Alcanzar acuerdos conjuntos en la cumbre del G7 -que reúne este fin de semana en Biarritz a los líderes de Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido- se ha convertido en una verdadera quimera. Impulsado en los años setenta para buscar soluciones y estrategias compartidas a los retos globales, la actual división de posturas entre los diferentes miembros del grupo hace casi imposible la rúbrica de acuerdos políticos multilaterales de calado.
Con negociaciones secretas y sin posibilidad de conocer los documentos de trabajo que preparan los Estados a lo largo de todo el año, lo único que trasciende de manera oficial son las declaraciones conjuntas finales. Y en el encuentro celebrado el pasado año en Quebec (Canadá), el presidente estadounidense Donald Trump se negó a firmarla. En la de este fin de semana en Francia, ni siquiera se plantean elaborarla.
Las expectativas sobre la cumbre que el presidente francés Emannuel Macron ha querido centrar en la "lucha contra las desigualdades" son escasas. La reunión del grupo de potencias industrializadas no ofrece hoy por hoy más que un espacio en el que sus miembros pueden fotografiarse de manera conjunta en ciudades blindadas por las fuerzas de seguridad. En total, el dispositivo francés cuenta con cerca de 20.000 agentes y España ha tenido que desplegar a casi seis mil en el entorno de la frontera ante la posibilidad de que los grupos radicales y antisistema provoquen altercados.
Así que más que el resultado de los debates previamente acordados, el interés de este G-7 está puesto en las conversaciones bilaterales que mantienen los mandatarios. Máxime en un momento protagonizado por la tensión comercial entre EEUU y China, por la relación con Irán y por la posible salida del Reino Unido sin acuerdo de la UE el próximo 31 de octubre.
"Es más importante lo que se negocia de manera oficiosa entre los jefes de estado y de gobierno de estas cumbres que lo que se hace de cara a la galería", apunta Rafael Calduch, catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid. "Ese tipo de negociaciones informales donde se pueden acercar posiciones son las que pueden dar más sentido a la cumbre de Biarritz que el que salgan acuerdos políticos realmente importantes", añade.
Y es que en todos esos asuntos, los miembros del grupo mantienen posturas muy distantes. El recientemente nombrado primer ministro británico, Boris Johnson, se estrena este fin de semana en la cumbre con la amenaza de un brexit duro sobre la mesa y la con la negativa de Francia y Alemania a cambiar un ápice el acuerdo alcanzado con Bruselas. Trump, en cambio, se posiciona como aliado de los futuros intereses comerciales británicos.
Este tipo de conferencias "han sido muy útiles para ir creando las bases de entendimiento del orden internacional en áreas donde había mucha conflictividad como por ejemplo en la región de Oriente Medio o en sectores o temas en los que había que ponerse de acuerdo porque eran novedosos", opina Calduch. Pero atrás quedan los tiempos en que el foro servía para impulsar medidas de estímulo de las economías tras períodos de crisis o borradores que puedan acabar dando pie a tratados multilaterales o resoluciones de la Asamblea General o del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. "Sin ellas habría sido más difícil encontrar acuerdos en el marco de Naciones Unidas para desarrollar regulación de nuevas áreas", remata.
Pero lo cierto es que el G-7 suscita un fuerte movimiento de oposición por parte de grupos antiglobalización, altermundistas, ecologistas y feministas, que se consideran marginados de este tipo de conferencias de líderes mundiales y gobiernos de siete grandes potencias. "Hay una oposición basada en la concepción democrática o de más participación popular que se opone a los grandes entendimientos políticos de los gobiernos que les afecta en su vida porque cambia la realidad internacional. Pero no hay que sobrestimar este tipo de movilizaciones", añade Calduch.
Este tipo de conferencias tienen dos posibles efectos. Acuerdos políticamente vinculantes entre los miembros del G-7 o dar un paso más y en temas suficientemente avanzados, el acuerdo político se traduce en un primer borrador de norma jurídica internacional como un tratado multilateral o alguna resolución de la Asamblea General o del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas". La eficacia viene muy determinada en cada cumbre por la importancia de los temas de la agenda que se negocia previamente y, segundo, por el nivel de acuerdo con el que se llega a esas conferencias", señala.
Por ejemplo, el impacto que ha tenido la globalización en la economía mundial; que ya era mundial pero no estaba globalizada, a través de la economía informal que se consigue a través de internet. Eso obliga a establecer acuerdos o entendimientos a partir de la cual se regulen esas nuevas realidades. Lo mismo con el cambio climático, que hace veinte años aparecía en la agenda como un tema marginal y ahora es prioritario. Sin ellas habría sido más difícil encontrar acuerdos en el marco de Naciones Unidas para desarrollar regulación de nuevas áreas.
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Nuevas tecnologías de la comunicación
a voluntad del presidente francés Emmanuel Macron que ostenta este año la presidencia rotatoria del grupo es la lucha contra las desigualdades.
Rusia fue expulsada en 2014 tras anexionarse la península de Crimea.
Los representantes de estos ocho países se reúnen anualmente en lugares pertenecientes a alguno de los miembros en la llamada Cumbre del G8. La finalidad de estas reuniones es analizar el estado de la política y las economías internacionales e intentar unificar posiciones respecto a las decisiones que se toman en torno al sistema económico y político mundial. A lo largo del año, los ministros de economía, comercio, relaciones exteriores, medio ambiente, trabajo, etc., se encuentran para ir preparando la Cumbre anual, acercando posiciones y negociando consensos.
El G8 ha ido buscando soluciones y estrategias comunes para hacer frente a los problemas detectados, en función siempre de los intereses propios. El G8 no tiene formalmente capacidad para implementar las políticas que diseña. Para conseguir ejecutar sus iniciativas, el G8 cuenta con el poder de sus países miembros en las instituciones internacionales como el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el FMI o la OMC. De hecho, de los cinco miembros permanentes (con derecho a veto) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, cuatro son miembros del G8, y en el marco del Banco Mundial y el FMI los países del G8 acumulan más del 44 % de los votos. En las negociaciones en el marco de la OMC, los países del G8 también acostumbran a funcionar como un bloque formado por la UE, Japón, Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, la paulatina pérdida de peso de Occidente en la economía mundial y la creciente influencia de potencias emergentes como China han conllevado una pérdida constante de poder y representatividad real del G8, una tendencia que se espera que se agrave en los próximos años.
"Las discrepancias hacen pensar que van a salir pocos acuerdos vinculantes desde el punto de vista político.
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