Cuando, en diciembre de 2013, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, visitó El Vaticano llevó como obsequio al Papa Francisco un libro sobre la Inquisición española escrito por su padre. En la obra, titulada 'Los orígenes de la Inquisición en España del siglo XV', el historiador polaco-israelí Benzion Netanyahu (1910-2012) fundamenta la tesis de que los católicos defendieron a los judíos del tormento puesto que, según la controvertida conclusión del volumen, los conversos eran perseguidos por motivos racistas y no tanto religiosos. Netanyahu acompañó el regalo con una dedicatoria al Pontífice: "A su Santidad el Papa Francisco, gran pastor de nuestra herencia común".
Diez años después, el pasado 24 de noviembre, el 'premier' hebreo expresó sin matices su indignación tanto por el fondo como por las formas del discurso en el paso de Rafah pronunciado por Pedro Sánchez como presidente de turno de la Unión Europea, con el que el también jefe del Ejecutivo español abrió una crisis diplomática con Tel Aviv todavía vigente por unas palabras que el dirigente conservador acogió como equidistantes y, por ello, improcedentes.
Ese día, Netanyahu se sintió insultado en su propia casa por alguien que precisamente representa el conjunto de una cultura, la hispánica, en la que se integra la diáspora sefardí, parte del propio núcleo familiar en que se crio el mandatario judío bajo la tutela de su progenitor, para él una permanente referencia ideológica, considerado uno de los mayores especialistas académicos en el fenómeno judaizante en la España medieval. Las palabras de Sánchez debieron de tocarle también, por tanto, la fibra íntima.
Es igualmente probable que, sobre todo desde el pasado 7 de octubre en que Hamás incursionó como nunca antes en territorio israelí, Benjamin Netanyahu, 'Bibi', como se le conoce en el país, haya dedicado más de un recuerdo al otro modelo personal en su vida: su hermano Yonatan, héroe nacional, integrante de la exclusiva Sayeret Matkal de las Fuerzas de Defensa de Israel, muerto en la operación en la que la unidad militar logró la liberación de decenas de judíos que habían sido secuestrados por un comando formado por palestinos y miembros de la extrema izquierda alemana en el aeropuerto ugandés de Entebbe. Corría 1976. Yonatan, 'Yoni', fue la única baja militar israelí. Tenía 30 años.
El premio Pulitzer David Remnick, de una peculiar objetividad respecto al personaje, ha dejado escrito que "para entender a 'Bibi', primero debe usted entender al padre". Lo afirmó a cuenta de las supuestas 'recomendaciones' del profesor para rendir por hambre al pueblo palestino expresadas durante sus años más 'cafeteros' como editor de la Enciclopedia Hebrea junto a su mentor Ze'ev Jabotinsky, padre del sionismo contemporáneo.
Un superviviente aferrado al poder
Bajo esas dos sombras recortadas, la del héroe trágico caído demasiado pronto y la del intelectual de acerada conciencia identitaria, Netanyahu ha desarrollado una controvertida carrera pública concebida en términos de misión para erigirse en la figura indiscutible del Likud, partido cuya hegemonía ha dependido en los últimos lustros del propio momento de su líder, un auténtico superviviente de la política judía en la que ha ocupado múltiples carteras ministeriales y la jefatura del Gobierno en tres etapas durante casi dos décadas a partir de 1996.
En ese tránsito ha habido de todo: una gestión de éxito basada en la liberalización económica del país, una imputación por corrupción y la pérdida de respaldos entre los sectores más ortodoxos por sus concesiones a los palestinos en Hebrón y sus negociaciones con Arafat.
En cualquier caso, lo más grave estaba por llegar en este tercer periodo, abierto con su sexto gobierno el 29 de diciembre de 2022, que podría ser el último (o no) para el veterano estadista. La reforma judicial instada por los socios ultranacionalistas del Gobierno con la que se pretendía supeditar la independencia de los jueces y desdibujar la separación de poderes soliviantó a la población hasta el punto de que las protestas, sostenidas por las manifestaciones de los sábados en Tel Aviv y otras ciudades del país, llevaron a Netanyahu a aplazar la tramitación legislativa de la norma.
Sin embargo, el respaldo social al Gobierno y la imagen de su primer ministro habían caído ya bajo mínimos. El pasado abril, una encuesta televisiva revelaba que solo el 52 por ciento de los votantes del Likud volvería a decantarse por la formación en unas eventuales elecciones.
El antipático más popular
La declaración de guerra a Hamás, un paso inevitable tras aquel aciago sábado del pasado mes
de octubre, sirvió para poner sordina a los problemas cada vez más insostenibles del gabinete. Sin embargo, las muestras de descontento con Netanyahu proceden ahora de los familiares de los rehenes que aún permanecen en manos del terror. No obstante, se trata, pese a que Israel vive sus momentos más dramáticos, de un riesgo controlado para el antipático más popular de Israel, como lo definen sus conciudadanos; alguien cuya trayectoria le sitúa en términos de estima junto a verdaderos tótems de la historia del país como Shimon Peres, Isaac Rabin y hasta Golda Meir.
Pese a su fama de mentiroso, atestiguada de forma indiscreta por Nikolas Sarkozy en conversación con Barack Obama que la prensa presente pactó pasar por alto, el gran desafío de 'Bibi' es cumplir lo prometido: borrar a Hamás de la faz de la tierra. No parece un objetivo sencillo, si bien lleva años dando muestras de que su nacionalismo intransigente no le permite hacer prisioneros.
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