No es habitual que los libros divulgativos sobre el terrorismo aúnen los atentados de los diferentes grupos que han actuado en España. Lo más tradicional es que se centren en los crímenes de ETA o en los yihadistas o en los del terrorismo de estado. Ese esfuerzo de síntesis sí está recogido en la obra El terrorismo en España De ETA al Dáesh (Cátedra) que ha escrito Gaizka Fernández Soldevilla, uno de los historiadores jóvenes especializados en esta materia.
Esta obra cuenta de forma resumida pero certera la historia del terrorismo en España desde 1960. El autor analiza las relaciones de semejanza entre los diferentes grupos terroristas, fueran de donde fueran y matasen por lo que matasen, con una mirada que en todo momento tiene en cuenta a sus víctimas. Los damnificados por el terror, sea del color que sea, son en el fondo los protagonistas de esta obra que recoge los momentos más dolorosos de la historia reciente del país.
Los hechos que se cuentan van acompañados de unas conclusiones que se antojan necesarias para comprender qué es el terrorismo en esencia y cuál es la magnitud de esa ya célebre expresión (aunque desafortunada para él) de la "batalla por el relato" en el caso de ETA . Un terrorismo, el de la banda nacionalista vasca que, por motivos obvios, ocupa la mayor parte del libro. Fernández Soldevilla conversa con Vozpópuli sobre algunas de estas cuestiones presentes en la obra.
Aunque se escuden en justificaciones distintas, los terroristas, sus acciones y las consecuencias de las mismas se parecen. Les guía el mismo principio: el fin justifica los medios sangrientos. Las bandas terroristas comparten otros rasgos esenciales
P. ¿Qué tienen en común unos y otros grupos terroristas? ¿Una de esas cosas es que nunca lograron sus objetivos?
R. Aunque se escuden en justificaciones distintas, los terroristas, sus acciones y las consecuencias de las mismas se parecen. Les guía el mismo principio: el fin justifica los medios sangrientos. Las bandas terroristas comparten otros rasgos esenciales: uno, su clandestinidad, su reducido tamaño y su carencia de un territorio propio; dos, una radicalización fanática e incivil; tres, un imaginario épico y un discurso del odio; cuatro, el uso de la violencia terrorista como principal método de acción; cinco, la idea de que las víctimas son un precio necesario; y, por último, han fracasado a la hora de alcanzar sus objetivos fundacionales. Los atentados no consiguieron dibujar nuevas fronteras en la península para crear estados etnolingüisticamente homogéneos, ni imponer una dictadura estalinista, ni resucitar la dictadura franquista ni implantar la sharía en un neocalifato de Al Andalus
P. Usted expone que los terroristas primero cosificaron y animalizaron a las víctimas a las que luego mataron o intentaron matar. Por eso defiende que los historiadores deben colocar en un lugar relevante a los damnificados. ¿Puede decirse que quienes ahora quieren opacar a las víctimas en la elaboración del famoso relato vuelven a cosificarlas o animalizarlas o marginarlas?
R. En efecto, hoy en día estamos asistiendo a una nueva deshumanización de las víctimas: su ocultamiento. Los responsables son propagandistas que elaboran un relato que explicita o implícitamente justifica el terrorismo a posteriori. Su prioridad es servir a una causa política, aun cuando el precio a pagar sea tergiversar los acontecimientos, denigrar a las víctimas y reproducir los discursos del odio. De nuevo, el fin justifica los medios. La mayoría de estos autores no solo carece de formación académica, sino que desprecia la historia como disciplina. Se trata de proselitistas que escriben una literatura panfletaria, ad probandum, sin investigación previa y con nulo respeto por la deontología historiográfica. Por eso no me convence mucho la expresión de "batalla por el relato". No es justo poner en el mismo nivel al propagandista que al historiador.
Los terroristas no están predestinados a matar, ni han perdido el juicio, ni son autómatas, ni marionetas, ni víctimas del sistema o de las circunstancias. Eligen la violencia terrorista porque creen que es la más adecuada para conseguir sus objetivos, que ellos creen nobles
P. Defiende en sus conclusiones que el terrorista es terrorista simplemente porque decidió hacerlo. Habla del concepto de "la elección deliberada" pero lo une, claro, a la transferencia de culpabilidad. El terrorista siempre busca una excusa, un culpable al que 'colocar' su modo de actuar. ¿Cómo de importante es, en ese sentido, la importancia de la propaganda del terrorismo?
R. Los terroristas no están predestinados a matar, ni han perdido el juicio, ni son autómatas, ni marionetas, ni víctimas del sistema o de las circunstancias. Eligen la violencia terrorista porque creen que es la más adecuada para conseguir sus objetivos, que ellos creen nobles. La prueba más evidente es que, en una coyuntura similar, personas de la misma edad e ideología eligen no matar. Por tanto, si el terrorista se hace también es responsable de sus actos. Evidentemente la propaganda niega tal hecho y prefiere trasferir la culpa de los atentados a otros, sobre todo cuando el atentado les sale "mal".
P. Otra de tus conclusiones es que, en esa difusa frontera entre lo real y lo ficticio, es que se impone la tesis irreal de que ETA dejó de matar por el rechazo de la sociedad. ¿Qué pasó en realidad? Y, más importante, ¿qué tienen que hacer los historiadores para que esas percepciones erróneas no se impongan?
R. Es evidente que la sociedad vasca rechazaba la violencia, pero ETA no dejo las armas por ese motivo, ya que nunca le importó la opinión de los ciudadanos. Aunque le costó décadas, fue el Estado de derecho el que consiguió acabar con la banda. Por un lado, la Ley de Partidos dejó fuera de las instituciones al brazo político de ETA, lo que facilitó el crecimiento de Aralar, un partido independentista que condenaba el terrorismo. Aquello alarmó a la “izquierda abertzale” ortodoxa. Por otro lado, la eficaz actuación policial a ambos lados de la frontera fue desmantelando los comandos, los aparatos y las cúpulas de ETA, lo que dejó a la organización inoperante, falta de “santuario”, sin líderes experimentados y con disidencias internas.
De 2000 a 2011 fueron arrestados 1.415 presuntos miembros o colaboradores de ETA. Entre 1999 y 2011 las FCSE incautaron 1.545 armas de fuego, 811 granadas y 23.881 kilogramos de explosivo. En esas circunstancias la relación entre la banda y su anteriormente servil entorno se fue tensando hasta que estalló la crisis. ETA intentó paralizar el debate sobre su continuidad con un atentado en las torres Kio de Madrid en enero de 2010, pero fue frustrado por la Guardia Civil. Tras aquel fiasco, la banda tuvo que asumir su derrota. No lo hubiera hecho si creyese que tenía posibilidades de conseguirlo, pero a esas alturas estaba claro que la suya era la historia de un fracaso.
P. Para terminar, en el libro dice que "el terrorismo no es cosa del pasado"...
R. Claro. De acuerdo con la Global Terrorism Database, entre los años 2000 y 2018 los perpetradores asesinaron a 231.870 personas en todo el planeta. Aun reduciendo el foco, las cifras siguen siendo escalofriantes. El Libro blanco y negro del terrorismo en Europa, cuyos datos han sido actualizados por el Centro Memorial, indica que desde 2000 a 2020 los atentados han costado la vida de 1.944 ciudadanos de la UE. En su mayoría tales crímenes fueron cometidos por grupos o individuos yihadistas y, en menor medida, ultraderechistas. Son las principales amenazas terroristas a las que nos enfrentamos en la actualidad. Mas no debemos ignorar otras, tal vez menos visibles, pero peligrosas a largo plazo. En ciertos ámbitos se han perpetuado el blanqueamiento del terrorismo, el fanatismo y los discursos del odio. Precisamente ese fue el caldo de cultivo del que surgieron ETA, los GRAPO y las siglas neofranquistas. Por eso es útil la labor de instituciones como el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo en el que trabajo.
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