La austríaca Natascha Kampusch pasó ocho años secuestrada en un minúsculo sótano en el que sufrió golpes y abusos. Pero los diez años que ha vivido ahora en libertad desde la huida de la casa de su raptor en agosto de 2006 han sido más difíciles de lo que ella misma imaginaba. Kampusch fue secuestrada a los diez años de edad, en 1998, cuando se dirigía a su escuela en Viena. Su secuestrador, Wolfgang Priklopil, la encerró durante ocho años en un zulo sin luz natural, hasta que la joven logró escapar el 23 de agosto de 2006.
Priklopil, un admirador de Hitler, se suicidó ese mismo día arrojándose a las vías de un tren. "Sólo en pocos momentos he sido verdaderamente libre en los pasados diez años. He regresado también a una cárcel. Una cárcel de opiniones y prejuicios", explica la joven de 28 años en una reciente entrevista en la televisión pública austríaca ORF. El motivo: el interés de los medios y la hostilidad de algunas personas, sumado a numerosas "teorías de la conspiración" sobre su secuestro, han restringido su libertad y la han frustrado y entristecido a lo largo de estos años.
Cuando se supo de su liberación, los austríacos se quedaron perplejos al ver con vida a quien todos daban por muerta
Ese malestar se relata en su último libro publicado este mes y que se titula 'Natascha Kampusch: 10 años de libertad'. Ahí cuenta que ha recibido cartas amenazantes, la han tratado de agredir en la vía pública o ha presenciado cómo contaban chistes sobre ella. Todo eso ha tenido un impacto en la vida social de esta mujer de ahora 28 años y ha limitado sus salidas a la calle. Ya antes de su liberación, el caso Kampusch era carnaza para la prensa sensacionalista del país alpino, que se había cebado en mala relación entre los padres e incluso habían sugerido que su madre, Brigitta Sirny, podría estar implicada en el secuestro.
Cuando se supo de su liberación, los austríacos se quedaron perplejos al ver con vida a quien todos daban por muerta, después de que el mayor operativo policial desplegado en la historia del país no hubiera dado resultado. Una vez pasado el asombro inicial, el secuestro se convirtió en una polémica política y mediática por las acusaciones de irregularidades en la investigación, ya que había indicios claros que podrían haber llevado al secuestrador. La policía ya conocía a Priklopil, dueño de una furgoneta blanca como la que se utilizó en el secuestro y descrito como alguien que sentía atracción por menores, y sin embargo nunca se le interrogó.
Sus detractores
A partir de ese momento empezaron a surgir todo tipo de teorías y rumores, como que hubo dos secuestradores, que una red de pedófilos estaba involucrada, la existencia de vídeos sexuales o que Priklopil no se suicidó sino que fue asesinado. Miembros conservadores del poder judicial, al verse cuestionados, atacaron a Kampusch y hasta sugirieron que era una mentirosa, trataba de encubrir hechos, o estaba con Priklopil, quien la sometió a todo tipo de humillaciones, por voluntad propia.
Un antiguo presidente del Tribunal Constitucional llegó a afirmar que lo que vivió Kampusch durante el secuestra era, posiblemente, mejor que la vida con sus padres. El partido ultraderechista FPÖ utilizó en actos de la formación rumores de que Kampusch había tenido un hijo y lo había asesinado. "Que tanta gente crea lo que se escribe en los diarios. Algunas señoras mayores han tratado de agredirme y me han llamado mentirosa o zorra", relata la joven con tristeza. "Hubo situaciones que podrían haber sido peligrosas porque se ha generado odio hacia mí", agrega.
"Algunas señoras mayores han tratado de agredirme y me han llamado mentirosa o zorra", relata la joven
Después de cinco revisiones del caso, la última con ayuda de la policía criminal alemana y el FBI estadounidense, en 2013 se dio carpetazo a las 300.000 páginas de investigación desechando todas las teorías infundadas que habían hecho fortuna. Kampusch trata ahora de rehacer su vida dejando atrás el mal trago del secuestro y las mentiras: toma clases de canto y equitación como terapia para superar su pasado, quiere retomar los estudios y ha colaborado en la ayuda a refugiados.
La joven es propietaria de la casa de Strasshof, en Baja Austria, en la que pasó su infancia secuestrada. La Justicia se la concedió como compensación, pero ella la define como "una maldición" y se siente mal cuando pasa por allí, una vez cada dos meses, para solucionar alguna cosa práctica. En la entrevista concedida a ORF la joven desecha la posibilidad de haber cambiado de nombre o de lugar de residencia porque ella no es "ninguna criminal" y no debería ocultarse. Alguna gente, sin embargo, no entiende por qué ha escrito un segundo libro sobre su vida en libertad, después de un primer volumen en el que contaba su secuestro. Su argumentación es sencilla y contundente: "Para que otros relaten mi vida, prefiero hacerlo yo misma". "Ahora ha empezado la fase en la que trato de verdad de llevar las riendas de mi vida", cuenta con su habitual entereza.
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