Que Yolanda Díaz iba a anunciar su candidatura a la presidencia del Gobierno era una obviedad. Lo hizo este domingo ante 3.000 personas. No hay ninguna novedad, y, sin embargo, todo ha cambiado. Lo que se vio en el polideportivo Antonio Magariños de Madrid, donde Pedro Sánchez cocinó jugadas de baloncesto, fue un proyectil a Podemos. Los morados fueron los grandes ausentes. Solo ellos impidieron la foto de la unidad tan ansiada. Y, por eso, tienen encima toda la presión. Están contra las cuerdas. El electorado de izquierda es muy sensible a los conflictos fratricidas. Las batallas de sus líderes por el poder dejan a la gente en casa a la hora de votar. Ese es el gran riesgo de Sumar, que no seduzca, que mate la ilusión.
Podemos hace la lectura inversa. Puesto que ellos son el partido hegemónico de ese espacio -al menos por el momento-, consideran que sin ellos no hay posibilidad alguna de que la izquierda a la izquierda del PSOE tenga éxito y sea competitiva en las urnas. Se ven con la fuerza suficiente para plantear un pulso suicida a Yolanda Díaz, quien dejó claro que no quiere tutelas, porque ella no es de nadie por mucho que el exlíder de Podemos Pablo Iglesias le ofreciera la cartera de ministra de Trabajo que ha utilizado para catapultar su liderazgo. Tanto Yolanda Díaz como Podemos esperan el resultado del 28 de mayo.
Las cuentas que arrojen las urnas serán la prueba definitiva para calibrar el devenir del experimento de unidad que desarrolla la vicepresidenta en el laboratorio de Moncloa. Si Unidas Podemos, la coalición de Izquierda Unida y Podemos que concurre en los comicios municipales y autonómicos, sufre el duro revés que anticipan la mayoría de casas de encuestas, la posición negociadora de Ione Belarra y, por ende, de Pablo Iglesias, estará anulada. Si, por el contrario, el resultado es acepable y puede venderse como un éxito, será Yolanda Díaz quien sienta aún más la presión de los morados.
El dolor de cabeza de Pedro Sánchez
Porque si algo demostró el fiasco andaluz del año pasado, es que la desunión hace la debilidad. Y no solo eso, la desunión es posible. Porque en esas elecciones Podemos terminó metiendo a sus candidatos como independientes por un "error" forzado de Izquierda Unida y Más País, que dejó a los morados sin ser parte oficial de la candidatura. Todo un agravio que dinamitó las relaciones entre los de Alberto Garzón y Podemos. Ese verano se rompieron los botellines del pactó que selló Pablo Iglesias en 2016.
El gran dolor de cabeza de Pedro Sánchez es la guerra a su izquierda. Él ha tomado partido. El líder del PSOE apoya a Yolanda Díaz, consciente de que solo si a ella le va bien podrá estar en Moncloa cuatro años más. Pero Sánchez no puede doblar el pulso a Podemos. Tan solo puede aliarse con la 'dama roja' para neutralizarles. O sea, intentar hundirles. Y lo hace. Tanto la moción de censura como la reciente presentación de la ley de Familias, de la que Moncloa apartó la semana pasada a la secretaria general de Podemos y ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra, dan cuenta de ello. El problema es que cabrear a Podemos es jugar con fuego, porque los morados, conducidos por Pablo Iglesias, han demostrado una tenacidad a prueba de bombas.
Pero será Podemos quien sufra, sí o sí. Tanto si su marca termina confluyendo con Yolanda Díaz como si no, lo cierto es que la vicepresidenta segunda ya ha enterrado el ímpetu con el que nacieron los morados. Ahora es ella la que ha nacido. Ella ya es la sucesora de ese espacio, el poder lo tiene Yolanda Díaz, no Podemos. A los morados les corresponde aceptar su final. Lo que surgió del 15-M, hace 12 años, está agotado. Entraron al Gobierno y se institucionalizaron. Llegaron lejos. Hasta el mismo Consejo de Ministros, pero su tiempo pasó. Ya no hay casta. No hay nuevo y viejo. Toca empezar de cero.
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