Los combates entre Hamás e Israel han estallado de lleno en el rostro de Emmanuel Macron. Atemorizado por la importación del conflicto a su propio país, aterrado por el miedo a una violenta nueva revuelta en las "banlieues”, angustiado por no dejar el voto de los franceses musulmanes en manos de la extrema izquierda y por la progresión de Marine Le Pen, el presidente francés se ha ganado las críticas de israelíes y palestinos, y ha llegado a descolocar a sus propios diplomáticos.
A Emmanuel Macron, la política de “una de cal y otra de arena”, de “esto está bien, pero esto otro también”, le ha dado algunos buenos resultados en la gestión doméstica. En esa línea, ha colado goles tanto a su izquierda como a su derecha. Pero las fintas y los zig-zag del Vinicius Jr. de la política francesa no surten el mismo efecto cuando se juega fuera de casa y, especialmente, en Oriente Próximo.
Los vaivenes y el contorsionismo del jefe del Estado francés desde el 7 de octubre se asemejan más al papel de Rita Hayworth en “Gilda”, que a la diplomacia de un político de la patria de Charles De Gaulle.
La errática secuencia que pasará a la Historia de la política exterior francesa en el Levante se inicia con una duda y un retraso en el despegue de la maquinaria diplomática. Macron, tan impulsivo y ejemplo de impetuoso protagonismo en otras crisis internacionales, deja pasar 17 días desde el sábado negro de los pogromos de Hamás en Israel, hasta su visita a Jerusalén. En ningún otro conflicto del Planeta hubiera aceptado sin sufrir que, antes que él, desfilasen para confortar a Israel Joe Biden, Olaf Scholtz, Rishi Sunak, Mark Rutte e, incluso, Giorgia Meloni.
¿Activar la coalición anti Estado Islámico?
Quizá azorado por llegar en el coche-escoba, cuando la meta estaba ya cerrada y los líderes que cuentan en Occidente y en Europa ya estaban de vuelta, Emmanuel Macron declaró que “Israel tiene derecho a defenderse” y que no hay, pero que valga. Pero más allá de la condena a Hamás, “una organización terrorista que actúa de manera criminal y cínica”, propuso, ante el pasmo de Benyamin Netanyahu, “la extensión de la coalición anti-Estado Islámico contra los grupos terroristas palestinos”.
No hace falta ser un experto en política internacional para saber que la idea es más que descabellada. Especialmente cuando los países árabes y musulmanes que colaboraron en su lucha contra “Daesch” ven, para consumo interno, a Hamás – antes y después del 7 de octubre - como un “movimiento de lucha por los derechos palestinos”.
El estupor viaja veloz por las redes sociales. Las pantallas digitales de los embajadores franceses en las capitales del mundo árabo-musulmán no crepitaban como antaño los télex, pero echaban fuego tras el plan bélico de su presidente. Hasta el punto de que, pocas horas después, doce de esos representantes diplomáticos de Francia suscribían una carta en la que afirmaban que "nuestra posición en favor de Israel no es comprendida en Oriente Próximo y significa una ruptura con nuestra tradicional política de equilibrio entre israelíes y palestinos”. Una bomba crítica contra un mandatario que, como le otorga el sistema presidencial, tiene en la política exterior uno de sus dominios privados.
En tiempos de bulos, declaraciones trucadas gracias a la inteligencia artificial y propaganda desaforada por tierra, mar y aire, una nota de “clarificación”, o incluso de “rectificación”, tiene ya poco impacto. Por eso, para corregir el desatino de Jerusalén, Macron no podía, sino hacer una declaración chocante que oscureciera la anterior.
Macron, portavoz de ONG
Para un europeo acomplejado - de cualquiera de los países del Viejo Continente – contar con el eco de una declaración hecha a la BBC es una satisfacción casi sexual. Así, Emmanuel Macron aprovechó los focos de la tele británica, supuesta referencia internacional para ingenuos, para criticar la operación militar Israelí en Gaza: “No hay ninguna razón ni legitimidad para bombardear infraestructuras civiles”, enfatizó, para cerrar la bofetada añadiendo, “mueres bebés, mujeres y ancianos”. Para evitarlo, el inquilino del Elíseo proponía “un cese el fuego, poco después corregido con una tregua humanitaria”. Netanyahu calificó sus palabras de “error factual y moral”.
En esa propuesta no iba incluida la liberación de los rehenes en poder de los terroristas – ocho de los 250 con nacionalidad francesa - ni mucho menos la mención a los corredores humanitarios habilitados por “Tsahal” o la utilización de los civiles como escudos humanos. Eso hubiera rebajado la contundencia de la crítica a Israel. Su antiguo aliado en la pintoresca y averiada locomotora franco-alemana, Olaf Scholtz, subrayaba, por su parte, que no se podía conceder una tregua “para que Hamás pudiera hacerse con más misiles”.
Si en un primer momento el gobierno francés había prohibido las manifestaciones propalestinas, la firmeza fue dejando paso a la libertad de concentraciones apoyadas por la extrema izquierda y los centenares de asociaciones sufragadas con ayuda pública o dependientes de petrodólares y gasodólares provenientes del Golfo, y del Bósforo. Los “Hermanos musulmanes”, cuya línea ideológica siguen las huestes de Hamás, saben forzar a romper la hucha a los sátrapas que, incluso a veces, les persiguen.
Las calles de París se convirtieron en algunos días en “pequeñas Gazas”, sin bombas, eso sí. Los gritos de “Palestina libre desde el Jordán hasta el mar”, que algunos indocumentados no saben que implica la desaparición de Israel, resonaron en la capital francesa en medio de banderas palestinas, ninguna francesa, y algunas soflamas antijudías.
“Marquemos a los judíos para reconocerlos”
Pero de los gritos se pasó a las amenazas, a los actos antijudíos, a señalar los hogares y los comercios de judíos, en perfecta réplica al “Jude” en las tiendas de la Alemania nazi o a los carteles de la Francia ocupada que decían, “Marquemos a los judíos para reconocerlos”. En solo un mes se han cometido en Francia más actos antijudíos que en los últimos dos años. Los franceses de confesión judía viven en el miedo permanente; no usan la kipá en público y eliminan todos los signos visibles de su creencia. Los alumnos judíos huyen en masa de los colegios públicos situados en zonas de mayoría musulmana, para encontrar refugio en instituciones concertadas católicas, ante la carencia de plazas en colegios privados judíos.
La situación llegó a tal punto que los presidentes de la Asamblea y del Senado decidieron convocar una manifestación de apoyo a los franceses judíos y en contra del antisemitismo. Jean-Luc Melenchón calificó la propuesta de “la cita de los que apoyan la masacre de Israel”, y no asistió. Marine Le Pen y su partido no tuvieron dudas en acudir a la convocatoria, lo que propició otra polémica; algunos partidos, azuzados también por las declaraciones antiLe Pen del portavoz del gobierno, mostraron su enfado por la presencia de Marine Le Pen, cuyo padre fue acusado en el pasado de antisemitismo, por declaraciones repugnantes sobre el Holocausto. En todo caso, personalidades judías e incluso el conocido cazanazis, Serge Klarsfeld, manifestaron que si el partido de Marine Le Pen mostraba públicamente el apoyo a sus compatriotas de confesión judía, tanto mejor y que eran bienvenidos. ¿Y el presidente?
Macron no quiso participar en la manifestación, lo que le ha valido muchas críticas. El presidente se defendió argumentando que un presidente no se manifiesta. En la víspera, publicó una columna en un diario para asegurar su apoyo a los franceses judíos y que “el Estado actuará sin piedad contra los propagadores del odio”.
“Presidente de dos Francias”
Para sus críticos, Macron temía que su presencia fuera interpretada por los franceses musulmanes como una toma de posición en el conflicto que enfrenta a Israel con los grupos terroristas palestinos, como un insulto a una parte de los franceses de confesión musulmana. Otros resaltaban el temor a un nuevo levantamiento de los jóvenes de las “banlieues”, atizado por imanes radicales y otros sembradores del abono del odio con intereses políticos.
Tres días más tarde, en Suiza siguió justificándose: “Mi papel consiste en trabajar para la liberación de los rehenes, preservar la unidad del país y no enfrentar a los unos contra los otros. Con lo que daba crédito a las palabras de Eric Zemmour, otro de los representantes de la derecha nacionalista, que asegura que Macron es presidente de dos pueblos, a saber, los franceses musulmanes y el resto de los ciudadanos.
El presidente Macron se preguntaba ante sus allegados si también debería participar en una manifestación contra la musulmanofobia si estuviera convocada. Pero lo cierto es que solo desde 2012 Francia ha vivido atentados contra ciudadanos judíos, asesinados por el hecho de serlo, en nombre de Alá, pero nadie de confesión musulmana ha perdido la vida por actos similares.
Macron tuvo también palabras duras contra La Francia Insumisa de Melenchón:
“En su empeño por evitar importar el conflicto al Hexágono: cometen una falta moral y política, confundiendo la causa palestina y la justificación del terrorismo”. En el ogro extremo del escenario político, a Macron no se le escapaba que el apoyo de Marine Le Pen a la comunidad judía representaba un acelerón para la “desdemonzación” de su principal oponente en las dos últimas elecciones presidenciales. Hay que recordar que el presidente Macron no será candidato en 2027, pero está obsesionado con evitar pasar a la Historia como el primer dirigente que tras su gestión dio paso a la primera presidencia de Marine Le Pen.
Emanuel Macron podrá apuntarse una parte de éxito en la gestión para la liberación de los rehenes; le servirá para justificar sus contradicciones y bandazos, pero no ha podido evitar que la confrontación entra Israel y los grupos terroristas palestinos se haya instalado en su país. Como único consuelo con respecto a su colega del sur de los Pirineos, al menos no cuenta en su gabinete con ministros que justifican el progromo de Hamás del pasado 7 de octubre.
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