Historia

Grafton: el experimento libertario que terminó en caos y osos

El periodista Matthew Hongoltz-Hetling relató en 'Un libertario se encuentra con un oso' el sueño frustrado de un pueblo libertario

  • Portada de 'Un libertario se encuentra con un oso'. -

Esta es la triste y aleccionadora historia de lo que pasa cuando desaparece el estado. Empezaremos por el final, el sueño libertario llevado a la práctica en el ‘país de la libertad’,  en el estado más liberal, y en el pueblo libertario fue devorado por la realidad. Los libertarios, no confundir con su versión anarquista, son ultraliberales económicos pasados de vueltas. Esta ideología/creencia promueve garantizar la libertad individual, la propiedad privada, un comercio absolutamente libre y reducir a su mínima expresión la acción gubernamental. Estos ultra turbo liberales sostienen que cualquier impuesto es un robo y promueven la desaparición de las instituciones y servicios públicos a su mínima expresión.  

En nombre de la libertad defienden que un bollo ideado para un niño pueda contener medio kilo de azúcar o  que alguien pueda vender su comida libremente sin controles sanitarios, que un vecino se pueda pasear con dos revólveres por mitad del pueblo a lo John Wayne, o que esté permitido acceder al centro de la ciudad con un coche propulsado por queroseno. Huelga decir que promueven privatizar o suprimir los servicios públicos más esenciales como la sanidad o la educación. Nunca han llegado al poder de un estado pero ha habido experimentos como el Grafton, un pequeño pueblo de Estados Unidos, en el que estos entusiastas de la libertad pusieron en práctica su modelo. Spoiler: salió muy mal.

Grafton, un pueblo de apenas 1.200 habitantes, se convirtió en el epicentro de la Free Town Project, una iniciativa que en la década de 2000 atrajo a una oleada de activistas libertarios convencidos de que podían demostrar al mundo que la sociedad puede funcionar sin intervención gubernamental. Su ideal: impuestos mínimos, ausencia de normativas, una comunidad basada en la autosuficiencia y el respeto mutuo. Entre 2004 y 2016 los ‘free-towners’ comenzaron a influir en el gobierno municipal y convencieron al número suficiente de vecinos para promover bajadas de impuestos. Pero la utopía se topó con la realidad de una forma primitiva. Con el gobierno reducido a su mínima expresión, servicios esenciales como el mantenimiento de carreteras, la seguridad pública y el control de residuos fueron abandonados o se tornaron precarios. “Durante siete largos años, se unieron a otros aliados ahorradores para lanzar proclamas en contra de cada ley y cada impuesto a la vista: uno a uno, fueron borrando desembolsos del presupuesto municipal y arrancándole a la comunidad servicios fundamentales como si de pedazos de piel se trataran”, señala el periodista Matthew Hongoltz-Hetling en Un libertario se encuentra con un oso, donde recoge el sueño frustrado de esta experiencia libertaria.

Sin bomberos, sin policías, con mucha basura...

La eliminación de normas sobre la alimentación de la fauna silvestre y la gestión de desperdicios atrajo a una población inesperada: osos negros. Y aunque Disney nos los haya presentado como seres adorables, sonrientes que comen miel y siempre dan los buenos días, son unos animales a los que no conviene acercarse. Hongoltz-Hetling demuestra ser un apasionado de estos mamíferos y cuando uno termina el libro tiene decenas de datos curiosos sobre el mundo osuno. Son sorprendentemente rápidos para su tamaño y tienen un olfato impresionante, capaz de detectar algo de comida a kilómetros. Cuando tienen hambre no se acercan amablemente a la cesta de mimbre para hurtar unos sandwiches y un tarrito de miel, destrozan puertas de casas y, lo más grave, arrancan brazos y piernas humanas como el que pela una naranja, tal y como relata el autor en varios incidentes.

El libro, dividido en pequeños capítulos, es un compendio de historias sobre los vecinos humanos y plantígrados de Grafton que se remonta a la época colonial británica. Desde entonces, este terruño se mostró reacio a los gravámenes, entonces de la Corona inglesa y más tarde del gobierno norteamericano. Pero esta localidad nunca vivió bajo una presión fiscal escandinava, dentro del ya laxo sistema tributario estadounidense había que sumarle pertenecer a New Hampshire, que lleva por bandera su liberalismo económico.

“Acordaron el apagado permanente de la mayoría de las farolas para ahorrar en electricidad y suprimieron largos tramos de carretera para ahorrar en equipamiento y materiales de construcción. Grafton rechazó financiar banalidades como el iluminado de las calles por Navidad o los fuegos artificiales el Día de la Independencia. Y, aunque el Consejo de Planificación sobrevivió a los recortes, los free-towners y otros vecinos afines destriparon su presupuesto inicial, que pasó de dos mil libras a quinientas y, finalmente, a la simbólica cifra de cincuenta dólares”, señala el autor.

Sin bomberos, sin policía, sin servicio de recogida de basuras, el sueño libertario concluyó como una pesadilla: “Pese a varios esfuerzos prometedores, el robusto sector privado randiano no logró reemplazar a los servicios públicos. El supuesto cuerpo de bomberos privado dirigido por Bob Hull no conseguía apagar ningún fuego. Un mercado de agricultores libertarios funcionó débilmente algunos años hasta que desapareció. Y la propuesta de una milicia de colaboración público-privada no llegó a levantar el vuelo. A medida que los libertarios se iban deshaciendo de cada vez más servicios públicos, se hacía patente que lo que quedaría tras la purga no sería la idealizada cultura de responsabilidad individual que tanto deseaban, sino más bien una andrajosa comunidad de campamentos en los bosques, algunos de los cuales empezaron a suscitar quejas por fugas de aguas residuales y otras condiciones de vida insalubres. Muchos otros indicadores también parecían moverse en la dirección equivocada. Los índices de reciclaje pasaron del 60 por ciento al 40 por ciento. La cifra anual de agresores sexuales registrados se incrementó de forma constante: ocho en 2006 y veintidós en 2010; uno por cada seis habitantes. En 2006, el jefe de policía Kenyon se unió a las autoridades estatales para arrestar a tres hombres de Grafton relacionados con un laboratorio de metanfetaminas en el pueblo, y en 2011 Grafton presenció el primer asesinato de toda su historia. Cuando un hombre fue acusado de ser un gorrón por sus dos compañeros de habitáculo, este los mató con un revólver de 9 milímetros y uno de calibre 45 que usó para disparar dieciséis veces a uno de ellos. En 2013, la policía disparó y mató a otro residente de Grafton tras un robo armado. En total, el número de llamadas a la policía se disparó más de un 200 por ciento al año”, concluye el periodista.

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