gran Canaria y lo debió pasar bien porque siempre se reservó su experiencia.
Durante el mes que estuvo en Gran Canaria, según el cronista insular José Antonio Luján, el escritor entró en contacto con los intelectuales canarios de la época, influyendo sobre los mismos, como con el caso del poeta Alonso Quesada, a quien le aconsejó sobre su forma de escribir. Como anécdota, destaca su discurso en los Juegos Florales, donde Unamuno puso de manifiesto su aspecto provocador y salió abucheado del teatro. El motivo no fue otro que su rechazo a la creación de la provincia de Las Palmas, que en aquel entonces, cuando en Canarias había una sola provincia con sede en Santa Cruz de Tenerife, era una reivindicación de la sociedad de las islas orientales.
La Generación del 98, entre la que se encontraba el escritor, entendía que el futuro de España, lejos de fragmentarse en nacionalismos y cantones, debía pasar por la unión de los territorios. Tras este episodio, que supuso que Unamuno diera otro discurso justificándose ante la sociedad para 'calmar' los ánimos, decidió conocer el interior de Gran Canaria. Partió desde la capital por carretera rumbo a Teror, un pueblo que en su libro 'Por tierras de Portugal y España' dijo que le recordó a alguno de los pueblos del Miño Portugués. En la capital espiritual de Gran Canaria Unamuno estuvo cuatro días.
Desde allí, pondría rumbo a las cumbres de la isla y a Artenara, pasando por Valleseco, subiendo por el Camino Real, pasando por la Degollada de Las Palomas y siguiendo por todo el borde norte de la caldera de Tejeda hasta Artenara, cuyos paisajes lo asombraron de tal forma que su descripción del territorio ha quedado en la memoria colectiva como la mejor forma de expresar lo que la inmensidad de Gran Canaria hace sentir al visitante. "El espectáculo es imponente. Todas aquellas negras murallas de la gran caldera, con sus crestas que parecen almenadas, con sus roques enhiestos, ofrecen el aspecto de una visión dantesca. No otra cosa pueden ser las calderas del Infierno. Es una tremenda conmoción de las entrañas de la tierra, parece todo ello una tempestad petrificada, pero una tempestad de fuego, de lava, más que de agua".
Del mismo modo, Unamuno pondría sus ojos en el Roque Nublo, símbolo de los grancanarios, y en la figura que se adivinaba al fondo, el Pico del Teide de la vecina isla de Tenerife. "Era realmente un espectáculo que parecía sacarme de los estrechos límites en que caminaba aquel inmenso solio que se levanta entre las nubes. Diríase que estaba suspendido en el cielo. De tal modo que un mar de niebla cubría y abrigaba al mar de agua", incidió. En Artenara, el escritor conocería todo el municipio e incluso el santuario de la Virgen de la Cuevita, saliendo impresionado al ver a las personas viviendo en cuevas heredadas de los antiguos aborígenes de la isla. "Y no dejan de tener sus comodidades aquellas cuevas, cuidadosamente enjalbegadas, en que viven los vecinos de Artenara", relataría en 'Por tierras de Portugal y España'. "Tal vez algunas de ellas sirvieron en otro tiempo de guarida a los guanches, que vivían en cuevas".
Desde allí, Unamuno tomaría el camino de regreso a Teror y descansaría en la Finca de Osorio, que le causó conmoción por el parecido con su tierra natal. "Pero allá, en Teror, a cerca de 600 metros sobre el nivel del mar, el aspecto varía. El frondosísimo castañar de Osorio me recordaba más de un rincón de mi nativa tierra vasca. Y allí, en aquel castañar de Osorio, me tendí a la caída de una tarde hasta ver acostarse las colinas en la serenidad del anochecer", diría el escritorio.
Al día siguiente, organizó una visita a los Tilos de Moya, donde según el cronista, descubrió lo que significa la palabra 'aislamiento' cuando se encontraba en el fondo del barranco y refrescó su cara con el agua que procedía de la cumbre. "Y allí, en el fondo, una riqueza de frondosidad. Y un arroyo, un verdadero arroyo, con agua fresca, rumorosa y corriente. En él hundí mis pies enardecidos y en el chorro de una fuente chapucé mi cabeza. ¡Qué lejos del mundo en aquella quebrada de los Tilos, entre los tilos y eucaliptos! Era como un aislamiento más en el aislamiento de esta isla". Respecto a la capital, para el escritor era una ciudad algo insulsa, puesto que en aquella época contaba con unos 60.000 habitantes. Cuando llegó al Puerto recorrió la carretera del puerto.
Una isla presente en la obra de Verne
Verne hablo de Gran Canaria en una novela que narra una historia ambientada en cómo la agencia Thompson organiza a finales del siglo XIX un crucero a Canarias para ingleses ahorrando costes en feroz lucha con la competencia. Así que... sí, bien pudiera decirse que Verne predijo algo más que los submarinos o los viajes a la Luna. Curiosamente Thompson llegó a ser el nombre de turoperador británico.
"Situado en la pendiente interior de la Caldera de Tejeda en una altitud de 1.200 metros, el pueblo de Artenara es el más elevado de toda la isla, ofreciendo una vista espléndida. El circo, sin hundimiento, sin ningún desplome, sin ninguna cortadura, desarrolla ante las miradas atónitas su elipse de 35 kilómetros, de cuyos lados convergen hacia el centro arroyos y colinas bajas, a cuyo abrigo se han construido aldeas y caseríos", escribe Verne, describiendo el mismo paisaje que Unamuno visitaría en 1910 y que él nunca pisó.
"La villa es de las más singulares. Poblada única y exclusivamente de carboneros que, de no evitarlo, pronto habrán hecho desaparecer de la isla los últimos vestigios de vegetación, Artenara es una población de trogloditas. Tan sólo la iglesia eleva su campanario al aire libre. Las casas de los hombres están cavadas en las murallas del circo, colocadas las unas encima de las otras e iluminadas por aberturas que desempeñan el papel de ventanas".
"El suelo de estas casas se halla recubierto de esteras, sobre las que se sientan para las comidas. En cuanto a los demás asientos y a los lechos, la naturaleza misma era la que hacía el gasto, y los ingeniosos canarios se han contentado con aprovecharse de esas ventajas de la naturaleza", remata el autor francés. Son solo tres extractos del capítulo 19, cuando un grupo de excursionistas llega a la cumbre de Gran Canaria. Familias enteras del pueblo de Artenara, a 1.200 metros de altura, siguen viviendo a día de hoy en casas cueva, prolongando una costumbre que hunde sus raíces en la cultura amazigh (bereber) a la que la Unesco ha catalogado como Patrimonio de la Humanidad las 'Montañas Sagradas de Gran Canaria', un paisaje de 18.000 hectáreas que abarca toda la Caldera de Tejeda.
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