Francia, rumbo a lo desconocido. Los franceses van a dar mañana el primer paso que transformará el escenario político de una manera insólita desde 1958. Los dos extremos del arco parlamentario se disputan la victoria ante un bloque central que, si las encuestas son ciertas, va a convertirse en residual tras siete años de poder.
La jornada de reflexión para la primera vuelta de las elecciones legislativas no se celebra este sábado. La campaña exprés a la que Emmanuel Macron ha obligado a sus compatriotas con su decisión de disolver la Asamblea tras su fracaso en los comicios europeos del “9J” finaliza con tres semanas de reflexión que no habrán servido sino para dejar aún más descompuestas a sus tropas, a lo que aquí se llama la “macronía” y que él define como un “bloque central, liberal y progresista”.
Si la “Francia moderada”, que el presidente dice representar, está hoy deprimida, descorazonada y temblorosa es porque su principal líder ha cometido el mayor error político desde su llegada al poder en 2017. Pensó que disolver la cámara baja y llamar a elecciones le reportaría beneficios y le ayudaría a dar un nuevo impulso a su gestión. El resultado está a la vista. La izquierda, desde los socialdemócratas hasta los anticapitalistas, se ha unido en una plataforma electoral que, aunque no evita navajazos y diferencias políticas abismales, van a eliminar a los macronistas en muchas de las 577 circunscripciones electorales que se disputan.
Al otro extremo del tablero, el partido de Marine Le Pen y Jordan Bardella, Reagrupación Nacional (RN), cabalga ligero en las muestras de opinión como el indiscutible vencedor en la arriesgada apuesta de Macron. Nunca el principal rival del presidente desde 2017 está tan cerca de obtener una mayoría en el hemiciclo, que le podría garantizar la jefatura de gobierno en una cohabitación con un presidente que se ha erigido en estos últimos siete años como la principal barrera al RN. Como se escribe esta semana en el semanario satírico “Le Canard Enchaîné”, Macron, según sus propias palabras, quiso lanzar una granada a sus rivales políticos, pero en vez de arrojar la carga explosiva, lanzó la anilla.
Macron acerca Francia a los PIGS
Emmanuel Macron perdió así, en el transcurso de unas horas, toda la estima política que se le suponía en su país y, aún más, en Europa. Someter a sus propios diputados, y a los de sus aliados de centroderecha que forman la coalición “Ensemble”, a una campaña sin tiempo ni para imprimir carteles, les hace partícipes y víctimas de su maniobra suicida. Su decisión sorprende aún más cuando el país prepara unos Juegos Olímpicos bajo una alerta terrorista permanente y con el Fondo Monetario Internacional (FMI), los “hombres de negro” de la UE y las agencias de notación en el rellano de la escalera, preparadas a dar una patada en la puerta, censurar y castigar la gestión económica del llamado “Mozart de las finanzas”: 5% de déficit público y 110% de deuda. Francia, cada día más cerca de convertirse en un “pig”, acrónimo en inglés por el que se designaba en el Norte de Europa a Portugal, Italia, España y Grecia (PIGS), cuando formaban el pelotón de malos alumnos en la UE.
Macron pensaba que, como ha ocurrió en las presidenciales de 2017 y 2022, la izquierda dividida le apoyaría en su finalísima, la segunda vuelta electoral, contra Le Pen. Ahora se le recuerda que, si ha sido dos veces elegido jefe del Estado, no es solo por sus méritos, sino porque gran parte de la izquierda votó en contra de RN.
El dique antiLe Pen ha cedido
Hoy, la barrera, el dique, el cordón sanitario” al partido de Marine Le Pen ha cedido. Macron intenta ahora poner remedio a asuntos que ha menospreciado o ignorado desde hace siete años y que, para la mayoría de los franceses son una prioridad, aparte del deteriorado poder adquisitivo: la inmigración masiva y el aumento espectacular de la inseguridad, el deterioro sin freno de los servicios públicos - la sanidad y la escuela – , la desesperación de los agricultores ante una competencia exterior libre de las normas que a ellos se les impone desde Bruselas y París, la Francia “vaciada” de la zonas periféricas y rurales, desprovistas de servicios postales, hospitales, bancos….
Todo un segmento de la población que ha engrosado las filas de Marine Le Pen y Jordan Bardella, su candidato a primer ministro que, a pesar de tres semanas de campaña en contra de todos sus contrincantes, ha aumentado incluso su distancia en los sondeos. Siguiendo los
principios de “respetabilidad” ya observados en una Asamblea convertida en circo por la extrema izquierda, la “desdiabolización” es ya una cosa del pasado para RN. Desde los jóvenes a los ancianos, desde los obreros a las clases medias más altas, desde los pequeños comerciantes a los autónomos, la llamada ofensivamente “extrema derecha”, atrae más que nunca. Una de las subidas en apoyo popular proviene del voto femenino, explicado por la explosión de criminalidad: agresiones, violaciones…
Empieza el “teatrillo antifascista”
Lo que el exprimer ministro socialista, Lonel Jospin, caricaturizaba como “el teatrillo antifascista”, es decir, las manifestaciones de alerta contra la “llegada del fascismo”, el "retorno de la ultraderecha”, de “la bestia inmunda” etc., tampoco sirve ya para frenar la subida de RN. Estos últimos días los habituales “abajofirmantes” de la cultura, el cine, el deporte, y otros sospechosos habituales han lanzado su tradicional “no pasarán”. La llamada a “resistir”, convierte a muchos en pequeños Jean Moulin de plastilina. Moulin fue el coordinador de la Resistencia interior contra las tropas de ocupación nazis. Torturado hasta la muerte, hoy se le saca a pasear, a pesar de que la izquierda comunista nunca le tuvo simpatía, por decirlo suavemente.
Entre todas esas alarmas del “campo del bien”, se escuchó una voz autocrítica, la de una de
las figuras (de izquierda) de la escena teatral, Ariane Mnouchkine: “No creo que una palabra
colectiva de artistas sea útil o productiva. Una parte de nuestros ciudadanos está harta de nosotros, de nuestra impotencia, de nuestros temores, de nuestro narcisismo, de nuestro
sectarismo…”.
Algunos sindicatos de funcionarios y, en especial de la enseñanza pública, dicen que se opondrán a las medidas que tome un eventual gobierno de “extrema derecha”. Todo ello no sirve sino para engordar el apoyo a RN, que ve como una oposición de izquierda radical desesperada acepta la democracia solo cuando gana. De la misma manera, las manifestaciones que se preparan ya para la semana que viene en las calles, para hacer frente a un posible gobierno de Jordan Bardella tras el 7 julio, pueden ser contraproducentes, pues ya solo sirven para convencer a los ya convencidos y si, como es probable, hay destrozos y violencia, la respuesta en las urnas en la segunda vuelta será para pedir todavía más firmeza y autoridad al Estado.
Bardella, como Meloni; Melenchón, como Hamás
RN ha diluido y afeitado el programa electoral y sus promesas imposibles en las últimas horas, para convertirse un “partido de gobierno” respetado por el mundo de las finanzas y el empresariado. Las críticas a sus renuncias tampoco hacen efecto. La “melonización” está de moda entre la “unión de las derechas” europeas.
Las izquierdas, agrupadas en el “Nuevo Frente Popular”, (La Francia Insumisa, socialistas, comunistas, ecologistas y anticapitalistas “trotskos”) se mantiene alta en los sondeos gracias a estar unidos en esa alianza electoral. Las puñaladas verbales y las descalificaciones de momento no hacen mella en un electorado de izquierdas al que solo une el terror a Marine Le Pen. Hay algo que sin embargo pone a todos de acuerdo, salvo a “La Francia Insumisa”, claro está: Jean-Luc Melenchón no pude ser su candidato a jefe de gobierno.
La “palestinización” de la campaña para las europeas y el odio antijudío proclamado por muchos de los militantes e, incluso, candidatos melenchonistas a la Asamblea ha frenado a muchos votantes de izquierda, si bien ha tenido un cierto éxito en los barrios poblados por franceses musulmanes, el voto soñado y mimado por Melenchón. El extremismo antijudío y antiIsrael ha llegado al punto de llevar al famoso cazanazis francés y antiguo deportado, Serge Klarsfeld, a decir que el nuevo RN ya no es antisemita y que Melenchón es “un antijudío sincero y activo”.
El rechazo que el “conducator” de LFI produce entre los franceses es mayor que el temor a Le Pen. Los mismos sondeos indican que entre un liderazgo en la izquierda del socialdemócrata Raphael Glucksmann atraería más votos. El problema es que ni Glucksmann, ni socialistas, ni comunistas, ni ecologistas tienen ahora la fuerza suficiente para competir en un sistema electoral sin proporcional, mayoritario a dos vueltas.
La primera vuelta de este domingo servirá para aclarar en resultado del chupinazo del 7 de julio. En realidad, se trata de 577 elecciones, una por circunscripción en juego. En el caso de que dos los candidatos clasificados en una de ellas pertenezcan a RN o a la alianza de izquierdas y la final se juegue entre los dos, no se sabe cuál será la consigna de voto de los macronistas. ¿Insistirán en hacer de barrera a Le Pen, u optarán por el “ni, ni”, siguiendo el mensaje de estos días contra “los dos extremos”? ¿Cuál será la respuesta al mismo dilema de la derecha de “Los Republicanos”, que han sobrevivido apenas a la fuga de su patrón, Eric Ciotti, embarcado ahora en la unión de las derechas con Bardella?
La solución a este jeroglífico electoral, el domingo por la noche. Los franceses tendrán que
esperar una semana más de campaña, ataques, improperios, bulos y angustia para saber si en la futura Asamblea Marine Le Pen obtiene la mayoría que le concede el derecho a gobernar, o si no llega a los 289 de los 577 diputados y el legislativo se convierte en un hemiciclo ingobernable, con tres bloques irreconciliables: izquierdas, centristas y derecha dura.
Un escenario de ese tipo, sin posibilidades de acuerdos puntuales llevaría el caos a una cámara que el presidente no puede volver a disolver hasta dentro de un año, según la Constitución. Un año de infierno legislativo para Emmanuel Macron. Por eso, entre las muchas especulaciones que la incertidumbre electoral sugiere está la de una renuncia del propio presidente, aunque tampoco resolvería el problema del año de espera. La noche del domingo podrá empezar a aclarar el camino que tomará Francia, aunque habrá que esperar al 7 de julio para saber a qué atenerse. Eso, si Emmanuel Macron no saca de la chistera una nueva ocurrencia.
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