Tiempo. Eso es lo que necesitaba Jardem cuando en la mañana del 7 de octubre se enfrentó en vaqueros y camiseta a los terroristas que llegaban a su kibutz para perpetrar una masacre. Tiempo. Sabía que tenía que frenar de algún modo a los miembros de Hamás y de la Yihad Islámica. Que si entraban al recinto, todo estaba perdido. Por momentos solo, aprovechó sus conocimientos del terreno para contener a los asaltantes en la puerta principal de este núcleo de viviendas, en el sur de Israel y en la frontera con Gaza.
Tiempo para esperar que llegaran fuerzas regulares del Ejército de Israel. Tiempo para evitar que los terroristas llegasen a su propia casa. Allí estaban su mujer, Samantha, y sus hijas, Libi y Ori, que entonces tenían 3 y 1 año.
De aspecto menudo, los vecinos de Mefalsim -así se llama este kibutz- le tomaban el pelo por formar parte del equipo de seguridad del este complejo de viviendas: "¡Si este nos tenía que proteger estábamos buenos!", recuerda ahora una mujer sobre lo que decían de Jardem Reskim antes de lo que ocurrió el 7 de octubre de 2023, fecha de la que ahora se cumple un año.
Los kibutz tienen una parte de autogestión por parte de la comunidad de vecinos, destinando fondos compartidos al mantenimiento de espacios e infraestructuras. A cada uno de ellos también se les asignan tareas específicas en busca del bien colectivo: manutención, gestión de zonas de ocio y toda clase de labores.
Jardem es paisajista. Como tenía formación militar -el servicio es obligatorio para todos los israelíes- se le asignó formar parte del equipo de seguridad. En su casa guardaba su arma reglamentaria y un chaleco de protección.
"Pero... ¡ah! Ahora es un héroe para nosotros", indica esta misma mujer para referirse a lo que Jardem hizo aquel 7 de octubre. El aludido sonríe con cierta incomodidad. Recibe a Vozpópuli con un vaquero corto, una camiseta desgastada y con unas chanclas havaianas. En una mano lleva un café y en otra un cigarrillo.
El testimonio de Jardem Reskim
Esta es su historia narrada en primera persona:
Estaba en casa con mi familia durmiendo en mi cama, con las hijas que vinieron en medio de la noche. Empezaron los bombardeos, las sirenas… Pasamos de nuestra habitación a la contrabomba [protegida contra proyectiles], como normalmente se hace. Pero las sirenas no paraban. La mayoría de las veces son 10, 15 o 20 segundos, pero llevábamos varios minutos con ellas. Hasta que escuchamos unos tiros. Yo estaba medio despierto, medio no. Mi mujer, que también estuvo en el Ejército, me dijo que estaban disparando. Yo dije que no, que era sábado y que no era posible [creyendo que eran unos ejercicios de fuego; el judaísmo marca el sábado como día de descanso]. Luego se escuchó un tiro fuera de casa y empecé a entender a historia.
Tenía el arma y el chaleco en casa; el arma guardada en un lugar cerrado y el chaleco arriba. Me puse unos jeans, una camiseta y el equipo. Tener todo eso en casa es como tener un extintor, lo tienes pero nunca esperas usarlo. Pero tenía que hacerlo. Formaba parte del equipo de seguridad del kibutz. Soy paisajista, pero mi unidad de reserva del Ejército es formar parte del equipo de seguridad del kibutz.
Estaba saliendo de casa sin saber lo que iba a pasar y mi mujer me dijo: “Espera un minuto, que te hago un café”. Y cuando salí… cuando salí, empecé a entender.
Un compañero que formaba parte del equipo de seguridad entendió que estaba pasando algo. Dio la vuelta aquí [señala una curva] y se fue por aquí [un camino] alertando a la gente de que había disparos. Salí de mi casa y fui hacia el portón [el acceso principal al recinto], hasta llegar a un aparcamiento que hay allí [señala con el dedo un punto del kibutz]. Me puse detrás de una piedra grande y vi tres personas de negro fuera del kibutz, de espaldas a mí. No entendía quiénes podían ser hasta que se dieron la vuelta y les vi el AK-47 [rifle kalashnikov]. Nosotros no usamos esas armas. Y estaba claro que no eran israelíes.
Estaba solo. Abrí fuego. Uno cayó. Los otros dos corrieron hasta alcanzar el portón.
"Vi 25 terroristas armados"
Me moví por detrás de aquellas casas hasta al portón [levanta la mirada hacia varias construcciones blancas de una sola altura]. Vi que dos compañeros de nuestro grupo de seguridad estaban entablando combate con ellos. Miro al portón y vi… buf, unos 25 terroristas armados con todo: con RPG [lanzagranadas], con kalashnikov… con todo. Estaban disparando con todo. Avisé por la radio de lo que estaba ocurriendo y disparé contra ellos desde allí [señala una casa que hace esquina]. Fue como un minuto de fuego [disparos] hasta que parecieron entender por dónde estaba, porque empezaron a acercarse.
Desde ahí bajé un poco más hacia adentro del kibutz, donde me encontré con un paramédico del grupo. Llegó con una pistola, un arma chiquita, y volvimos arriba. La idea que teníamos todo el rato en la cabeza era que no entrasen, porque eran muchos y nosotros sólo dos. Eso no puede terminar bien.
En algún momento explotaron la entrada y accedieron. Lo que no entiendo es por qué en esta carretera fueron hacia la izquierda, que es donde está la zona industrial, y no por la derecha, que es la residencial.
Fuimos bajando entre las casas cuando me encontré a otro chico [del equipo de seguridad del kibutz] que tenía una pistola. Empezamos a patrullar por allí, enfrente, donde aquel techo azul [señala una construcción]. Estábamos del otro lado de los árboles y vimos dos terroristas andando, como lo estamos haciendo nosotros ahora, con toda tranquilidad: tenían las armas delante y parecían andar felices. Uno llevaba una bicicleta. Les disparé desde 20 o 25 metros y… ya no caminaron más. Cayeron detrás de aquella casa.
Lo que no vimos es que había otro grupo de diez que empezó a disparar contra nosotros. Nos lanzaron un RPG que no nos dio, alcanzó esa otra casa pero no estalló. Yo creí que era una bomba de gas y salimos por ese otro lado [indica un camino cercano].
Debían ser las 7.30 de la mañana cuando el grupo que nos atacaba se rompió porque veían que por aquí les iba a costar mucho entrar. Muchos de ellos rodearon el kibutz y rompieron otra puerta, que está junto a un generador y delante de una casa. Allí se encontraron con nuestro jefe [del equipo de seguridad] y con otro chico. Nuestros compañeros eliminaron dos [terroristas] dentro y otros dos fuera, y capturaron a uno. Éste entró corriendo en la casa y levantó las manos [hace la señal de rendirse]. Es difícil de entenderlo.
En ese momento intentábamos saber si había gente todavía dentro. Había un montón de sangre, un zapato, un arma aquí abandonada… Trataron de evacuar a los heridos, pero por la sangre es difícil creer que pudieran sobrevivir. Patrullábamos con el arma caliente, es una expresión para decir que vamos con el seguro quitado y el dedo en el gatillo, esperando que algo salga de cualquier sitio. Estás todo el tiempo bajo mucha tensión.
"Había mucha confusión"
Los terroristas llegaban desde Gaza, de ahí enfrente, desde una zona que se llama Flecha Negra. Eran las 9.05, más o menos, cuando llegó un helicóptero Apache [de combate del Ejército israelí], se paró encima del kibutz y durante 40 segundos -que puede parecer poco, pero es mucho- dio todo lo que tenía. Todo el fuego, todos los misiles… todo. Todo en dirección a Flecha Negra. Cuando vació, se fue. Resulta que allí esperaban entre 100 y 150 terroristas con coches, ametralladores y armas pesadas preparándose para entrar y hacer una masacre.
Era un momento de mucha confusión. No iban los teléfonos, casi no había comunicaciones. Sabíamos que había combates cerca, pero no qué estaba ocurriendo. Mantuvimos las patrullas hasta que a las diez y poco de la mañana entró un grupo de élite del Ejército. Nos dijeron que había un combate al otro lado del kibutz. Uno de los nuestros les llevó al lugar y se encontraron con 12 o 15 terroristas con una furgoneta pick-up y motos. Los terroristas abandonaron los muertos y se llevaron los heridos. Después me dijeron que al salir un helicóptero les alcanzó. Eso no lo sé, es lo que cuentan.
Ahí terminaron las batallas. Eran las… 10.30, las 11.00 de la mañana. Mantuvimos las patrullas calientes dentro del kibutz. Entrábamos en las casas, gritando el nombre de quien vivía dentro y, si no respondían, entrábamos preparados para disparar. Después decidimos salir del kibutz para ver lo que había alrededor y nos encontramos con los cuerpos de los terroristas. ¡Estaban vestidos como nosotros! Iban con ropa civil y chalecos negros. Nosotros igual. Volvimos adentro corriendo para alertar por radio y evitar posibles casos de fuego cruzado entre nosotros.
Todo ese día mi mujer y las chicas estaban en casa. Les mandaba mensajes por el móvil pero no les llegaban. Había un chico que hacía de mensajero, comunicando entre diferentes posiciones. Me dijo si quería que fuese a mi casa a ver a mi esposa. Le dije que sí y fue corriendo. Al volver, me dijo: “Creo que no lo he hecho bien, porque le he dicho que estabas herido en la cara y se ha preocupado mucho”. En realidad no era nada. Creo que algo que voló me dio y empecé a sangrar. Era muy aparatoso, pero no era nada, no me quedó ni cicatriz.
Estuvimos patrullando durante horas. A las nueve de la noche no me tenía en pie. Estábamos aquí, guardando esta parte [con la mano indica la zona], cuando sentí sangre en la pierna. Era mucha. Pensaba que me habían herido de un disparo en algún momento pero que no lo habría sentido con la adrenalina. Pero no era nada de eso. Era de correr mucho y andar mucho en jeans, que me había hecho heridas por aquí. Pedí a uno de los chicos que me relevase: “Voy a casa, me limpio y vuelvo”.
"La primera vez que veía a mi mujer"
Fui a casa. Era la primera vez que veía a mi mujer desde las siete de la mañana. Le expliqué lo que estaba pasando, porque no sabía nada: la mayor parte del día no funcionó la electricidad y no encendió la televisión. Tampoco las comunicaciones. Sabía que estaba pasando algo grande, pero no la inmensidad de la historia. Ella también estuvo en el Ejército. Le enseñé que el arma estaba caliente y le dije: “No la desarmes, voy a la ducha, me limpio y vuelvo afuera”. “Claro, claro”, me dijo.
Me di una ducha rápida, me puse el uniforme del Ejército y… Me dormí. ¡Me dormí! Estaba agotado. Me senté en la cama y me dormí así [gesticula como si estuviera sentado con la cabeza torcida], con la mano en el arma. Como si me hubieran desconectado. No podía más.
Me desperté a las dos o tres horas y llamé al responsable de seguridad. Me dijo que el Ejército estaba aquí. No soy el único del equipo de seguridad que tiene hijos chiquitos, pero sí el único que ese día salió de su casa. Me dijo: “Quédate con los chicos, con tu mujer, hay bastante fuerza aquí”.
Después no pude volver a dormirme. A las seis o seis y media salí de casa y vi muchos soldados. Di una vuelta con ellos y les indiqué dónde había gente, dónde no… información para hacer mejor la seguridad.
A las nueve de la mañana nos dijeron que se podía salir del kibutz. Me fui con mi mujer y le pedí que arreglase algo rápido para irnos. Pusimos las cosas en el coche y nos metimos los cuatro. También nuestra perra Pipa, un pastor belga enorme. No se podía salir por la puerta principal porque fuera estaba todo lleno de coches quemados y destruidos. Hice toda la vuelta del kibutz y, al salir, un soldado me dijo que esperase porque iban a preparar una caravana. Le dije que no: “No espero a nadie”. Y aceleré.
Mi mujer iba detrás con las chicas, bajándoles la cabeza y hablándoles para que no mirasen fuera. Estaba todo… Era la guerra. Aceleré y aceleré, casi a 200 kilómetros por horas. Iba con todo entre los coches quemados. ¡No sabíamos qué podía haber fuera! Llegamos la parte baja de la carretera y un soldado me dijo que fuera hacia un lado, pero fui por en medio. Queríamos dejar a la perra con un amigo que cuida de perros, porque no sabíamos cuánto tiempo íbamos a estar fuera, pero sabía que era para largo.
Hemos estado diez meses fuera de casa. Salimos de aquí el 8 de octubre. A las dos semanas empecé a volver con el grupo de reserva y para coger cosas, pero como familia no hemos vuelto de forma definitiva hasta el 15 de agosto. Los últimos cuatro o cinco meses veníamos casi todos los fines de semana. Lo pasábamos aquí y nos íbamos, para trabajar el trauma.
Si queríamos regresar hay que trabajar el trauma. Estamos bien, por ahora.
*Nota al lector: el kibutz de Mefalsim apenas resultó dañado durante el ataque terrorista perpetrado por Hamás y la Yihad Islámica el 7 de octubre de 2023. En otros de los alrededores se perpetró la masacre que acabó con la vida de 1.200 personas y el secuestro de unas 250. Aún hoy hay 101 retenidos. El ataque propició la respuesta militar de Israel en la Franja de Gaza, criticado por organismos internacionales como la ONU y la Unión Europea debido a su contundencia. También arrastró al tablero a una escalada regional que sigue aumentando, con la irrupción de actores como Hezbolá, hutíes del Yemen o Irán.
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