Hubo un tiempo en el que la clac independentista llegaba a Madrid un miércoles para acompañar a Artur Mas en el Supremo y ya se quedaba hasta el viernes para jalear a Josep Lluis Trapero en la Audiencia Nacional. Los autobuses salían en plena noche desde Vilanova i la Geltrú y ofrecían el paquete completo: desplazamiento + bocata + bufanda amarilla. Este lunes, el mayor de los Mossos d’Esquadra acudió de nuevo a la Audiencia Nacional, pero sin el respaldo de antaño, sin nadie que reivindique ya su causa. En su paseíllo hacia el banquillo de los acusados, esta vez en Madrid solo había frío, silencio y una soledad en parte buscada por él mismo.
Trapero era un héroe, el referente de la Policía catalana que había abatido a tiros a los yihadistas de La Rambla. El mismo que despachó a un periodista extranjero que se quejó porque en sus ruedas de prensa se hablase en catalán: “Bueno pues molt be, pues adiós”. Se hicieron camisetas con aquella frase convertida en consigna. Todavía hoy se pueden comprar por Amazon a un precio inferior a los 20 euros. Frente a las críticas por la falta de reflejos de los Mossos ante aquel atentado, el independentismo corrió a envolver en la bandera al jefe policial. Faltaban apenas unas semanas para el referéndum y el mensaje tenía que quedar claro: una Policía madura para un país maduro.
Javier Melero, abogado del conseller de Interior Joaquim Forn, sostiene la teoría de que los problemas de Trapero con la Justicia por el 1-O son la consecuencia de los recelos que despertó su entronización tras el atentado del 17-A. No ayudaron las imágenes del mando tocando la guitarra en solaz esparcimiento junto a Carles Puigdemont, Joan Laporta o Pilar Rahola en Cadaqués.
Festassa amb amics a Cadaqués. pic.twitter.com/X05eZZutqw
— ? Pilar Rahola (@RaholaOficial) August 9, 2016
Aquello fue mucho antes de que Trapero se presentase como José Luis en el Tribunal Supremo donde desveló incluso un plan para detener a Puigdemont. Ese día Trapero rompió su silencio para presentarse ante la Justicia y echar un jarro de agua fría sobre cualquier rescoldo que pudiese quedar de aquel kumbaya veraniego con los popes del soberanismo. Trazó un abismo entre los Mossos y el plan rupturista que resultó útil al Supremo para establecer sus condenas. Para entonces, el mosso ya había vuelto a su autoimpuesto exilio personal. Hasta este lunes.
Interrogatorio
En sus preguntas, el fiscal Miguel Ángel Carballo insistió varias veces en vincular su nombramiento como mayor de los Mossos a la confianza que tenían puesta en él desde la cúpula independentista de cara a asumir los planes rupturistas. Trapero lo negó, dijo que el presidente Puigdemont no tenía nada que ver y que, de hecho, hubo presiones contra su nombramiento. Que se propuso en 2016 y no se hizo efectivo hasta abril de 2017. Cabe señalar que después se produjo la paella en can Rahola donde Trapero se arrancó a tocar los acordes de Paraules d’ amor.
Afeitado y ataviado con un traje oscuro, Trapero llegó a la Audiencia Nacional acompañado de dos fieles como Ferrán López –responsable de Mossos durante el 155- y el actual responsable del Tráfico de la Policía catalana, Juan Carlos Molinero. También estaba el actual jefe del cuerpo autonómico, Eduard Sallent, bajo cuyo mando se han reestablecido las relaciones con el Ministerio del Interior. Y ya. La foto distaba mucho del recibimiento multitudinario entre aplausos que le brindaron decenas de mandos del cuartel general de los Mossos en Sabadell tras declarar por primera vez ante la juez Carmen Lamela.
La sala de vistas, esta vez sin supporters ni curiosos en la zona de público, se quedó enorme para un Trapero que desplegó como procesado un discurso menos certero que en el Supremo como testigo. Agrandó aún más la brecha con “el tema de la independencia” y llegó a tildar a sus promotores como “esta gente”. Para reforzar su independencia, desveló episodios inéditos como una bronca telefónica con el líder de la ANC, Jordi Sànchez, de las que se acaba colgando bruscamente después de gritar un “tú a mí no me dices cómo lo tengo que hacer”. También reveló nuevos avisos al Govern de que los Mossos no participarían en una doble legalidad.
Pero combinó ese discurso con algunas explicaciones en las que el fiscal escarbó en busca de lagunas. Trapero dijo no haber tenido evidencias de que los actos en los colegios antes del 1-O tuviesen el objetivo de impedir el desalojo. Explicó que en la Junta de Seguridad en la que Interior se reunió con la Generalitat tres días antes de la consulta no alertó del riesgo que para la seguridad tenía continuar con el referéndum porque no le parecía el lugar adecuado. Defendió que el día de la votación se movilizaron agentes hasta de “debajo de las piedras”, pero admitió que no se anularon los días de vacaciones. “Es muy difícil”.
Consideró que los manifestantes del 20-S “no eran aparentemente violentos” y que en todas las manifestaciones se gritan “barbaridades”. Garantizó que si los concentrados ante la Consejería de Economía hubiesen querido materializar sus consignas, los Mossos sí hubiesen cargado contra la multitud. El fiscal le recordó entonces que los manifestantes lograron impedir que salieran las autoridades o que acudiesen al edificio con los detenidos. El mayor de los Mossos concedió la posible comisión de errores, pero negó siempre connivencia alguna con el plan secesionista. La estrategia es renunciar a su imagen de infalible policía a cambio de evitar la condena por rebelión o sedición. Se pudo equivocar, pero no se rebeló.
En varias ocasiones despejó balones fuera. Dijo ser el máximo responsable de los Mossos, pero matizó que no puede responder por el comportamiento de sus 18.000 efectivos. Declaró que la intendente Teresa Laplana –también procesada- no dependía de él. Culpó a la Guardia Civil por no haber avisado de que iban a realizar un registro el 20-S. Descansó en la Comisaría General de Información la labor de detectar qué se estaba gestando en las chocolatadas de los colegios. Pidió que le pregunten a Ferrán López por qué se mandó a los antidisturbios a un partido a puerta cerrada en el Camp Nou…
A las 18.45 la presidenta del tribunal, Concepción Espejel, dio por finalizada la sesión tras más de cuatro horas de explicaciones que continuarán este martes. Cuando Trapero abandonó el edificio, en el exterior seguía el silencio, el termómetro marcaba en negativo y se había hecho de noche.
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