La huelga de hoy es un intento más de los sindicatos para recuperar el terreno perdido durante la legislatura de Zapatero y canalizar el descontento existente.
El gran malestar social ha tomado forma, sobre todo, en las redes sociales y a través de unas demostraciones convocadas de manera casi espontánea y sin la necesidad de ser abanderadas por las agrupaciones sindicales.
Es decir, las centrales han comprobado cómo durante esta crisis se ha erosionado su mayor arma, el ‘monopolio’ de la calle, a manos de plataformas como el 25-S o el 15-M.
Los líderes sindicales consideran que tenían que declarar el paro para no verse sobrepasados por unos movimientos ciudadanos que ya los están desplazando. Y tienen que demostrar que aún retienen su tradicional capacidad de movilización masiva.
Sin embargo, bastantes grupos (como por ejemplo el sindicato de los funcionarios CSIF, el andaluz de los funcionarios SAF, distintas representaciones de médicos o enfermeros, muchas asociaciones del taxi, entre otras) se han descolgado, y se espera un seguimiento limitado.
Por eso, las agrupaciones obreras centrarán sus esfuerzos en conseguir manifestaciones multitudinarias en Madrid y Barcelona. Han de demostrar que siguen vivos, que pueden dar cauce al malestar social y que representan a partes muy amplias de la sociedad.
Tras cinco años de crisis, las agrupaciones sindicales se enfrentan a un futuro plagado de interrogantes y corren el peligro de que se perciban como demasiado institucionalizadas y cercanas al poder, tal y como reconocen el secretario general de Comisiones Obreras, Ignacio Fernández Toxo, y el secretario de comunicación de CCOO, Fernando Lezcano, en un artículo de opinión publicado en la revista Gaceta Sindical en julio del año pasado.
Estos líderes sindicales argumentan que la crisis tiene su origen en la especulación y que están siendo muy atacados porque representan “el último muro de contención ante las políticas neoliberales”.
No obstante, en este escrito pergeñado para el consumo interno de CCOO, Toxo y Lezcano hacen un ejercicio de autocrítica y señalan algunos de sus problemas: “La progresiva institucionalización que en ocasiones ha ido en detrimento del protagonismo de los afiliados y afiliadas; un insuficiente ejercicio de la autonomía e independencia del sindicato que puede suponer que, en ocasiones, y por parte de ciertos colectivos, se nos haya visto excesivamente próximos al poder y por tanto hayan recelado de nosotros”.
Además, admiten que se ha debilitado el espíritu militante; que hay escaso rigor en el reclutamiento de sindicalistas; que pasan demasiado tiempo en las sedes o que no existen controles para la actividad de sus permanentes sindicales...
Y plantean una serie de retos:
- ¿Cómo intervienen y organizan a los grupos desvinculados de la sede empresarial como parados, autónomos o pensionistas?
- Dada la atomización empresarial tan abundante en España, ¿cómo pueden entrar en las empresas más pequeñas?
- La estructura productiva española se orienta hacia el sector terciario y la sociedad del conocimiento. Sin embargo, a los sindicatos les resulta complicado conectar tanto con los inmigrantes y trabajadores precarios empleados en los servicios, como con los colectivos más cualificados.
- Cada vez menos trabajadores creen necesario afiliarse. Y la alta rotación de trabajadores y la externalización de actividades también conllevan menos afiliación.
- El sindicato ha asumido en la actualidad un papel negociador a la hora de establecer la distribución de la riqueza. No obstante, según Toxo y Lezcano, la crisis ha puesto de manifiesto los límites de esta opción: la sociedad ve al sindicato “como parte integrante del sistema”, y esta apuesta “puede interpretarse como una supeditación al poder político”.
Conscientes de su necesidad de modernizarse y de atraer a los jóvenes, los sindicatos quieren aprovechar que el Gobierno de Rajoy presenta unos Presupuestos muy restrictivos para colocarse de nuevo al frente de las protestas. Pueden incluso apoyarse en las críticas del FMI a la excesiva velocidad de los recortes. Y cualquier político prefiere, por mor de la estabilidad, que los sindicatos sean quienes capitalicen el malestar.
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