Decía el escritor Giuseppe Marotta -autor de L’oro di Napoli- que “Dios creó I Quartieri Spagnoli para sentirse adulado y ofendido el mayor número de veces en el menor espacio posible”. Lejos de la realidad, lo cierto es que el barrio no fue obra divina sino la puesta en práctica de un virrey español que se creía un Padre Eterno: Don Pedro de Toledo.
Porque sí. No fue casualidad que el viaje de los Reyes de España en Italia (el último fue en 2014) se cerrara en Nápoles, donde Felipe VI recibió el doctorado honoris causa en Ciencias Sociales y Estadísticas. ¿El lugar? La histórica Universidad Federico II, fundada en 1224 por el monarca. Es la enésima prueba de una simbiosis entre dos lugares que albergan una gran historia común dilatada casi cuatro siglos: desde Alfonso de Aragón (entró triunfalmente en Nápoles en 1443) hasta Carlos III de Borbón. Efectivamente, suena la misma rapsodia para ambos pueblos. Ayer y hoy. “Estamos hablando de un rey de verdad, con un encanto increíble. Cuando nos referimos a raíces europeas… España las representa casi mejor que nadie. Hay intelectuales que intentan deslegitimar estas figuras, pero no se debe olvidar que hace 160 años terminó el reino de las dos Sicilias con la expulsión del último Borbón (Franceschiello) y la conquista de este territorio”. Las palabras son de Gennaro De Crescenzo, presidente de la asociación Movimiento Neo borbónico, que desde hace treinta años pretende dar luz a un secreto sepultado entre legajos. La anti historia del sur que la vigente corona de España ha desenterrado de forma inintencionada. O no.
“La visita de Felipe y la reina Letizia supone un fortalecimiento más de raíces profundas que nos unen. El gran esplendor de esta tierra fue con los Aragoneses primero y luego los Borbones (1734-1860). El periodo español, en general. Era una gran capital cultural y económica. Estábamos en el centro del mundo, junto a Londres, París, Viena y Madrid. Han querido echar fango a esto”, espeta mientras intenta rescatar la fuerza evocativa de esta visita de estado. Para ello usa la palabra orgullo, y aprovecha la presencia monárquica española para reivindicar el grito del sur, colonizado -con el beneplácito de los Saboya- hace un siglo y medio en una operación, desde su punto de vista, blanqueada como unificación pacífica italiana. “No somos nostálgicos ni monárquicos. No anhelamos un periodo que no conocimos, pero Nápoles tiene menos derechos desde entonces. Nosotros somos una ciudad española, y no hay que olvidar lo que dijo Felipe”, resalta con vehemencia. Y es que el rey, en un acto celebrado en el Teatro San Carlo donde también estuvo Sergio Mattarella (presidente de la República), dijo esto: “Mi ascendente más directo es Carlos III. No se entiende Nápoles sin España, ni viceversa”. El colofón final fue junto al rector Matteo Lorito, cuando citaron Cervantes y Boccaccio. “Usted, majestad, entra a formar parte de federiciani como Tomás de Aquino o Giordano Bruno”. Fue el punto álgido del tributo que, bajo el Vesubio, le brindó la ciudad partenopea. Pura gratitud.
Lazos de sangre
Para comprender el sucinto relato es necesario contextualizarlo con perspectiva. Sobre todo, cuando se acercaba el epílogo de un viaje en loor de multitudes y prestigio, un encuentro en que los italianos -opinión pública y diplomacia- valoraron la figura hispana como capital en países del sur, algo que incluso podría suponer un punto de inflexión en la proyección conjunta europea.
Mientras todo esto sucedía, Felipe recibía la corona de Francesco II, otrora caído ante las hordas de Garibaldi poco después de 1960. Son los últimos descendientes que remueven un pasado canalla de sueño e ilusión. Todo custodiado por una ciudad cuya antropología vira entre la aristocracia y lo popular, la anarquía y la monarquía, Entre religión y laicidad. Esto se recogía en Il Mattino di Napoli, cuya portada del viernes aparecía con un claro y lacónico: Amigos. “Somos pueblos gemelos que caminan de la mano. Tenemos cuatro siglos de historia común. ¿Quién puede decir eso? Compartimos raíces culturales, políticas, religiosas, artísticas… Somos respetuosos con la tradición, sin más. Y sí, en Italia usamos el nombre de Felipe para decir que la monarquía no es tiranía, sino democracia. España es democrática. Es moderna y multicultural. La dinastía borbónica no es volver a las carrozas, sino mirar al futuro”, relata. “Viva el Rey”, le gritaron en el San Carlo. No se recordaba nada similar desde los tiempos de Maradona.
Roma, primera etapa
Tanto el profesor De Crescenzo como el periodista napolitano Salvatore Lanza, entrevistados por Vozpopuli, comparten la misma idea sobre el impoluto respeto y admiración de Italia ante los reyes, en las antípodas de España. “Es el blanco perfecto en vuestro país, porque representa una figura fuerte, relevante. En Italia no la tenemos, así que cuando las cosas no van bien no sabemos con quien cabrearnos. No encontramos el culpable. También, hay que subrayar, la tradición monárquica ancestral de aquí. En estas tierras del sur hablamos de casi ochocientos años en general. Hay un respeto reverencial hacia los Borbones, y eso no se puede explicar. Es así. Punto”.
También causó un particular efecto -en la prensa española- cuando fueron recibidos con imponente aquiescencia el primer día en Roma. Sí, en sintonía con los máximos honores de los mayores rangos de la República italiana. La hoja de ruta fue ésta: Felipe VI y Leticia cenaron con Mattarella en la colina del Quirinal, almorzaron con la premier Giorgia Meloni en la Villa Doria Pamphilij, departieron con Antonio Tajani (vicepresidente del Consejo), fueron recibidos en Palazzo Madama por el presidente del Senado (Ignazio La Russa), visitaron al alcalde (Roberto Gualtieri) en el Campidoglio y se reunieron con empresarios italianos y españoles, un acto -Business Forum- que inauguró el propio rey recordando la importancia capital de cooperación entre ambas naciones, que cierran el año con una cifra record fruto de un mercado estratégico en perfecta sinergia: 66 billones de euros de intercambios comerciales.
Además del crucial interés por el mercado único, se trataron otros temas punteros en Montecitorio, con las cámaras reunidas. Es la primera vez en la historia que un Parlamento unificado acoge a un jefe de estado. Sí, antes pasaron el Papa (2002), Zelensky (2022) o Arafat (1982), pero nunca un Rey. Lo recogieron algunos diarios importantes como Corriere della Sera, laRepubblica o IlSole24Ore, donde puntualizaron que la visita de su padre Juan Carlos en 1998 se diseccionó con dos discursos diferentes: Camera e Senato.
El discurso del Rey
No es posible descifrar el final sin las pistas del inicio. Si durante la cena con Mattarella el capo di stato italiano citó a Séneca, su homólogo español en el discurso ante parlamentarios y senadores se refirió a Manzoni (I promessi sposi), Alcide De Gasperi o María Zambrano, exiliada en Roma durante la dictadura. Se atrevió con el italiano y, durante treinta minutos, habló fundamentalmente de política, de los valores democráticos y los pactos de migración… De Ucrania y la necesidad de una férrea dimensión euroatlántica. Elogió a Mario Draghi, Enrico Letta y al propio Mattarella, “un punto de referencia para Italia y muchos jefes de estado, como yo”. Huyó de lo estridente para centrar lo obvio, no sesteó y sí, ejerció de catalizador entre dos realidades fraternales. Tan dispares que incluso se parecen.
Si España volvió a constituirse en reino tras la aprobación de la quinta Ley fundamental que organizaba los poderes estatales bajo la égida dictatorial, la República italiana vio la luz en 1946 mediante sufragio universal. Los ciudadanos dieron la espalda a la corona, acusándola de ser permisiva con el Duce y cerrar un ojo en el conflicto mundial. Un mes antes de las urnas, Víctor Manuel III abdicó y nombró a su hijo -Umberto II- regente. Duró un mes. Los resultados dejaron constancia de una crisis interna que aún hoy perdura, y que sirve para comprender aún más si cabe este magnetismo con Felipe y Leticia.
En el norte, la República se impuso con 66´2% de votos, mientras que en el sur arrasó la Monarquía con casi el 64%. Hubo muchos altercados en Nápoles (en Via Toledo), e incluso algunos intelectuales como Benedetto Croce o Luigi Einaudi intentaron in extremis salvar la corona instigando a los Saboya a dimitir y marcharse. Se negaron, y todo cambió para siempre para seguir siendo igual. Como Il Gattopardo.
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