Siempre recordará la cara de los primeros afganos que llegaron a Dubai... y sus pies. Porque iban descalzos, rompiendo de forma abrupta con toda su existencia, sin tiempo para hacer una pequeña maleta. "Hubo que traer zapatos de España", recuerda el teniente coronel Fernando Cid Auñón, del Ejército de Tierra, al evocar todo lo que vivió en la base aérea de Dubai, punto clave para la extracción de 2.200 personas que se produjo hace un año, una de las misiones más complejas a las que se han enfrentado las Fuerzas Armadas en los últimos tiempos.
La primera idea era desplegar directamente en Kabul. Hacer una evacuación escalonada y que los afganos que habían colaborado con España, así como el personal diplomático, montasen en aviones debidamente protegidos, en un aeropuerto que, hasta ya entrado el mes de agosto, cumplía con todos los requisitos de seguridad habituales. Pero todo se precipitó. En apenas dos días hubo que cambiar toda la misión. Cientos de personas irrumpieron en el aeródromo y las autoridades afganas se vieron engullidas por el avance de los talibán.
Kabul bullía en el caos. Ya no era posible aterrizar con normalidad. No se podía evacuar tal y como estaba previsto. Casi a cada minuto llegaban noticias nuevas que obligaban a modificar todos los planes de contingencia. Y en esas surgió la oportunidad de establecer un puesto avanzado en Dubai, donde los militares españoles -y el resto de fuerzas occidentales- trasladarían a sus afganos, para después llevarlos a sus propios países.
En el mundo militar impera una máxima: cada vez que se trabaja de forma estrecha con civiles, la labor debe ser lo más fluida posible, sin contratiempos sobrevenidos. ¿Cómo hacerlo en un momento tan convulso como la evacuación de Kabul, que España culminó con la extracción de 2.200 personas?
Buena parte de esa responsabilidad recayó en el regimiento más joven del Ejército de Tierra, el Regimiento de Operaciones de Información nº1 (ROI), especializado en todas las cuestiones relacionadas con las labores de enlace e interacción personal. Su misión era discreta, pero necesaria para minimizar el margen de incertidumbre.
El teniente coronel Fernando Cid Auñón lideró el pequeño equipo encargado de gestionar el tránsito de los afganos en Dubai. Días críticos, sin un momento para el respiro: "¡No te daba tiempo a pensar que no tenías tiempo!", esboza en conversación con este diario. Su testimonio forma parte del serial con los relatos de militares españoles que participaron en el operativo, con motivo del primer aniversario del acontecimiento.
La capitán Oliva, sanitaria, narró sus contactos con unos afganos que llegaban hastiados, al límite de sus fuerzas; el capitán Peña habló de los cálculos a los mandos de los aviones A400 del Ejército del Aire para sacar al mayor número de personas posible; y un suboficial del Mando de Operaciones Especiales (MOE) detalló la tensión que se vivió en el atentado que sacudió las inmediaciones del aeropuerto.
Planeamiento sobre Kabul
El 10 de agosto empieza a sonar el tema de que va a haber una evacuación y se prealerta a la unidad. El coronel decide que vaya yo al mando del dispositivo del regimiento. Había estado de de vacaciones en Valencia, con mi mujer y mi hijo, pero enseguida dije que sí.
Lo primero que tocó hacer fue la selección de personal. Todos los integrantes acumulan muchas misiones en casi todos los escenarios. A mediados de agosto mucha gente estaba de vacaciones, como yo, pero nadie dijo que no. Insistí en todo lo malo que podía ocurrir, les ponía en lo peor posible. No quería que nadie fuera engañado o arrastrado por desconocimiento. Aún así, todos dieron luz verde.
La previsión inicial no era volar tan pronto. Y, además, la idea era desplegar directamente en Kabul, sin establecer un punto intermedio de extracción en Dubai, como finalmente fue. La unidad había hecho ejercicios de evacuación de no combatientes [civiles], que tiene unas características muy particulares. Teníamos procedimientos y herramientas, pero como unidad nunca habíamos participado en una evacuación real de este tipo.
El día 14 se produjo la primera reunión y el 16 fuimos de Valencia a Zaragoza, desde donde partía el avión. Éramos ocho del ROI, y el resto del equipo, hasta llegar a once, lo completaron un médico de la Brigada Paracaidista y un sanitario y un enfermero del Mando de Operaciones Especiales (MOE). No conocíamos a estos tres últimos, pero el entendimiento fue bueno. Reuní a todos unos minutos y les di un briefing muy básico con instrucciones de cómo teníamos que movernos por Kabul, algunas cuestiones de seguridad.
El planeamiento de la misión fue complicado porque fue muy sobrevenido. Hay que tener en cuenta que no es un país próximo y que todos los cambios son más complejos. La idea del día 14 era volar a Kabul, cuando la embajada española aún estaba operativa. Pero en esas, la embajada se repliega al aeropuerto y cambia todo.
Nosotros teníamos dos misiones: ejercer de enlace con la embajada y auxiliarla en el proceso de control de personal a evacuar. Iba a ser con la embajada de Kabul, pero finalmente fue con la de Dubai, donde se estableció el punto intermedio de evacuación.
Una huida sin zapatos
El 16 volamos a Dubai en el primer A400 que salió de Zaragoza. No da muchas opciones de hablar. Dormimos lo que pudimos hasta aterrizar el día 17 por la mañana. El avión despegó poco después de llegar, con el personal del EADA que debía quedarse en Kabul y, a la vuelta, traer a los primeros afganos. Aprovechamos ese rato para aclarar dónde nos quedábamos nosotros, cómo entrar en el país, dónde dormir y todo lo demás.
Empezamos a ejercer todas las tareas de enlace con las autoridades emiratíes, principalmente con el coronel de la base, con el embajador español en Emiratos Árabes y con el oficial de la agregaduría de Defensa. Así empezamos todas las labores de coordinación a la espera de que llegase el primer avión.
Había otros países, como los británicos y los americanos, que tenían un destacamento en la base de Dubai. Eso les daba cierta ventaja. Nosotros no teníamos esa presencia y cada vez que entrábamos o salíamos teníamos que seguir un estricto y extenso protocolo de seguridad. Pero sin el apoyo de Emiratos la operación quizá no habría sido posible. Las autoridades emiratíes fueron muy proclives a apoyarnos en todo, desde el uso de pistas, de autobuses en la base para trasladar a los afganos de un avión a otro… Todo. La comunicación con ellos era en inglés y el entendimiento fue difícilmente mejorable.
La llegada del primer avión fue la más complicada de gestionar. Eran unos cincuenta afganos. No había muchos procedimientos establecidos y llegaban en unas condiciones muy difíciles. Las imágenes eran tremendamente impactantes. Estaban en muy mal estado y muchos no tenían ni siquiera zapatos. Tuvimos que movilizar todo para traer a Dubai zapatos desde España, sobre todo para los niños. Una familia llevaba una manta atada con todo lo que habían podido reunir, otros no traían nada.
Los afganos no tienen mucho, y en esa huida hay que pensar todas las complicaciones que se encuentran. Ir desde Badghis -por poner un ejemplo- hasta Kabul, en un país en guerra, era un hito complicado. Los afganos llegaban muy cansados, con hambre. Se veían muchas diferencias. Los que venían de Kabul quizá tenían algunos estudios, pero los que llegaban de zonas rurales… eso es un mundo casi medieval.
¿Quién gestiona la llegada de los afganos a Dubai? Un pequeño destacamento del EADA, que eran cinco efectivos, y nuestra unidad de once. Teníamos que trasladarlos del A400 en el que habían llegado a otro, que regresaría a España. Los organizamos debidamente e hicimos un listado que facilitase el trabajo a las autoridades españolas cuando llegasen allí, donde detallábamos el nombre, la edad y relación familiar. Esa lista se convirtió un poco en la piedra filosofal del tiempo que estaban en Dubai, que era muy poco.
Nuestra obsesión es que todas las familias estuviesen reunidas. Las evacuaciones en Kabul eran muy rápidas y todos vimos lo que pasaba en el exterior. Podía pasar que las familias se rompiesen, que llegasen unos en un avión y otros en el siguiente. En la medida de nuestras posibilidades, les reuníamos en Dubai para que regresaran juntos. Así sería más fácil distribuirlos cuando llegaran a España.
La relación con Estados Unidos
Sin despliegue de Estados Unidos no habría habido evacuación de nadie. Pero nosotros también dábamos apoyo a Estados Unidos, nos traíamos su gente si teníamos hueco. Era un poco el mundo al revés. Les ayudamos un poquito dentro de esa inmensidad.
Teníamos pocos momentos para el descanso. Por la normativa de la base, entrar y salir llevaba un tiempo. Íbamos de madrugada a la base, apoyábamos la llegada del avión de Kabul, pasábamos a los afganos al otro avión, hacíamos el listado y lo enviábamos a España. Después íbamos al hotel; o comías o dormías, no daba tiempo a las dos cosas. Y volvíamos por la tarde.
¡No te daba tiempo a pensar que no tenías tiempo! Entrabas en una dinámica de trabajo intensa, que sabías que era importante todo lo que hacías. Jamás noté ningún síntoma de cansancio entre los míos, salvo cuando se montaban en el bus, que se dormían al minuto.
Era fácil perder la perspectiva del día en el que estábamos. No fue mi caso. Me estaba comprando una casa en Madrid y tenía que firmar el día 30, así que miraba el paso de los días [ríe]. Mi mujer estaba algo preocupada, pero pude hacer un poder judicial para que ella firmase la hipoteca si yo no llegaba a tiempo. En el fondo no importaba mucho qué día era. En lo único en que te fijabas era en el siguiente hito, en mandar el listado, en recibir el siguiente avión.
El atentado demostró que el despliegue de 3.000 americanos y 700 británicos en el aeropuerto fue clave para asegurar el aeropuerto durante todos los días que duró la evacuación. Hay que destacar su valor de sacrificio. Un avión español estaba en el aeropuerto cuando fue el atentado, pero no sabíamos si los afganos que iban a bordo se habían enterado. Intentamos que no lo supieran por el momento para que estuvieran tranquilos.
Una vez concluida la misión, sabes que hay afganos que se quedan allí. Pero sacamos a muchos más de los que esperábamos sacar. Siempre podemos mirar la botella medio vacía o medio llena. Podemos pensar en que les puede costar la adaptación, porque su mundo ha desaparecido y han sido trasladados a otro; o puedes pensar en que los niños que hemos traído tendrán un futuro. Tenemos que ser respetuosos con la cultura y saber que seguramente son más felices allí, antes de que llegaran los talibán, con infinitamente menos, que en su nueva vida en Madrid. Pero se les ha proporcionado una vida, que allí no la tenían asegurada.
Mi hijo, de cinco años, y mi mujer me esperaban en Torrejón. Los abracé nada más llegar. En ese momento te das cuenta de lo afortunado que eres con la vida que llevas. Es un sentimiento que surge siempre cuando vuelves de misión. Occidente en general y España en particular son una burbuja en el mundo. Ver así a los afganos impresiona tremendamente. Las familias partidas, verlos descalzos, las caras desencajadas… impresiona mucho. Creo que si no nos impresionase no seríamos humanos, seríamos máquinas.
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