España

La huida de Ucrania al Zendal de 45 mujeres y niños: "No sé qué será de nosotros, pero gracias España"

Después de tres noches y 6.000 kilómetros, 45 refugiados llegan al Zendal desde Cracovia. A algunos les esperan sus familias y a otros, la incertidumbre

La calima tapa el Hospital Zendal como un manto. Entre el anaranjado paisaje emerge un autobús de grandes dimensiones. En su interior, 45 mujeres y niños ucranianos que llevan tres noches de viaje y más de 6.000 kilómetros a sus espaldas. Entre ellos está la hija de Irina y su nieta, que tiene autismo y necesidades especiales. Irina espera junto a otros familiares a que se detenga el vehículo para poder abrazarles y decirles cuánto les quiere. Ha sido un viaje largo y plagado de incertidumbre. Después de 6.000 kilómetros, una abuela ha podido abrazar a su nieta.

Algunos no saben qué les espera en España. Otros llevan días sin poder hablar con su familia, atrapada en la guerra de Putin. Los niños descienden con agilidad. Sus madres, con más lentitud. Tienen las piernas entumecidas Hay también personas mayores y hasta un periodista jubilado que dice que “Zelenski es un orgullo”. Apenas 4 españoles se acercan al hospital para vacunarse, como vestigios de otra época, representantes de la penúltima pesadilla del siglo XXI.

Este convoy humanitario ha sido fletado por la Agencia de Futbolistas Españoles (AFE) y la Comunidad de Madrid, cuyos bomberos han acompañado a los ucranianos desde la misma Cracovia. Han traído a 45, pero quedan muchos más por venir. Es más, según ha podido saber Vozpópuli, la noche del martes llegó un avión con más refugiados al Zendal, donde les hacen test de antígenos, ofrecen atención médica, comida, juguetes y material de primera necesidad (pañales, compresas, etc.).

El bus que ha traído a los 45 refugiados ucranianos/ Clara Rodríguez

Muchos ucranianos llegan exhaustos, y se nota. La afluencia de cámaras y personal provoca un ataque de pánico a la nieta de Irina, que tiene que ser atendida. Otros ucranianos se marchan directamente con las personas que han ido a recogerlos. “Llevan días viajando, quieren irse a casa”, asevera un miembro del cuerpo de bomberos.

Aun así, el sentimiento general es de agradecimiento. Anna, que solo tiene 17 años, lo expresa así: “No sé qué va a ser de nosotros, pero gracias España”. Ella y su madre, Natalia, escaparon de Odesa, una de las zonas más golpeadas por las bombas de Putin. Su equipaje se reduce a unas pocas mochilas y una pequeña maleta. Van a ser acogidos en casa por José y Sandra. “No les conocemos de nada, pero vimos lo que estaba pasando y no nos podíamos quedar en el sofá de brazos cruzados”, dice José.

Natalia comparte las palabras de agradecimiento de su hija y subraya lo bien acompañadas que han estado en el trayecto con los bomberos madrileños: “La organización ha sido maravillosa. Han tratado fenomenal a los niños… Fue un viaje bonito y muy agradable. Muchas gracias”. Natalia tiene una hermana en Polonia, pero ha preferido venir a España: “En Polonia la gente fue muy hospitalaria y nos dieron ropa, productos higiénicos, atención médica… Pero quise venir a España por mi hija. Creo que es un buen país para que un niño crezca”.

Una sanitaria del Hospital Zendal juega con uno de los bebés que viaja en el convoyCarlos Luján / Europa Press

Entre tanta nostalgia brillan con luz propia los bebés. Ajenos a todo, o al menos así lo parece. Uno tiene unos ojos azules donde quedarse a vivir. Sonríe mientras juega con su madre. Otro hace travesuras con una pelota sobre las rodillas de su madre. Le preguntamos sobre el padre con la ayuda de Sergio, un traductor, pero las lágrimas son un lenguaje universal.

Días sin noticias de la familia

Lililla ha venido para recoger a su hermana, que viaja con dos niños pequeños. Uno tiene 8 años y se llama David. Dice que es del Real Madrid y le gusta jugar a fútbol, con lo que le augura un gran futuro en la capital. Su hermana tiene 17 años y se llama Luba. “Mi hermana y su madre han venido huyendo de la guerra. Vivían en Leópolis. Ahora vamos a vivir juntos”.

El marido de su hermana se ha tenido que quedar, ante la prohibición de que los hombres de entre 18 y 60 años abandonen el país. Tampoco ha podido salir del país su otro sobrino, de 27 años, y su mujer, que está embarazada de 8 meses. “No viene porque tiene miedo del camino. Hablo con ellos muy poquito porque están en refugios sin cobertura”. Lililla lleva cuatro días sin saber nada de la familia de su marido.

“Mi hija lleva días en un sótano”

Entre las mujeres y los pequeñajos destaca un señor de pelo gris que ataca con cuchillo y tenedor una tortilla. Es el periodista jubilado Boginskyi Serhll, que tuvo en su día su propio programa en Ucrania. “Estoy cansado, pero muy contento porque nos han atendido muy bien. Estoy agradecido con todos los que han participado en el rescate. Deseo que todo termine pronto. Mi hija lleva días en un sótano a salvo de las bombas de Rusia. Estoy harto de la guerra”.

Se le ve muy entero a pesar de las circunstancias. Sonríe, y desea que haya un día en el que “Ucrania y España sean una sola familia en la Unión Europea. El próximo año quiero que las selecciones de Ucrania y España jueguen juntos en un mismo equipo”.

Conductores y bomberos: “Haremos más viajes”

Los españoles que acompañaban a estas familias no tienen ninguna duda, repetirán nuevas odiseas si es necesario. “Ha sido una experiencia satisfactoria a nivel personal. Ha sido un largo recorrido y muchas horas, pero si tenemos que volver lo haremos sin lugar a dudas”, dice Sergio Jiménez, uno de los dos conductores. Su compañero, Luis Manuel Sardinero, asegura que ha sido un “placer haber podido servir de chófer a esta gente”.

Sergio Jiménez y Luis Manuel Sardinero, conductores del autobús que a traído a 45 ucranianos al Zendal/ Clara Rodríguez

Israel Naveso, responsable de la coordinadora unitaria de bomberos profesionales, ha formado parte del equipo de bomberos que les ha acompañado. Él y el resto de convoyes salió el viernes 11 de marzo destino Cracovia. Cinco días después, misión cumplida. “Lo principal para nosotros es que a pesar de la dureza, del cansancio, de las horas de conducción, siempre ha habido buen ambiente. Tenemos intención de seguir e incluso de fletar aviones”.

Ulises viajó el equivalente a varias vidas en busca de Ítaca, que no era otra cosa que su propio hogar. España puede ser la Ítaca de muchos ucranianos, y sobre todo de sus bebés, que sin capacidad para abrir los ojos todavía a la muerte, guardan el secreto de encontrar cobijo en lo ajeno. Ojalá España sea su Ítaca.

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