Internacional

Barnier anuncia subida de impuestos a los ricos y las grandes empresas

Michel Barnier ha asegurado que el déficit público, que en 2024 llegará al 6%, y la deuda de 3,2 billones de euros (112% del PIB)

“Francia está al borde del precipicio” a causa de una deuda “colosal”. Así ha justificado el nuevo primer ministro francés la necesidad de subir tasas a las “grandes empresas” y aumentar los impuestos a “los más ricos”. 

En un discurso programático muy general y sin sorpresas ante la Asamblea, Michel Barnier ha asegurado que el déficit público, que en 2024 llegará al 6%, y la deuda de 3,2 billones de euros (112% del PIB) se verán reducidos con su propuesta. Según sus cálculos - más bien deseos -, en 2025 Francia habrá reducido su déficit a un 5% y llegará a la meta del 3% en 2029.

Largo lo fía Barnier que ha insistido sobre el hecho de que la deuda solo se puede reducir con una reducción de gasto público cuyo perímetro no ha concretado. En todo caso, la “contribución excepcional” de las grandes fortunas y de las empresas con altos beneficios responden a “la exigencia de justicia fiscal”, según el nuevo jefe de gobierno.

Reducir el gasto significa, según Barnier, renunciar al dinero mágico, a la ilusión de todo gratis y a la tentación de subvencionar”, tres flechas al presidente Emmanuel Macron, criticado por el sector más liberal de los conservadores.  Un discurso de realismo que responde también a su promesa de “decir la verdad” sobre las cuentas públicas, después de las vaguedades del anterior ministro de Finanzas, Bruno Le Maire.

En el aspecto social, el nuevo gobierno confirma la abrogación de la reforma del desempleo, que ya el exprimer ministro , Gabriel Attal, había semienterrado en plena campaña electoral para las legislativas de julio. Barnier quiere reunir a sindicatos y patronal para estudiar un nuevo proyecto en el que, ha insistido, se debe tener en cuenta a los trabajadores “seniors”. La reforma de las pensiones, sin embargo, se mantiene.

Inmigración, en un “impasse ideológico”

En su hora y 23 minuto de discurso ante los legisladores, Michel Barnier hizo un repaso general, quizá demasiado, a los asuntos que preocupan a los franceses y, así, abordó también la cuestión de la inseguridad y la inmigración. Después de afirmar que la inmigración y la integración no están gestionadas de manera satisfactoria, Barnier quiere sacar el asunto de la inmigración del “impasse ideológico donde unos y otros la han colocado”. Barnier ha adelantado dos medidas a explorar:  un tratamiento más eficaz y rápido de las peticiones de asilo y la prolongación del límite de estancia de extranjeros irregulares en centros de retención, ahora fijado a 90 días máximo.

El racismo, el antisemitismo, el comunitarismo y las violaciones son los asuntos sobre los que Barnier ha dicho ejercerá una especial vigilancia. La muerte de la joven Philipinne, a manos de un violador marroquí con orden de expulsión, un crimen que ha conmocionado a la sociedad francesa estaba en la mente de todos los diputados. El minuto de silencio que los diputados mantuvieron en su recuerdo fue el único momento en el que los representantes de la extrema izquierda dejaron de imprecar y abuchear al nuevo “premier” que, por cierto, ni se inmutó. 

El jefe de gobierno ha querido dejar claro que no habrá ninguna vuelta atrás en las leyes sobre el aborto, el matrimonio homosexual o la procreación asistida. Nadie lo había sugerido, pero había que dejarlo claro teniendo en cuenta que en el pasado algunos de los miembros de su gabinete se manifestaron en contra de algunas de estas leyes, o de las tres. 

En definitiva, Barnier ha avanzado algunas de sus ideas, pero deberá concretarlas antes de que la paciencia de los franceses y su periodo de confianza se agoten. El primer examen oral ante la Asamblea no exigía nota, es decir, no iba seguido de voto. La izquierda ya adelantó, en todo caso, que iba a poner en marcha una moción de censura que, de todos modos, fracasará. 

Por su parte, en una primera reacción al discurso de Barnier, Marine Le Pen, cuyos diputados tienen la llave de la guillotina de la destitución, ha exigido a Barnier una nueva ley de inmigración para 2025 y ha hecho flotar la amenaza de tumbar el gobierno. No será ahora, en todo. Le Pen no quiere ser responsable de agudizar la crisis que la disolución del legislativo ha provocado tras la incomprensible decisión de Macron. No entra dentro de sus planes de respetabilidad, por el momento. 

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