El excomisario José Villarejo se ofreció a ayudar a un exministro de Guatemala acusado en su día de ordenar la ejecución de varios presos en su país. Se trata de Carlos Vielmann, juzgado en la Audiencia Nacional y finalmente absuelto. El polémico policía trasladó su ofrecimiento a un amigo en común, llamado Julio Ligorría, quien le informó de que Vielman sí ordenó las ejecuciones. “En ocasiones hay de alguna manera que resolver las cuestiones”, bromeó al respecto Villarejo. Le quedaban menos de nueve meses en libertad.
La conversación la grabó, una vez más, el propio Villarejo. Fue el 10 de febrero de 2017, cuando llevaba unos meses jubilado de la Policía, pero mantenía la intensa actividad de sus negocios privados, ahora bajo investigación. El excomisario se encontraba en Nueva York junto a su amigo Adrián de la Joya. Precisamente habían viajado a EEUU en el marco del encargo que les había hecho un empresario naviero español para que le salvasen de ser extraditado a Guatemala, donde le reclamaban por corrupción.
Para este negocio, Villarejo había ofrecido a este empresario naviero sus influencias en la Audiencia Nacional a cambio de diez millones de euros. Aquel día de febrero en Nueva York, Villarejo y de la Joya se reunieron con un ciudadano guatemalteco llamado Julio Ligorría, ex embajador de su país en EE.UU. La idea era convencerle de que él tenía que ser el próximo presidente de Guatemala y disolver la CICIG, el organismo que pedía la extradición de su cliente.
En esa charla a la que ha tenido acceso Vozpópuli, Ligorría le comentó a Villarejo que Vielman era amigo suyo desde el colegio y estaba siendo juzgado en España por culpa de la CICIG: “¿Tú sabes que hay un ministro de Gobernación que está siendo juzgado en España por este grupo? Carlos Vielman”. “Lo conozco perfectamente”, replicó Villarejo, quien sabía que el asunto lo estudiaba la Audiencia Nacional.
Ligorría se mostró confiado en que le iban a condenar, pero Villarejo se mostró menos tajante. El exembajador guatemalteco y proyecto de presidente en los osados planes de Villarejo, se quejó de que los abogados de su amigo eran “buenos, pero rigurosamente legalistas y no polìticos”. En ese punto, el excomisario se ofreció a echar una mano: “Hablamos con algún representante suyo cuando tu quieras si tienes interés y que se le ayude”.
Sin embargo Ligorría rechazó la oferta, pero regaló al micrófono de la grabadora de Villarejo una relevante información: “Ahora, el tío sí se cargó a unos tipos en la cárcel”. Lejos de disuadir la confesión, el polémico mando tuvo tiempo de bromear: “En ocasiones hay de alguna manera que resolver las cuestiones, como dicen los cubanos: ‘vamo a resolvel’”.
Carlos Vielmann
Vielmann, ministro de Gobernación entre 2004 y 2007, fue juzgado en la Audiencia Nacional. En concreto se le acusaba de haber autorizado la ejecución de diez presos que se habían fugado o amotinado en dos cárceles de aquel país en los años 2005 y 2006. Por estos hechos, la Fiscalía pedía para él una condena de 160 años de cárcel por ocho delitos de asesinato y 300.000 euros de indemnización para cada uno de los fallecidos. La acusación particular y popular pedía una condena de 300 años por diez delitos de lesa humanidad.
Sin embargo el tribunal le absolvió un mes después de la charla entre Ligorría y Villarejo. “No ha quedado acreditado que el acusado tuviera conocimiento de las circunstancias reales en que se produjo la recaptura y fallecimiento de las personas indicadas, más allá de los reportes que de tales acontecimientos iba recibiendo por los canales oficiales”, dicen los hechos probados de la sentencia dictada por la Sección Segunda de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional a la que ha tenido acceso este periódico.
La resolución contó con un voto particular del magistrado José Ricardo de Prada, quien si consideraba culpable al exministro guatemalteco. Este juez consideró probada “la participación delictiva del acusado en los graves episodios de ejecuciones extrajudiciales de 10 reclusos, directamente causados por una estructura policial paralela integrada por algunos de sus más inmediatos colaboradores”.
A juicio de De Prada, no era “verosímil que no fuera consciente de lo que estaba ocurriendo en un recinto cerrado, ‘cuyo interior estuvo recorriendo a pie y lo sobrevoló y en el que se llevaron a cabo acciones parapoliciales evidentes por personas disfrazadas de swat, con pasamontañas y armas espectaculares que nada tenían que ver con el armamento oficial”.
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