Hace un año, el experto en sectas Luis Santamaría envió un correo electrónico a las redacciones periodísticas de este país con una encuesta. El resultado de la misma concluyó que muchos de los profesionales que informaban de las actividades de estos grupos —dejando aparte a los plumillas de sucesos— no eran conscientes de su peligrosidad ni eran capaces de detectarlas.
“Que los grupos que hagan rituales y en ellas utilicen sustancias… pues casi todas valdrían”, explica a Vozpópuli el experto en drogas Antón Gómez-Escolar. “Casi todas las religiones en un origen tenían el uso de algún sacramento relacionado con alguna sustancia psicoactiva, incluso drogas alucinógenas, como es el caso de la ayahuasca, o el cactus de peyote, las setas”.
"Pero esto es algo que ha pasado toda la vida", insiste el psicofarmacólogo creador del canal educativo Drogopedia. "No hay más que pensar en los famosos misterios elusinos en la antigua Grecia, en los cuales consumían una pócima, el quiqueón, que contenía sustancias psicoactivas y que hacía que los iniciados tuviesen experiencias, en las cuales entraban en trance y sentían que entraban en contacto con los dioses. Esto es propio de prácticamente todas las religiones antiguas".
En el siglo XXI, las sectas se adaptan a los tiempos actuales. El primer lugar en el que consiguen captar víctimas es en redes sociales, un caladero propicio para entrar en contacto con personas descontentas, con inquietudes insatisfechas y en ocasiones faltos de relaciones.
“Las sectas han encontrado en las redes sociales su aliado más potente”, asegura el experto en sectas Luis Santamaría. “Les sería imposible llegar a tantísima gente sin el uso de nuevas tecnologías como internet. Las sectas más pequeñas tienen un potencial de difusión enorme porque no importa dónde esté localizada. Ni siquiera hace falta tener más de una sede”.
Como siempre ha ocurrido, el efecto secta se ve amplificado por el aislamiento de los individuos, que se radicalizan en la presencia de otros semejantes y ante la supervisión de un líder al que deben obediencia. Los dogmas y las falsas supersticiones empujan a los seguidores a caer cada vez en un círculo más cerrado y se les invita por parte de las personas al frente del grupo a desconfiar de amigos y familiares, para poder así dominar por completo sus voluntades.
“Nunca ha sido tan fácil identificar la vulnerabilidad de una persona como ahora con la información que mostramos en nuestras redes sociales”, cuenta el experto en Vozpópuli. “Después, con unas estrategias muy calculadas se dedican a aislar. Cada vez es más frecuente lo que yo denomino "sectarismo sin secta", es decir, que no les hace falta ni acudir a una reunión. Son captadas, adoctrinadas y manipuladas a través de internet y es a través de esta tecnología como les hacen un seguimiento. Aunque parezca mentira creerlo, es posible un enganche emocional y un abuso espiritual a través de WhatsApp, Instagram o TikTok. No pensemos sólo en adolescentes, es algo de todas las edades”.
Las sectas del siglo XXI tienen que hacer frente a una dificultad añadida para este tipo de aislamientos, y es que raro es la persona que no porta un móvil encima todo el día, el cual le permite estar en contacto en todo momento vía telefónica o telemática con gente a la que pedir ayuda, si fuese necesario.
Una vez se han implementado las dos fases anteriores en mayor o menor medida —depende de la secta en cuestión— se suele animar a los seguidores a participar en rituales o ceremonias donde es fácil entrar en un estado alterado de conciencia. “prácticamente todas las drogas que existen, tanto legales como ilegales, se pueden utilizar en este tipo de contextos ”, explica a Vozpópuli el psicofarmacólogo Antón Gómez-Escolar.
"La ayahuasca es una droga psicodélica que se elabora combinando varias plantas amazónicas", ilustra el experto en drogas. "Entre ellas, una que se llama banisteriopsis caapi, que contiene unas sustancias que se llaman inhibidores de la monoaminoxidasa".
Esto, como explica Luis Santamaría, puede conseguirse por medio de estupefacientes u otras sustancias, pero también alterando el estado de ánimo “y es que la adicción no es necesaria adquirirla a través de una sustancia”, asegura.
“El adepto se convierte en una suerte de adicto que no necesita ingerir ni esnifar ni pincharse nada. Todo ese efecto en su mente lo consigue la doctrina de la secta y sus dinámicas grupales”, cuenta Luis Santamaría del Río, autor de ‘A las afueras de la cruz: las sectas de origen cristiano en España’, miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas y director de Oropel. “Pero sí hay algunos grupos que las utilizan. Y mucho. Es una técnica para el debilitamiento físico y psíquico de los adeptos, para hacerlos más vulnerables en ese proceso de sometimiento y control de la personalidad”.
“Últimamente las sustancias que más estamos encontrando en el ámbito de la New Age y los grupos neochamánicos, son aquellas de tipo alucinógeno de origen vegetal o animal, tales como la ayahuasca, el sapo bufo alvarius, la rana kambó o el peyote”, alerta Santamaría. “Sus peligros para la salud física y mental son claros, y generan una dependencia mayor del grupo y de su líder”, concluye el experto en sectas.
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