Zarza-Capilla es un pueblo de menos de 300 habitantes ubicado en la Comarca de la Serena (Extremadura). Podría parecer una localidad más de la llamada España Vaciada, pero lo cierto es que esconde dos 'secretos' muy interesantes: además de ser el pueblo que dio origen a Estopa, tiene un taller textil que se encarga de producir chalecos antibalas y paracaídas para ejércitos de todo el mundo y servicios de seguridad, entre ellos el de Estados Unidos.
Se trata de una cooperativa textil que nació en 1975 por un grupo de mujeres con el objetivo de confeccionar ropa, aunque la historia les tenía preparado un futuro muy diferente. La madrileña Parafly, dedicada a productos militares y de seguridad, contactó con el taller para producir unas tandas de sus paracaídas y chalecos antibalas. El resultado fue tan positivo que acabó convirtiéndose en su brazo industrial y parte fundamental de la compañía.
Desde entonces, se repite el 'modus operandi': desde Madrid se envían a Zarza-Capilla las materias primas y los patrones para que el taller, sin descanso desde las 6.30 hasta las 14.30, convierta las telas y los dibujos en paracaídas y chalecos antibalas de primera calidad. Una labor donde la artesanía y la experiencia es fundamental, dado que una mala costura puede traducirse en un final fatal.
Consuelo Caballero, una de las fundadoras del taller que a sus 77 años, sigue yendo al taller, aunque cada vez de forma más ocasional. Pese a su edad, el taller es su gran legado y la principal vía de supervivencia del pueblo.
Consuelo Caballero, una de las fundadoras del taller que a sus 77 años, sigue yendo al taller, aunque cada vez de forma más ocasional. Pese a su edad, la cooperativa es su gran legado y la principal vía de supervivencia del pueblo. Al fin y al cabo, se trata de una fuente de empleo -trabajan alrededor de treinta personas, según la demanda de productos- para una población con cada vez menos habitantes, servicios y negocios.
Por poner algunos ejemplos, antes había dos bares y ahora solo queda uno, además de un albergue. No hay más que dos tiendas de ultramarinos -una en cada núcleo del pueblo- y el último colegio que seguía operativo lleva décadas cerrado. Al fin y al cabo, en los últimos treinta años, Zarza-Capilla ha visto cómo su población ha menguado por debajo de la mitad.
Además, la residencia de ancianos de la localidad cada vez tiene más trabajo, debido a que año tras año son más los mayores locales que dejan de valerse por sí mismos. La existencia de este taller es lo que permite Zarza-Capilla tenga futuro, aunque algunos de sus trabajadores provengan de pueblos cercanos como Cabeza del Buey o Peñalsordo.
Estados Unidos es uno de sus mercados, pero también otros países como Angola, México o Uruguay
¿Para quién fabrican estos productos? Los trabajadores del taller textil no lo saben, dado que es confidencial. En este pueblo extremeño se producen los chalecos y los paracaídas y se envían a Madrid. Parafly, con sede en Tres Cantos, prueba y homologa cada productor para después comercializarlo. Estados Unidos es uno de sus mercados, pero también otros países como Angola, México o Uruguay.
Los productos que ofrecen en Parafly y se producen en Zarza-Capilla son muy variados: desde paracaídas para tropas hasta unos dedicados al lanzamiento de torpedos. También unos destinados a proyectiles iluminantes o lanzamiento de minas. También se ofrecen 'paracas' para tropas, frenado de aviones y bombas.
También se producen paracaídas para cargas y de extracción, que son complementarios entre sí: el primero se encarga de que la carga llegue al suelo de manera correcta y el primero es uno pequeño que sirve para empujar la carga fuera del avión.
En cuanto a los chalecos, se ofrecen chalecos para personal antidisturbios, así como productos para policías de todo el mundo. También otras opciones más finas, para llevar por debajo de la ropa. También se manufacturan chalecos para militares y balísticos.
El pueblo que se dividió en dos
Es curioso que Zarza-Capilla se dedique a fabricar material policial y militar, porque es un pueblo que conoce bien la guerra y aún vive las consecuencias de ella. Esta pequeña localidad sirvió de resistencia republicana ante el avance de las tropas franquistas en 1938, lo que hizo que sufriera las consecuencias de la guerra: 30 bombarderos redujeron el pueblo a cenizas. No fue como el Guernica, pero casi.
Con Franco ya en el poder, en lugar de reconstruir el pueblo, el régimen decidió levantar un nuevo asentamiento en las faldas del valle, pero tardó cinco años en entregar las casas nuevas y tan solo estaban disponibles para un tercio de la población. Por la tardanza y por la imposibilidad de dar una casa a cada vecino, muchos optaron por reconstruir sus casas.
Lo hacían de noche para que el régimen no les pillara: si lo hacían, les tiraban su trabajo. Franco solo quería un pueblo, el 'de abajo', pero la voluntad de los vecinos hizo que 'el de arriba' siguiese existiendo. Con el tiempo, acabó siendo un pueblo, pero dividido en dos. Y así sigue siendo hasta hoy, con una histórica rivalidad entre ambos núcleos que hoy es residual.
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