Berlusconi, Grillo, Conte, Di Maio, Meloni, Salvini o Renzi nacieron, todos, hace muchos años. Más de un siglo. Con otros disfraces, sí, pero con la misma esencia que personifica al buen italiano. Un personaje artístico e histriónico, ambiguo y rocambolesco, megalómano y dicharachero. Ahora y siempre.
Hace tiempo que Italia se ríe de sí misma, incluso en la pena. Se percató el director Mario Monicelli, cuando en 1959 estrenó su obra maestra en el cine: La grande guerra. Los protagonistas eran Alberto Sordi y Vittorio Gassman, y su papel el de dos soldados italianos llamados a las armas durante la Primera Guerra Mundial. La cinta, más allá de las calamidades bélicas, habla de las dificultades lingüísticas que tenían para entenderse un romano y un milanés, pero sobre todo de la ausencia de ideología, de valor patriótico más allá del de sobrevivir. Incluso como desertores. Entonces, en 1916, no hacía ni cincuenta años la nación se había unificado completamente. No le faltaba razón al político y patriota Massimo D’Azeglio cuando dejó una frase para la historia cuando Garibaldi culminó su gesta: "Hecha Italia, ahora toca fabricar a los italianos". Parece cómico, pero es dramático.
"La crisis de identidad que vivimos viene de muy lejos", alerta Simona Colarizi, historiadora y escritora modenese afincada a Roma. Comienza a principios del siglo XX, prosigue durante la II Guerra Mundial con el armisticio del mariscal Badoglio que provoca una guerra interna y termina, quizás para volver a empezar, en 1994. "Ahí acaba la Primera República. Hay una fuerte crisis en el sistema político (que termina con detenidos, suicidios y Bettino Craxi fugado a Túnez). Desaparecen todos los partidos políticos que fundaron la Primera República, y eso es algo que jamás sucedió en ningún otro país de Europa", aclara para poder procesar la dificultad que atraviesa hoy su tierra, que encara las elecciones generales de este domingo con una importante pléyade de nuevos nombres que cargan con el pasado.
"Refundarse no es fácil. El problema ahora es que, para hacerlo, han tomado distancia de la sociedad, de la gente, que ya no participa en la vida pública. Eso se ve en la abstención", que podría rozar incluso el 40%. Una masa desencantada con un período de confusión longevo, con cambios de chaqueta parlamentarias y gobiernos exprés dada la dificultad del país a crear mayorías estables. Y es que, desde 1946 Italia ha tenido casi setenta gobiernos guiados por treinta presidentes del Consejo. No termina ahí la crisis de identidad: sólo en los gobiernos de Letta y Renzi hubo 119 cambios en la Cámara de los Diputados y 116 en el Senado. "La crisis también se ve en que tuvimos dos gobiernos técnicos (Monti y Draghi). Nuestra política es frágil. Si Meloni gana será resultado de una ausencia de personalidad, de identidad política. De eso se lucra hoy la derecha", concluye.
Lo que sucede hoy es complejo. Es una larga historia con repetidos fracasos de las fuerzas socialdemócratas y católico-populares, incapaces de reformar el país, de representar los intereses de la gente, de los jóvenes, de la mujer"
Conte, 'el Camaleón'
Una vez le preguntaron a Ennio Flaiano, el guionista de La dolce vita, cuál era el camino más corto en Italia para ir de un punto a otro. Él respondió que haciendo zig zag. Y es verdad: la tecnocracia ejecutiva de Super Mario estaba compuesta por la derecha de Salvini y Berlusconi, el PD y el Movimiento 5 estrellas. Con ellos se cerró una legislatura de 2018 que comenzó con Giuseppe Conte (apoyado por Grillo y la Lega) y prosiguió con el Conte Bis (5 estrellas y el Partido Democrático). Así pues, si Berlusconi fue el primer líder populista del país y el partido del cómico Grillo -con su mítico vaffanculo day en 2007- el segundo, la palma se la lleva el camaleónico Conte, quien en Palazzo Chigi pasó de derecha a izquierda, haciendo escalas en el populismo, soberanismo y el progresismo actual. "Quizás Conte resista en el sur", dijo en una entrevista reciente la senadora radical liberal Emma Bonino, que en 1994 formó parte del grupo parlamentario de Forza Italia, quizás para guiar a imberbes de Mediaset.
"Lo que sucede hoy es complejo. Es una larga historia con repetidos fracasos de las fuerzas socialdemócratas y católico-populares, incapaces de reformar el país, de representar los intereses de la gente, de los jóvenes, de la mujer", argumenta tras una profunda reflexión Massimo Cacciari, filósofo, escritor, ensayista, exalcalde de Venecia e importante pluma del semanal L’Espresso. "Aquí emerge Giorgia Meloni con un movimiento de fuerzas políticas europeas que, paradójicamente, están en la oposición de la governance europea. Algo cambiará, sí, pero creo que casi nada desde el punto de vista político o financiero", asevera.
Cuando faltaba poco más de un día para las elecciones, la líder de Hermanos de Italia apelaba a la familia, a la apuesta por las energías renovables, al trabajo, a la ayuda de Ucrania enviando armas, a la libertad, la salud de los más desfavorecidos, al aumento de la seguridad y la construcción de más cárceles, a defender las fronteras italianas y cerrar el grifo a los traficantes de seres humanos. Lo hizo en loor de multitudes en la icónica Piazza del Popolo de Roma, acompañada por el rusófilo Salvini y el europeísta Berlusconi. Un sudoku difícil de entender si no eres italiano y no has mamado un pernicioso Bicameralismo Perfecto, que bien es cierto siempre evitó otro Fascismo, pero el precio a pagar ha sido la pérdida de identidad y el entierro de ideologías.
Italia es la tercera potencia europea. Forma parta de la OTAN y del G-7 por lo que difícilmente podrá tener una retórica autárquica. Pero lo cierto es que Hermanos de Italia pasó del 4% en 2018 al 25% que todas las encuestas dan hoy. Sólo el centro-izquierda se presenta como principal oponente en intención de voto. Quien llegue a ser Premier deberá afrontar una presión fiscal del 40% y la posibilidad de que todos estos asteriscos políticos se lleven a cabo fuera del parlamento. En contextos diferentes con personajes ambiguos, cómicos y sensacionales. Como Carlo Calenda, líder de Azione, quien ha definido su partido como "un lugar de movilización, un movimiento que renuncia a cualquier connotación". En las antípodas de ese momento en que Aldo Moro terminó asesinado por querer llevar al comunista Berlinguer al gobierno en el fallido compromesso storico. Nadie es perfecto.
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