David Blanco-Herrero, Universidad de Salamanca; Francisco Javier Jiménez Amores, Universidad de Salamanca y Patricia Sánchez-Holgado, Universidad de Salamanca
Desde 2001, cada 20 de junio se conmemora el Día Mundial de los Refugiados. Este año, el dramático hundimiento de un barco en el mar Jónico, frente a Grecia, vuelve a teñir de luto esta fecha, tras haberse rescatado a 104 personas y haber recuperado 79 cadáveres en una embarcación que se estima que podría haber tenido hasta 750 persona a bordo.
En marzo, otro naufragio, en esta ocasión frente a Italia, dejó cerca de un centenar de fallecidos. En casi todos los casos, se trata de personas que huían de la violencia, la guerra y la miseria. Un reciente informe de ACNUR indica que el número de desplazados forzosos en el mundo alcanzó en 2022 los 108 millones de personas, una cifra récord, de las cuales más de 35 millones son personas refugiadas en otros países.
Las cifras, motivadas en parte por la guerra de Ucrania, superan incluso las que se dieron durante la crisis de refugiados del Mediterráneo, entre 2015 y 2016. En aquel momento, la crisis migratoria alcanzó una presencia mediática pocas veces vista. Basta recordar la imagen de Aylan Kurdi, el niño sirio ahogado en una playa turca en septiembre de 2015, convertido en símbolo del drama migratorio.
Migración en el sur de Europa
Como ha sucedido este año con los naufragios referidos, el foco de esta crisis estuvo en el sur de Europa. Para ser precisos, el mayor volumen de llegadas fue desplazándose de Grecia (el Mediterráneo oriental, en 2015), a Italia (Mediterráneo central, 2016 y 2017) y, finalmente, a España (Mediterráneo occidental, en 2018). En junio de ese año, en España, la llegada del barco Aquarius supuso un punto de inflexión.
Estos países constituyen las principales puertas de entrada de migrantes a la Unión Europea. Una de las reclamaciones que se hace desde estos países, y que precisamente está detrás de la declaración de emergencia migratoria en Italia, es la necesidad de una gestión migratoria a nivel europeo, pues el peso de la gestión de las llegadas recae casi exclusivamente en las autoridades nacionales, cuando se trata de un desafío de ámbito europeo.
A esto se suma la situación económica de estos tres países. Cuando se produjo la crisis humanitaria de los refugiados, a partir de 2014, estos países todavía se estaban recuperando de las duras medidas de ajuste derivadas de la crisis económica y financiera iniciada en 2008. Sus desafíos, por lo tanto, son especialmente complejos.
El odio en los medios de comunicación
Esta realidad migratoria ha coincidido –no de forma casual– con el aumento de discursos de rechazo. Estos discursos se han popularizado a través de redes sociales y tienen una estrecha relación con la ganancia de poder de partidos abiertamente antiinmigración, como Vox en España o la Lega de Matteo Salvini y Fratelli de Giorgia Meloni en Italia.
Pero el fenómeno del racismo y del rechazo al inmigrante es muy complejo, y a menudo tiene relación con la representación mediática que se hace de estas personas en los medios de comunicación. Esto es algo que la investigación académica lleva analizando desde hace tiempo, habiendo observado que la representación de la migración en los medios tiende a ser estereotipada, negativa e insuficiente.
Con estas premisas, un equipo del Observatorio de los Contenidos Audiovisuales de la Universidad de Salamanca ha liderado un consorcio junto a investigadores de la Universidad de Milán (Italia) y de la Universidad Aristotélica de Tesalónica (Grecia), para comprender la realidad de la representación mediática de la migración en estos países, prestando especial atención al discurso de odio que las personas migrantes y refugiadas reciben. Este proyecto ha dado lugar recientemente a un libro, titulado Migrants and Refugees in Southern Europe Beyond the News Stories: Photographs, Hate and Journalists’ Perceptions.
El libro, que han editado los profesores Carlos Arcila y Andreas Veglis, ha combinado estudios cuantitativos, cualitativos y métodos computacionales para avanzar en el conocimiento sobre cómo los medios de comunicación y las redes sociales de estos tres países representan a las personas migrantes y refugiadas.
Como indica en su título, esta obra busca ir más allá del mero análisis de contenido mediático, intentando abordar cuestiones que han recibido menos atención académica para poder lograr una mayor comprensión. Para ello el foco se coloca sobre tres cuestiones principales: las fotografías utilizadas por los principales medios de comunicación al cubrir fenómenos migratorios, la presencia de discursos de odio racista y xenófobo en Twitter y YouTube y las opiniones de los periodistas especializados en migración.
Observaciones preocupantes
En primer lugar, se identificaron los cuatros marcos visuales predominantes de representación de los migrantes en los principales medios del sur de Europa: normalización, victimización, el de carga social y amenaza.
Se ha comprobado que en los principales medios de los países del Mediterráneo predominan aquellos que representan a los migrantes como víctimas o como una carga. Además, han crecido notablemente los marcos negativos (tanto los que retratan a los migrantes como una carga como los que los identifican como una amenaza) entre 2014 y 2019. Aunque el patrón es compartido en los tres países, son los medios griegos los que hacen una representación sustancialmente más negativa de la migración a través de sus marcos visuales.
Por su parte, la presencia de discursos de odio en Twitter y YouTube, medida a través de técnicas computacionales, parece ser reducida en términos absolutos, y no se observa un aumento muy significativo a lo largo de los últimos años.
No obstante, un análisis pormenorizado de los temas subyacentes en esos mensajes refleja que el odio hacia las personas migrantes se argumenta principalmente a través de su asociación con criminalidad, terrorismo y gasto social. Estas narrativas se apoyan a menudo en campañas de desinformación que fomentan unos miedos infundados, pero fuertemente implantados.
Con este panorama, los periodistas especializados en la materia se muestran preocupados. Aunque defienden su actuación y su profesionalidad, también reconocen que existen malas prácticas y limitaciones, como la precariedad o la falta de tiempo, que impiden una cobertura más objetiva, precisa y humana de los fenómenos migratorios. Llama la atención una cierta división entre aquellos que ponen la práctica periodística por encima de todo y quienes defienden una vocación más activista, defendiendo la humanidad y los derechos humanos de los migrantes y refugiados como valores prioritarios.
A lo anterior se suma un último elemento que ayuda a comprender los efectos reales de estas representaciones: los crímenes de odio registrados en los últimos años están aumentando de forma constante en estos tres países, aunque también en la mayoría de los países occidentales, como indican los datos que recoge la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa.
Cómo revertir esta situación
Para lograr una representación más humana de la migración en los medios de comunicación planteamos tres estrategias:
- Mayor concienciación y sensibilización acerca de estas problemáticas por parte de los distintos actores, tanto periodistas y profesionales mediáticos como audiencias, incluyendo los usuarios de plataformas sociales.
- Más periodismo basado en evidencias, más verificación y más profundidad en la información.
- Más historias personales, más participación de los protagonistas, los propios desplazados, y más narrativas que busquen la identificación con esas personas, evitando su estigmatización.
Esto es necesario para contar la historia completa, para no limitar a las personas migrantes a una masa frente a nuestras fronteras. La crisis migratoria que ha causado la invasión rusa de Ucrania demuestra que hay otra forma no solo de representar a los migrantes y refugiados, sino también de responder a nivel institucional y humano. Ojalá aprendamos la lección para lograr mejores respuestas ante los desafíos migratorios actuales y futuros.
David Blanco-Herrero, Investigador en Comunicación, Universidad de Salamanca; Francisco Javier Jiménez Amores, Personal Docente e Investigador, Universidad de Salamanca y Patricia Sánchez-Holgado, Personal Docente e Investigador, Universidad de Salamanca
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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