No hizo falta una masa de gente coreando su nombre ni una cruz de madera para alcanzar el calvario 600 metros después. El vía crucis de Barabash comenzó con una llamada de teléfono y seis disparos de artillería. A 160 kilómetros por hora, los cristales saltaron por los aires. Uno de los proyectiles impactó en la parte delantera del coche, a cuatro metros de distancia. Otro, apenas cinco por detrás. La munición de los cañones llenó el asfalto de agujeros. El pueblo le había condenado.
Sentado junto a él, el conductor apretó la bota contra el acelerador, pero el ataque había reventado las ruedas. Dando tumbos y rezando para que no volvieran a disparar, se pusieron a salvo en las inmediaciones de una fábrica. Un vecino había espiado su salida y compartió la posición con el enemigo. Era una tarde de junio de 2022 y el ejército ruso había intentado matar al gobernador militar de la administración civil de Avdiivka. En uno de los focos más calientes del Donbás, la fortuna indultó a Vitalii Barabash.
Ucrania también esquivó la muerte hace justo 12 meses, cuando Vladímir Putin anunció la "desnazificación" del país y el inicio de una “operación militar especial”. Era la madrugada del 24 de febrero de 2022. "No nos queda otra forma de defender a Rusia y a nuestro pueblo que la que nos vemos obligados a utilizar hoy", leyó. Minutos después, se registraron explosiones por todo el territorio y las tropas del Kremlin avanzaron para tomar la capital.
Fue uno de los momentos más críticos para la nación desde que se independizara de la URSS en 1991. Tanto que Volodímir Zelenski rechazó la oferta estadounidense para ser evacuado con una frase de ecos churchilianos que guardará la historia: “Necesito munición, no un paseo”. Lejos de ser un farol, el presidente grabó un vídeo con su camarilla de confianza la tarde del 25 en la oscura y fría Kiev para demostrar que no se había marchado. "Todos estamos aquí protegiendo la independencia de nuestro país y continuará siendo así", advirtió.
Aunque él también estuvo a punto de perder la vida, y no por los misiles. Según reveló la revista TIME, el ejército ruso trató de asaltar dos veces el recinto en el que se encontraba Zelenski con su familia. A él y una docena de colaboradores les pusieron chalecos y les dieron fusiles. "Era una auténtica casa de locos", reconocería tiempo después. Mientras, los combates bloqueaban las vías de acceso a la capital y se repartían kalashnikovs entre los civiles. Olvidadas ya por muchos, estas fueron las primeras horas de la guerra.
El significado de la invasión
Un conflicto fundacional que parece sacado de otro tiempo, y cuya memoria se guarda ya en un museo de Kiev. Objetos, banderas, propaganda… pero también el dolor, las cicatrices y la muerte que las tropas de la Z dejaron a su paso. “Estoy seguro de que esta guerra es el momento crucial de la historia moderna de Ucrania, porque ahora mismo se está resolviendo la cuestión de la existencia de Ucrania como nación, como nombre, como identidad…”, aseguraba a los 100 días de invasión Dmytro Hainetdinov, jefe del departamento de trabajo científico y educativo del museo de la Segunda Guerra Mundial, que acoge la muestra. 2022 pasará a la historia como el año en el que la guerra volvió a Europa.
O al menos la atención sobre sus consecuencias a gran escala. Anatoliy Lazarenko lo sugiere después de escupirse entre los dedos y arreglarse el pelo. Seguido, ofrece la mano e invita a pasar al interior de uno de los más de 80 búnkeres repartidos en la ciudad de Avdiivka. Es el único que quiere hablar bajo tierra con la prensa. El ánimo no está arriba todos los días, especialmente con entrevistas que pueden revelar la ubicación y terminar en un bombardeo. Aquí se sufre desde 2014, cuando las milicias de las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, auspiciadas por Moscú, proclamaron su independencia por la fuerza.
Son nueve años en primera línea. En el último año, los rusos han avanzado y sus posiciones se encuentran ya a tres kilómetros de la carretera de acceso. “Antes había disparos y explosiones, pero no batallas alrededor de la ciudad. En marzo todo cambió y entendimos lo que significa la guerra de verdad. Ya no tenemos nada”, suspira Lazarenko bajo una bombilla que ilumina un sótano con decenas de colchones.
Los búnkeres se han convertido en la segunda casa de los ucranianos. Desde estaciones de metro a clubs de striptease, cualquier local bajo tierra con un mínimo de protección se reutiliza. Sin embargo, protegerse no significa estar a salvo. La brutalidad de las tropas del Kremlin ha dejado su impronta en muchas ciudades. Bucha, donde los cadáveres descansaron durante semanas en las aceras, tan solo es un ejemplo. Cuerpos maniatados aparecieron, también, en otras localidades de la región de Kiev, donde se ha notificado la muerte de 1360 civiles. Un modus operandi —junto con torturas y violaciones sexuales— documentado en cada pueblo liberado.
Un 'risk' en el interior de las fronteras
Moscú controló un 25% del suelo ucraniano, en su máxima expansión, entre norte, sur y este. En noviembre, tras hacer retroceder a los rusos al otro lado del río Dniéper en Jersón, Ucrania culminó la recuperación casi 70.000 km², es decir, un territorio similar a la suma de Cataluña, Comunidad Valenciana y Murcia ¿Cómo lo ha conseguido? Arruinando las cadenas logísticas. Sin comida ni gasolina, y con el objetivo de tomar una ciudad convertida un fortín, los rusos tuvieron que darse media vuelta a las puertas de Kiev a finales de marzo. El frente se reducía y llegaba la ayuda internacional. A la región capitalina y la zona norte le siguió Járkov en septiembre, como prolegómeno de Jersón. “Le dije a mi mujer que moríamos o saldríamos en los libros de historia. No había más opciones”, recuerda Sasha, exmiembro de la 80 brigada de asalto aéreo, que ha pasado por todos los frentes.
La segunda estrategia busca disminuir la capacidad de fuego ruso y desgastar a los atacantes. Se vio en las tomas de Severodonetsk y Lysychansk, en las que Ucrania acabó retirándose a posiciones seguras, después de semanas de asaltos bajo constante fuego artillero, para enfrentarse de nuevo a un enemigo debilitado. La incógnita es ahora si Ucrania está replicando el sistema en Bakhmut o si han caído en una trampa en la que utilizan unidades de elite difíciles de remplazar en un futuro ataque sorpresa.
¿Cuántos muertos en el conflicto?
Los mapas no pueden confundir la atención. En cada localidad destruida y ocupada, el legado de miles de familias se elimina por la aspiración imperialista de Vladímir Putin, aunque la jugada parece haberle salido del revés. Una de las excusas para invadir el país fue la posible integración de Ucrania en la OTAN y la necesidad de alejar, por tanto, el armamento occidental de sus fronteras. Un año más tarde, el resultado ha sido el contrario. Kiev acelera reformas para ser un candidato serio a la Unión Europea, y Suecia y Finlandia han pedido su adhesión a la Alianza. Además, el stock armamentístico de Ucrania se ha convertido en uno de los más completos del mundo.
"Es ahora y en Ucrania donde se decide el destino del orden mundial, que se basa en normas, en la humanidad...", subrayó Joe Biden, presidente norteamericano, en su visita sorpresa de este lunes. La contraparte es el alto precio que paga Ucrania. Según el informe diario de inteligencia de hace una semana del Ministerio de Defensa de Reino Unido, Rusia habría perdido entre 40.000 y 60.000 hombres, entre ejército regular y mercenarios. Sumados los heridos, las bajas aumentarían hasta las 200.000.
Del lado ucraniano, altos mandos occidentales deslizan la cifra de 100.000, entre muertos y heridos. Números que abruman y a los que hay que sumar un tercio del país desplazado y casi ocho millones de refugiados en su pico máximo. Aun así, todavía quedan miles de civiles en las poblaciones de primera línea. “No me han dado nada en ninguna otra región y tampoco sería mi casa”, contesta Anatoliy Lazarenko, sobre por qué no montarse en un autobús y marchar. “Tengo 300.000 grivnas (7.600 euros, aproximadamente), y somos tres personas de mi familia. Por eso decidido quedarme”.
—¿Te has sentido olvidado por tu país?
—Escucho que en Kiev están sin agua, sin electricidad, sin calefacción. Ellos antes no se creían que vivíamos así y ahora nos entienden. Estamos en guerra desde hace 9 nueve años.
Sus palabras esconden un regusto amargo. El consuelo del dolor compartido. Por primera vez en mucho tiempo, todos los ucranianos sintieron lo mismo, aunque hace meses que el oeste y la capital volvieron a un estadio similar a la normalidad. Al menos, al de una normalidad interrumpida de vez en cuando desde el cielo.
Regreso al origen
Tras 365 días de invasión, las miradas vuelven al este del país. La historia se repite. Bakhmut podría estar a punto de caer tras un asedio que comenzó en mayo. El objetivo: el eje Kramatorsk-Sloviansk. El mismo que alcanzaron los prorrusos en la primavera de 2014, y que perdieron a principios de julio del mismo año. Un mes en el que también fue recuperada Avdiivka, que desde entonces se convirtió en una de las principales ciudades del frente. Allí combatió Barabash, ahora al corriente de los entresijos de la defensa. También vivía Lazarenko, que nunca se ha marchado.
Como él quedan otros 2.000 de lo 26.000 habitantes previos al conflicto y, al igual que en otras localidades, llevan nueve meses sin agua corriente, gas, ni electricidad. Más de la mitad de los edificios no se pueden reconstruir, reconoce Barabash. “El resto lo has visto con tus propios ojos”. En el hospital apenas quedan quince trabajadores, de los 150 empleados contratados hasta el febrero pasado. De no ser por los grupos de voluntarios religiosos que transportan agua potable, comida, mantas, hornillos… y cualquier producto básico, el día a día sería mucho más duro.
“Antes la gente era neutral con la religión, ahora estamos muy contentos de que no se olviden de nosotros”, reconoce Lazarenko sobre la renovada fe en Cristo de la ciudad. Minutos antes, no muy lejos, Alexandr e Inna besaban las manos de un extraño. No les traía nada, únicamente su presencia. A su lado, decenas de hombres y mujeres rezaban por la paz, iluminados por velas que ocultan sus rostros sucios. La compañía no es cosa menor en calles nevadas por las que tan solo vagan perros abandonados.
El cementerio es un fiel reflejo de este enclave. Entre 2014 y 2022, los proyectiles impactaron 80 veces en el campo santo. Desde febrero nadie cuenta ya, porque se han multiplicado. Allí descansan 14.000 difuntos y la gente utiliza cualquier pequeño hueco para seguir enterrando a los suyos. Un lugar en el que los ni los muertos descansan en paz.
—¿Dónde encuentras la esperanza?
—En la Iglesia —contesta Lazarenko, antiguo director de la necrópolis—. Antes no me paraba a pensar al respecto, pero ahora Dios me trae cada día aquí. Solo queremos paz.
—¿Tendrías algún problema si llegara con los rusos?
—No correría si vienen hasta aquí, no quiero morir —responde incómodo y alzando la voz—. ¿Puedes enseñarme un simple ejemplo en el que un solo hombre ha cambiado algo?
La figura de Jesús no le viene a la cabeza, quizás por una fe que está verde todavía. Anatoliy Lazarenko se levanta y muestra la salida. “¿No serás un espía?”, exclama al escuchar el adiós en ruso. La confianza, esa cosa extraña en una guerra. Como lo es para muchos el regreso de Dios a una ciudad que los militares evitan. 365 después, Ucrania entera está llena de contradicciones y miedos, por más que algunos se hayan acostumbrado a vivir bajo las bombas.
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