La historia de los tsunamis en Canarias es un asunto que se estudia poco por la escasez de registros históricos detallados, especialmente antes del siglo XV. Una de las razones por las que en la islas la documentación antigua no aporta datos es porque los isleños, para evitar ataques de piratas, obviaban vivir en zonas de costa como los gatos huyen del agua. Aunque se han documentado al menos ocho eventos desde 1492, la mayoría fueron de pequeña escala y causados por terremotos distantes. Los tsunamis documentados han sido en 1755, 1761, 1929, 1941, 1969, dos en 1975 y 14 de noviembre de 2020. Un evento del 382 d.C. podría estar en el origen de un tsunami en Canarias.
También hay otros que se han descartado como el del 5 de mayo de 1706, durante la erupción volcánica de Arenas Negras en Tenerife, se reportó un posible tsunami. Sin embargo, un análisis detallado de las crónicas de la época, especialmente la de Bory de Saint-Vincent, revela inconsistencias y exageraciones en la descripción del evento. La mezcla de efectos volcánicos con inundaciones costeras habituales en la zona, sumada a la tendencia a dramatizar los eventos catastróficos en la época, sugiere que el supuesto tsunami podría ser una interpretación errónea de otros fenómenos.
Estos hechos han sido objeto de investigación por las investigadoras Galindo, Romero, Martín González, Vegas y Sánchez, que han estudiado los tsunamis históricos en Canarias para evaluar su riesgo futuro y proponer medidas preventivas. Su trabajo, realizado desde el IGME y la Universidad de La Laguna, publicado por Geosciences, analiza registros históricos y geológicos para comprender mejor estos eventos y fomentar estrategias de mitigación que protejan a la población y las infraestructuras.
El tsunami de 1755, originado en el gran terremoto de Lisboa, es uno de los eventos más significativos para el archipiélago y que generó las Dunas de Maspalomas. A pesar de su intensidad, los daños en Canarias fueron limitados, principalmente en infraestructuras costeras y causando pánico en la población. El doctor en Ciencias del Mar de la ULPGC, Ignacio Alonso, afirma que en un sondeo que se realizó en la Playa del inglés en 2008, con motivo del Estudio Integral de la Playa y Dunas de Maspalomas, y en el que se perforó hasta una profundidad de 19,5 metros, arrojó unos resultados, que una vez estudiados, alteraron la concepción de la génesis dunar del sur de Gran Canaria.
Un terremoto de magnitud 7,2 sacudió los Grandes Bancos de Terranova en noviembre de 1929, desencadenando un devastador deslizamiento submarino que generó un tsunami con alcance transatlántico. Si bien los modelos predicen que las olas alcanzaron las costas de Canarias unas seis horas después, similar a lo ocurrido en Portugal, la amplitud real del tsunami en el archipiélago canario es incierta. Los registros históricos sugieren que, de haber llegado, lo hizo con una altura de onda muy reducida, inferior a los 20 centímetros observados en Portugal.
Los grandes deslizamientos gravitacionales en Canarias han dejado una huella geológica evidente, generando depósitos de tsunami en lugares como el valle de Agaete y Teno. Sin embargo, la identificación de tsunamis asociados a otros eventos, como terremotos de origen más lejano, ha sido más compleja. Recientes investigaciones en La Graciosa han permitido reinterpretar antiguos depósitos sedimentarios costeros como producto de un tsunami generado por un terremoto en el suroeste de la Península Ibérica, ampliando así nuestro conocimiento sobre la diversidad de eventos que pueden originar tsunamis en el archipiélago.
La carta del funcionario Ricardo Val al Rey Fernando VI ofrece un relato de los efectos del maremoto de 1755 en Canarias. En Gran Canaria, Las Palmas fue testigo de un fenómeno inusual: el mar se retiró y avanzó varias veces, inundando la Ermita de Nuestra Señora de la Luz y dejando un pecio al descubierto. Este patrón se repitió en Fuerteventura y Lanzarote, donde incluso se dañaron infraestructuras como las Salinas del Río. La altura de las olas, que inundó la ermita a más de 5 metros sobre el nivel del mar, sugiere un impacto significativo. A pesar de estos eventos, los daños materiales fueron relativamente limitados debido a la baja densidad poblacional costera de la época.
La historia documentada de Canarias desde el año 1402 y la baja densidad poblacional de sus costas hasta mediados del siglo XX está marcada por un predominio de asentamientos en el interior de las islas, resultado de la necesidad de protegerse de ataques corsarios. La intensa ocupación actual de las zonas costeras dificulta aún más la identificación de depósitos relacionados con tsunamis, a pesar de lo que se han registrado al menos ocho eventos confirmados que afectarán a las costas canarias: dos en el siglo XVIII, cinco en el siglo XX y uno en el siglo XXI, además de otros dos posibles, uno en época romana y otro también en el siglo XX.
La mayoría de los tsunamis registrados en Canarias fueron originados por terremotos distantes, especialmente en el límite entre las placas Azores-Gibraltar. Si bien muchos de estos eventos fueron de baja amplitud y detectados únicamente por mareógrafos, algunos, como el devastador tsunami de 1755, tuvieron impactos significativos. Este evento, con olas estimadas en al menos 5 metros y una inundación que alcanzó un kilómetro tierra adentro, provocó daños limitados en Canarias, afectando infraestructuras como las salinas del Río en Lanzarote y generando pánico en comunidades costeras de Tenerife y Gran Canaria.
Entre ellos destacan los tsunamis generados en el Banco de Gorringe, la dorsal de Gorringe es una extensa montaña submarina ubicada en el Atlántico, al oeste de Portugal. Con una altura de más de 5.000 metros, es la montaña más alta de Portugal y forma parte de la zona de falla Azores-Gibraltar, los cuales podrían alcanzar alturas de ola de hasta ocho metros en zonas como El Golfo (El Hierro) y el norte de Lanzarote. Asimismo, se han identificado riesgos relacionados con desprendimientos costeros, como el ocurrido en La Gomera en 2020, que generó olas rápidamente propagadas y difíciles de prever. Aunque estos fenómenos son menos frecuentes, eventos pasados han demostrado su potencial destructivo, como el desprendimiento de 1930 en Madeira que causó múltiples víctimas.
Además, los megadeslizamientos submarinos, aunque extremadamente raros, representan un peligro potencialmente catastrófico. Se estima que estos fenómenos podrían generar olas de hasta 100 metros, afectando no solo a Canarias sino a regiones costeras a nivel global. Un ejemplo notable fue el tsunami de 1929, que se cree estuvo vinculado a un gran desplazamiento en la zona. La evaluación y planificación frente a estos riesgos deben considerar no solo su baja recurrencia, sino también el impacto creciente debido al aumento exponencial de la población y la urbanización en el litoral canario.
Desde 1755, cuando Canarias tenía menos de 160.000 habitantes, la población ha crecido hasta superar los 2,2 millones en 2020, con una densidad de 292 habitantes por kilómetro cuadrado. Esta transformación ha intensificado la exposición al riesgo, especialmente en áreas costeras densamente pobladas como la capital de Gran Canaria, que hoy albergan infraestructuras críticas para el comercio marítimo mundial. Históricamente, olas superiores a 6 metros impactaron Santa Cruz en 1941, mientras que eventos más catastróficos como el deslizamiento de Cámara de Lobos en Madeira en 1930 dejaron 19 muertos y numerosos heridos.
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