Una vez más, los vándalos han oscurecido la manifestación pacífica de los sindicatos y han contribuido a ofrecer al mundo una imagen de caos que la izquierda atiza y que engorda las expectativas políticas de Marine Le Pen.
La discusión entre sindicatos y gobierno sigue bloqueada, como se comprobó en la reunión celebrada con la primera ministra el miércoles. Por eso, algunos esperaban que las manifestaciones del jueves reflejarían en la calle un aumento entre las filas de los convocados por las centrales sindicales. Pero, como viene sucediendo semana tras semana, las cifras de la protesta disminuyen y el número de huelguistas es apenas perceptible. En una palabra, Francia, salvo por unas horas de provocaciones organizadas contra las fuerzas policiales, vive una vida normal.
Las imágenes de la undécima jornada de protesta y huelgas contra la reforma de las pensiones han perseguido a Emmanuel Macron hasta Pekín, donde visitaba a su homólogo, Xi Jinping. Las fotos y vídeos mandan, y los incendios, los gases lacrimógenos, los ataques a la policía y la respuesta de los uniformados en París y otras ciudades ofrecen una imagen de Francia equívoca, pero que sirven, entre otras cosas, para rebajar las pretensiones de liderazgo internacional de su Presidente.
A miles de kilómetros de su país, Emmanuel Macron, respondía también al que se ha convertido en el "Lech Walesa" del sindicalismo francés (salvando las distancias), el moderado – hasta ahora – Laurent Berger, jefe de la Confederación Francesa Democrática de Trabajadores (CFDT), el sindicato mayoritario entre los ocho que forman la intersindical.
"Crisis democrática"
En la guerra verbal que cada parte debe alimentar cada día, Berger llegó a hablar no sólo de crisis social, sino de la "crisis democrática" que vive el país. Una escalada semántica que el presidente no podía aceptar sin hacer replicar a sus portavoces sobre la vía democrática que está siguiendo la ley que aumenta de 62 a 64 años la edad para tener derecho a la jubilación completa. Para el vocero oficial del gobierno, Olivier Veran, hablar de crisis democrática solo sirve para alimentar a los extremos.
Y nadie como Jean-Luc Melenchón para representar al extremo izquierdo del escenario político. El líder de "La Francia Insumisa" ha vuelto el jueves a aprovechar la protesta en la calle para sentenciar que Francia "vive el conflicto social más largo desde Mayo del 68" y, denunciar - una vez más - la "detestable violencia policial", horas antes del inicio de los enfrentamientos, por cierto.
Es el nuevo leit-motiv del caudillo francés, admirador de las dictaduras hispanoamericanas: los métodos violentos de los “black-blocs”, de las milicias de ultraizquierda o de los llamados “antifás” son ignorados por la extrema izquierda política, para quien la violencia en la calle no es nada comparada con la violencia social que aplica Emmanuel Macron y la violencia física que utilizan los policías que “matan”, como ha señalado en otras ocasiones. Melenchon se ha permitido este jueves comparar a Macron con Bolsonaro y Trump. La hipérbole es una especialidad de este político que espera presidir Francia tras estrellarse contra las urnas ya tres veces.
Lejos del “furor y el ruido, del tumulto y el estrépito” que Melenchón utiliza citando a Shakespeare, la jefa de la derecha dura, Marine Le Pen, habla lo menos posible y se forja una imagen de política de orden y respetuosa de las instituciones que le valió incluso el agradecimiento del ministro de Trabajo y defensor de la reforma de las pensiones, Olivier Dussopt, defendido por Le Pen en la Asamblea Nacional cuando fue insultado gravemente por diputados de “La Francia Insumisa”.
Le Pen trabaja su respetabilidad y se sube al podio
Marine Le Pen defiende rebajar la edad de la jubilación a los 60 años. En eso coincide con Melenchón, pero su discurso moderado y sin perder las formas con el presidente y la primera ministra le resguardan de una radicalidad que la izquierda prefiere monopolizar en defensa de la teoría del conflicto permanente y progresivo que hasta ahora solo le ha valido para convertirse en los “tontos útiles del gobierno, como algunos señalan, pues el fuego, el humo, los destrozos en el centro de las ciudades y la sangre de algunos policías y manifestantes violentos sirven para cubrir el fondo de la protesta sindical.
Marine Le Pen podría hacerse con la presidencia del país si las elecciones se celebraran hoy, según una encuesta del Instituto Ispsos. Pero hasta la cita con las urnas, en 2027, queda mucho tiempo. Cuatro años que Emmanuel Macron tiene todavía por delante para llevar adelante las reformas que prometió en su campaña electoral, y, entre ellas, la madre y el padre de todas ellas, la de la edad de la jubilación.
Macron tiene la ventaja de no poder presentarse a un tercer mandato. Eso le empuja a desafiar con más aplomo la protesta y evitar pasar a la Historia como muchos de sus predecesores, que prefirieron pasar la patata caliente a su sucesor.
Con la situación bloqueada, pues ni el gobierno ni los sindicatos quieren ceder, todos esperan la decisión del Consejo Constitucional, que el 14 de abril estudiará el texto de la reforma. Si los “nueve sabios” echan abajo la ley, ello supondría una sonora bofetada para el presidente Macron, pero menos dolorosa que ceder ante la calle, los sindicatos y la oposición política.
Si el Consejo Constitucional no encuentra motivos para censurar la reforma, la convocatoria de un referéndum sería el siguiente recurso de los opositores. Para ello deberían recoger casi cinco millones de firmas una serie de obstáculos de procedimiento que pocos observadores la ven viable.
Por eso, las organizaciones sindicales han decidido convocar una nueva jornada de protesta, presión y paros para el jueves 13, un día antes del veredicto del Consejo Constitucional.
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