“Ucrania se ha dividido entre dos tipos de personas: gente que ayuda, que lo entrega todo, y quienes hacen dinero con la tragedia de los demás. Aquí, en Jmelnitski, alquilar un apartamento costaba unos 1.000 dólares al mes. Ahora hay quien pide 4.000”. La voz de Andrei* oscila entre el alivio y la amargura. Su familia ha logrado escapar de Bucha, una población en las afueras Kiev reducida a escombros por los ataques de artillería rusos, y reunirse en Jmelnitski, ciudad ubicada en esa parte occidental de Ucrania que Vladimir Putin parecía ignorar hasta hace pocos días. Por fin está a salvo, pero sigue en shock por lo vivido en la huida y el futuro le aterra. No quiere combatir. En una guerra caracterizada por las proclamas heroicas de quienes resisten ante un enemigo muy superior, Andrei confiesa su miedo: “Si voy al frente moriré el segundo día”. Tiene 28 años, es cineasta y busca “otra forma” de ayudar a su país.
Su ciudad natal ha corrido la misma suerte que Irpin o Gostomel, puntos clave en el avance de las tropas rusas hacia Kiev y escenarios de intensos combates en los que los ataques de artillería se han cebado con los civiles. Mientras los rusos estrechan el cerco sobre la capital y concentran efectivos en sus principales accesos, como Gostomel o Irpin, en Bucha los bombardeos castigan sin piedad las zonas residenciales. No hay comida, ni agua ni electricidad y un número indeterminado de sus residentes permanece en los sótanos. Las tropas rusas han atacado repetidamente los corredores humanitarios establecidos para evacuar a los civiles. Ese es el infierno del que la familia de Andrei ha logrado escapar.
“Mi huida es muy corta comparada con lo que han vivido otros (ucranianos). Yo estaba en Kiev; mi familia muy cerca, en Bucha. Un amigo me llamó el viernes para decirme que tenía sitio en un coche y que probablemente no habría otra oportunidad para ser evacuado. No quería irme: soy cineasta, todo mi trabajo, todo lo que tengo está en el apartamento que compartía en Kiev. Pero no soy un combatiente y si hubiera muerto en la capital también lo habría perdido todo. Así que cogí la cámara, mi ordenador y unos libros y me preparé para partir”, explica.
El viaje para escapar del creciente cerco a la capital comenzó a primera hora del sábado y fue una carrera de once horas sin descanso: desde Kiev hasta Jmelnitski. Solo les detenían los ‘check-points’ en los que combatientes ucranianos revisaban su documentación y buscaban armas. “No sabría decir cuántos controles pasamos, tal vez más de 20. Tuvimos suerte porque hubo menos bombardeos que de costumbre. Se escuchaban una y otra vez las sirenas pero no recuerdo bombas. Tampoco recuerdo mucho, solo que conducíamos lo más rápido posible”, cuenta.
Ahora, Andrei y su familia están a salvo. Quien más ha sufrido es su hermana de 13 años –“tiene ataques de pánico e intentamos no hablar de la guerra con ella”- aunque ayer había mejorado notablemente -“ya puede andar con normalidad y come. A veces incluso sonríe”-. Por el momento la familia se quedará en Jmelnitski pero si las cosas empeoran “enviaremos a mi madre y mi hermana a otro país de Europa. Ni yo ni mi padre podemos abandonar el país –todo hombre de entre 18 y 60 años tiene prohibido salir de Ucrania-, tendremos que coger un arma y pelear”.
En la relativa seguridad de su nueva vida, Andrei recuerda que huir de Kiev fue una decisión difícil, que solo tomó cuando supo que su familia había logrado subir a un tren en Bucha para abandonar la ciudad. “Allí, en Bucha, impera la lucha por la supervivencia. Si puedes encontrar comida entre los escombros eres afortunado. No hay nada, no hay alimentos, no hay agua, no hay gas. Pero sí pillaje por parte de los civiles y los combatientes, que rebuscan entre los comercios destruidos. Cuando se ha intentado evacuar a la población en autobuses los rusos han disparado contra los conductores”.
*Nombre ficticio para proteger la identidad del entrevistado
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