En medio de la guerra entre Israel y Hamás de la que estamos siendo testigos, resulta más necesario que nunca entender las causas históricas de este conflicto que lleva asolando la región desde hace más de un siglo.
Una vez analizados los precedentes del problema en la Primera Guerra Mundial, en este artículo nos proponemos describir a grandes rasgos los cambios territoriales que ha sufrido la región desde la creación del Estado de Israel en 1948.
El plan de partición de la ONU
El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de la ONU aprobó la Resolución 181. Dicho acuerdo, refrendado con 33 votos a favor, 10 abstenciones y 13 votos en contra, consagraba la división del Mandato británico de Palestina en dos Estados. A grandes rasgos, la resolución contemplaba la creación de un Estado fundamentalmente judío, que se correspondía con los territorios más poblados por dicha comunidad, y otro árabe, dejando Jerusalén –la plaza más codiciada tanto por judíos como por musulmanes debido a su carácter sagrado– como zona de administración internacional.
Ahora bien, esta división en dos Estados, que hoy día es aceptada por gran parte de la comunidad internacional como la mejor opción para solucionar el conflicto, en su momento no fue bien recibida de manera unánime.
Muchos judíos salieron a las calles a festejar la creación de un Estado nacional. Este era un tradicional anhelo que se había hecho más intenso con el surgimiento del sionismo y con las persecuciones a las comunidades judías durante el final del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, especialmente durante el régimen nazi. No en vano, en la fiesta de la Pascua judía muchas familias brindaban diciendo “el próximo año, en Jerusalén”.
Aunque no todos los judíos estaban a favor del Estado de Israel –una facción de los ultraortodoxos se oponía, y lo sigue haciendo, ya que según el Talmud, los judíos no podrán tener su Estado hasta la llegada del Mesías–, la alegría mayoritaria de ese pueblo contrastaba drásticamente con la consternación con la que la población árabe residente en Palestina recibió la resolución de la ONU.
Para ellos, la partición del territorio suponía la negación de su deseo de un Estado árabe que englobara toda la región. Además, implicaba que una parte considerable de la comunidad árabe pasaría a vivir en un Estado gobernado por los judíos, algo que los musulmanes no estaban dispuestos a tolerar… y, según las últimas investigaciones, parece ser que los responsables judíos tampoco.
La resolución de la ONU contemplaba que la formación de ambos Estados debía entrar en vigor el 15 de mayo de 1948, cuando el último soldado británico abandonase la región.
Sin embargo, durante los meses que quedaban hasta esa fecha, las facciones más violentas de ambas comunidades decidieron entablar una encarnizada lucha. El objetivo era que, por la vía de los hechos, en mayo de 1948 los territorios de su respectivo país fueran más extensos que lo estipulado en el plan de la ONU.
En esa época tuvieron lugar masacres realmente brutales como la de Deir Yassin, localidad en la que las fuerzas paramilitares judías del Irgun asesinaron a más de cien árabes, entre ellos mujeres y niños. Una atrocidad que sería denunciada incluso por Albert Einstein, una de las personalidades judías más importantes en ese momento.
La creación de Israel y el comienzo de las guerras árabe-israelíes
Finalmente, el día marcado en rojo llegó. El 14 de mayo de 1948, de madrugada, David Ben Gurion proclamó el nacimiento del Estado de Israel. Pocos minutos después, este fue reconocido por Estados Unidos.
Ese mismo día, los vecinos Transjordania, Egipto y Siria, ayudados por tropas iraquíes y libanesas, declararon la guerra al nuevo Estado. Procedieron entonces a ocupar los territorios destinados a constituir el nuevo país de Palestina: Cisjordania, en el caso de Transjordania, y Gaza, ocupada por Egipto.
Esta maniobra supuso una primera muestra de lo que, con el tiempo, habría de constituir una constante: la utilización del pueblo palestino a manos de sus vecinos árabes para la consecución de sus propios objetivos políticos y territoriales.
Contra todo pronóstico, Israel se aprovechó de la desunión en el bando enemigo y consiguió detener su avance. Logró así una victoria que, con el tiempo, se conocería “la guerra de independencia”. Este nombre contrasta con la denominación palestina de dicho conflicto: Nakba, “el desastre”.
Además de conllevar el desplazamiento de casi un millón de refugiados palestinos, este primer conflicto fue decisivo en términos geográficos. Tras el armisticio firmado en 1949 entre Israel, Egipto, Transjordania (ya Jordania), Líbano y Siria, el territorio palestino –país que nunca llegó a establecerse de manera efectiva– quedó dividido, hasta nuestros días, en dos zonas separadas entre sí: Cisjordania, ocupada por Jordania junto con la parte este de Jerusalén (incluyendo el Muro de las Lamentaciones), y Gaza, ocupada por Egipto.
Las posteriores guerras entre Israel y los Estados árabes vecinos no harían más que agudizar esta deriva territorial, en la que el primero no cesaría de aumentar su extensión en detrimento de los palestinos. Esto sucedió de manera acusada en 1967, tras la fulgurante y aplastante victoria israelí en la Guerra de los Seis Días, que supuso el culmen de las conquistas territoriales israelíes, pues se hizo con Cisjordania, Gaza, la península del Sinaí y los Altos del Golán.
Sin embargo, el logro más importante y simbólico de los israelíes en esta guerra fue la conquista de Jerusalén Este. Por primera vez en más de dos milenios los judíos retomaban el control de su sanctasanctórum: el Muro de las Lamentaciones, el único vestigio en pie del legendario Segundo Templo.
No obstante, los jordanos mantuvieron la autoridad sobre la Explanada de las mezquitas situada justo encima. Allí se encuentran los santos lugares islámicos que convierten a Jerusalén en la tercera ciudad sagrada para los musulmanes: las mezquitas de al-Aqsa y de la Cúpula de la Roca.
Los intentos de alcanzar la paz
Tras la guerra del Yom Kippur (1973), en la que Siria y Egipto cogieron desprevenido al Gobierno israelí de Golda Meir y estuvieron a punto de derrotarlo, comenzaron las conversaciones entre Israel y Egipto.
Dichas negociaciones culminaron en los Acuerdos de Camp David de 1977. Estos supusieron el primer reconocimiento oficial de la existencia de Israel por parte de un Estado árabe –lo que habría de costarle la vida años después al presidente egipcio Anwar el-Sadat–, así como la retirada israelí de la península del Sinaí.
Sin embargo, en Palestina las cosas no cambiaron y su población continuó demandando la creación de un Estado propio. Tras la Primera Intifada, la OLP, organización liderada por Yasser Arafat que se arrogó la representación del pueblo palestino, comenzó a negociar directamente con Israel. Los resultados de estas conversaciones fueron la Conferencia de Paz de Madrid (1991), primero, y los Acuerdos de Oslo/Washington (1993), después. Este fue el momento en que más cerca se estuvo de lograr una solución pacífica al conflicto, si bien los elementos más extremistas tanto del bando israelí como del palestino se encargaron de arruinar dichas esperanzas. El mejor ejemplo fue el asesinato del primer ministro Isaac Rabin en 1995 a manos de un extremista nacionalista israelí.
A pesar de todo, dichos acuerdos, basados en la premisa “paz por territorios”, dejaron clara la hoja de ruta que debía seguirse en el futuro. A cambio del cese de actividades terroristas por parte de la OLP y otros movimientos palestinos, Israel iría devolviendo los territorios ocupados hasta entonces en Cisjordania. Esto se haría mediante un complejo sistema en el que este territorio se dividía en tres tipos de zonas (A, B y C), que disfrutarían de diferentes grados de autonomía, con el objetivo de que progresivamente acabaran siendo zonas independientes de Israel. Tal fin nunca se logró, pero la división entre las tres zonas sí se produjo, dando como resultado una configuración territorial de Cisjordania aún más complicada.
En 1994, la Autoridad Nacional Palestina pasó a ser la titular nominal del gobierno tanto de Gaza como de Cisjordania. Esta situación se mantuvo hasta 2006, cuando Hamás ganó las elecciones en Gaza y se hizo con el poder en dicho territorio. Desde entonces, lo que conocemos como Palestina ha sido gobernada de manera bicéfala, con una ANP más moderada en Cisjordania y una Hamás beligerante y violentamente antiisraelí en la Franja de Gaza.
A pesar de las diferentes escaladas que se han ido produciendo en la región –guerras entre Israel y el Líbano, diferentes intifadas…–, desde entonces la situación territorial no ha variado en exceso. Lo que sí se ha mantenido es la constante ocupación por parte de Israel de zonas de Cisjordania mediante la creación de asentamientos que han sido denunciados como ilegales por la ONU en reiteradas ocasiones.
Dicha política expansionista, incrementada en los últimos meses por el Gobierno de Benjamín Netanyahu, sumada al histórico de privaciones sufridas por el pueblo palestino, se encuentran sin duda entre los motivos del sangriento ataque de Hamás del pasado 7 de octubre. Una despreciable acción terrorista que debe ser condenada de manera contundente y sin paliativos, pero que no puede entenderse sin tener en cuenta la evolución territorial de la región durante las últimas décadas. De aquellos polvos, estos lodos.
Eduardo Baura García, Doctor en Humanidades. Director de los Grados de Educación. Profesor de Historia Contemporánea y Educación, Universidad CEU San Pablo.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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