El zumbido de los drones y el estruendo remoto de las explosiones recuerda que Yan Junis, en la Franja de Gaza, está a sólo 1,6 kilómetros de distancia. El Kibutz de Nir Oz es uno de los primeros puntos que atacaron los terroristas de Hamás. En este complejo de viviendas vivían 417 personas: 117 fueron asesinadas o secuestradas en una sola mañana, la del 7 de octubre; la que desató una guerra que mantiene en vilo al mundo. De algunos fallecidos apenas se han logrado encontrar restos mínimos: algún miembro o un diente que han servido para su identificación. Aún huele a quemado en las casas destrozadas, el hedor de los cadáveres apilados hace que aún sea difícil respirar en el antiguo comedor.
Adentrarse en el kibutz de Nir Oz es abrirse paso entre los escombros. Hasta hace unos meses era un espacio verde, donde las familias convivían y compartían una parte de sus ingresos para mantener infraestructuras y servicios comunitarios. Las viviendas son -eran- modestas. Basta elevar la mirada para ver la valla que separa Israel de la Franja de Gaza.
Los terroristas de Hamás y de la Yihad Islámica Palestina reventaron el punto fronterizo a las 6.36 de la mañana del 7 de octubre. Los servicios de inteligencia israelíes no fueron capaces de detectar que miles de combatientes planeaban un asalto total contra sus posiciones en el sur, con kibutz como el de Nir Oz como objetivos principales.
La población israelí que vive en estos espacios comunitarios era, hasta el 7 de octubre, la más acostumbrada a tratar con los gazatíes. En Israel se les consideraba el colectivo más favorable a un escenario de paz, liderando incluso iniciativas civiles para favorecer el encuentro entre las dos comunidades. Es aquí donde los terroristas decidieron abrir las puertas del infierno. En apenas cinco minutos salvaron la distancia entre la Franja y la frontera, a bordo de sus Toyota, se infiltraron en el kibutz de Nir Oz y de forma sistemática asesinaron y secuestraron a sus habitantes.
Los ataques de Hamás
Los escombros reciben al visitante en el principal acceso del kibutz. Donde antes había una casa ahora apenas quedan polvo, piedras y algún resto de lo que parecieran enseres personales. Amitai, de 80 años, era su propietario. Él fue asesinado. Su asistente, Jimmy, de origen filipino, fue secuestrado. Lo único que queda en pie es el refugio antiaéreo del que disponían. Porque cada vivienda cuenta con un espacio donde protegerse en caso de un ataque con cohetes. Según el protocolo, deben ponerse a resguardo en cuestión de segundos al escuchar el sonido de las alarmas.
Pero el del 7 de octubre no fue un ataque sólo con cohetes. La principal fuerza se desplegó por vía terrestre; entre 300 y 400 terroristas que asediaron la comunidad de Nir Oz. Destruyeron un tercio de las casas, como la de Amitai. Desde lo que era su vivienda se ve ahora un globo aerostático blanco, con sistemas de detección y vigilancia, desplegado por el Ejército israelí. Se escucha un nuevo estruendo de una explosión.
La siguiente casa es la de Oded Lifshitz. Artista de profesión, es uno de los secuestrados por Hamás. 134 personas aún permanecen retenidas en los túneles de los terroristas, en condiciones inciertas, pero a todas luces insuficientes, según las informaciones ofrecidas por algunos de los liberados. París acoge estos días una cumbre auspiciada por Estados Unidos para alcanzar un alto el fuego en la Franja y liberar algunos de los rehenes.
Oded viajaba a menudo a bordo de su propio vehículo para trasladar a ciudadanos gazatíes a hospitales israelíes para cumplir sus tratamientos oncológicos o de diálisis. En su casa, ennegrecida por el incendio de los terroristas, no queda ningún elemento que se pueda salvar. También están secuestrados los hermanos Iair y Eitan Horn, sus vecinos más inmediatos.
En el suelo se ven algunos neumáticos. Con ellos, los terroristas de Hamás incendiaron las infraestructuras del kibutz. También se han encontrado cuerpos incinerados.
Los hermanos David y Sharon Cuño, con las tres hijas de éste y otros familiares, estaban reunidos el 7 de octubre. Se encerraron en su refugio. Los terroristas de Hamás trataban de abrirla, pero David, fornido, logró mantenerla cerrada. Los asaltantes no pudieron quemar la casa con neumáticos, así que recurrieron a la instalación de gas. Las víctimas del ataque, cercadas por el fuego y el humo, abandonaron el refugio. Todas ellas fueron secuestradas.
Itzi, de 68 años, vivía solo. También mantuvo un tenso forcejeo con los terroristas que querían entrar en su refugio, hasta que siete disparos atravesaron la puerta y le dejaron malherido: la cantidad de sangre que aún mancha las paredes y el suelo dan cuenta de la gravedad de sus lesiones. Hay señales de lucha. Lo mismo le ocurrió a Ofelia Roitman, unas casas más allá. Nueve disparos penetraron su puerta y le alcanzaron directamente. Aún está todo lleno de sangre.
En la de la familia Vivas se registró un enfrentamiento directo. Jarden tenía un arma y logró abatir a varios terroristas que querían llevarse a su mujer y sus hijos, hasta que los asaltantes –en este caso de la Yihad Islámica Palestina- lograron por fin acceder a la vivienda. No se sabe qué ha sido de ellos. Hamás afirma que han sido asesinados, pero no hay pruebas fehacientes de ello.
Una morgue improvisada
Los asaltantes de Hamás tenían información de primera mano de quién vivía en cada casa, quizá facilitada por ciudadanos afines que frecuentaban el kibutz. No en vano, la primera que atacaron fue la del jefe de seguridad del kibutz. La lenta respuesta del Ejército israelí –tardaron ocho horas en llegar a Nir Oz- propició la total impunidad de los terroristas, que atacaron, saquearon y perpetraron crímenes a placer. Las autoridades del país hebreo registraron más de mil denuncias por abusos sexuales el 7 de octubre en todas las posiciones atacadas.
En un camino hay varios montículos de piedra, polvo y escombros. Arqueólogos israelíes tamizaron los restos en busca de indicios de crímenes. Entre ellos se localizaron dientes o partes de cuerpos que sirvieron para identificar algunos de los desaparecidos, aunque sus cadáveres no son ya más que cenizas.
El 7 de octubre fueron asesinadas 1.200 personas. 49 de ellas, en el kibutz de Nir Oz. Los cuerpos se amontonaban en un lado y otro, entre casas ennegrecidas y columnas de humo. Era el escenario de la desolación. Los supervivientes los trasladaron al comedor, el espacio comunitario más amplio.
Un hedor recibe al visitante al entrar en el comedor. Es el de los cuerpos y la sangre. Han pasado casi 150 días, pero el olor lo impregna todo. Respirar requiere un esfuerzo añadido. En una mesa alargada hay dispuestos platos y cubiertos, cada uno de ellos con los nombres de los secuestrados del kibutz que aún permanecen en la Franja. En Nir Oz aún viven siete personas que se niegan a abandonar sus casas y que erigen estos recuerdos en memoria de sus vecinos asesinados o retenidos.
Sillas de plástico fundidas por el fuego, señales en el asfalto de vehículos incendiados, viviendas que apenas se sostienen y otras en las que acceder es del todo imposible. Los juguetes de los niños siguen en los jardines, como los dejaron antes de recibir el ataque de Hamás.
Desde el cielo resuena el zumbido de los drones militares. Los estruendos de las bombas en la Franja de Gaza llegan hasta el kibutz de Nir Oz.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación