Internacional

Macron, presidente contra la mayoría de los franceses

Una derecha fracturada y una izquierda fragmentada van a propiciar este domingo una repetición del duelo electoral de 2017 por la presidencia de Francia entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen

  • Emmanuel Macron

Una derecha fracturada y una izquierda fragmentada van a propiciar este domingo una repetición del duelo electoral de 2017 por la presidencia de Francia entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen. Solo el nivel de abstención y el porcentaje elevado de indecisos puede sorprender las predicciones de los sondeos. 

Seis de cada diez franceses preferirían que su futuro presidente no fuera Emmanuel Macron, según una encuesta de opinión celebrada a cuatro días de los comicios. Si el actual mandatario puede renovar su mandato con el apoyo de “solo” un cuarto del electorado es, simplemente, porque ese 66% de franceses que no le votará en la primera vuelta repartirá su adhesión entre cuatro partidos de derechas y siete opciones de izquierda, desoyendo los llamamientos al voto útil. El sistema electoral francés, mayoritario a dos vueltas, sanciona la división.

Los cinco años de mandato del político “de derechas y de izquierda”, como él se define, son considerados catastróficos para sus rivales de todo el escenario político, pero ninguno de ellos ha conseguido desbancarle del número uno en las encuestas celebradas desde hace un lustro.

Le Pen, centrada por Zemmour

Marine Le Pen, la candidata de Agrupación Nacional (RN en su acrónimo francés), tendrá una nueva oportunidad de enfrentarse a un rival que la aplastó en el debate final de hace cinco años. Para ella, en su tercer intento, el domingo significará clasificación para la final, o muerte política. Desde 2017, la hija del viejo caudillo Jean-Marie, al que expulsó de su partido, emprendió una campaña que pasaba - antes de por cuestiones ideológicas – por estudiar y prepararse sobre asuntos económicos y sociales que Macron, inspector de finanzas y exministro de Economía e Industria del gobierno socialista de François Hollande, domina con solvencia.

La aparición de Eric Zemmour como candidato y rival en el espacio del nacionalpopulismo, o extrema derecha, según se quiera, ha supuesto un desafío para Le Pen, a quien el discurso más radical del periodista y escritor descolocó en un primer momento. Si durante años se decía que Marine Le Pen decía lo que otros políticos pensaban si atreverse a decirlo, Zemmour ha escrito con un brutal récord de ventas y ha manifestado con un espectacular éxito de público, todo lo que Le Pen no osaba abordar. La ofensiva de la izquierda mediática e intelectual contra Zemmour ha sido tan exagerada que, diabolizándole, han desdemonizado a Le Pen. 

Zemmour aboga por una “inmigración cero”; Le Pen, por una selección de trabajadores inmigrantes según las necesidades. Zemmour considera que islam e islamismo son un mismo concepto, incompatible con la democracia; para Marine Le Pen, el islam es compatible con los valores de la República. Los dos coinciden en proponer la repatriación de inmigrantes ilegales y de trabajadores extranjeros después de seis meses de paro - según Zemmour- y de un año, para Le Pen. Los dos propugnan la expulsión de delincuentes y criminales foráneos. Pero la diferencia está en que Zemmour quiere un “Ministerio de la Reemigración”, mientras que Le Pen considera esta idea como injusta y antirrepublicana.

Zemmour, verdadero dinamizador y dinamitador de la campaña, aguantó en los sondeos hasta hacer temblar a su rival de la derecha dura, pero la verdadera diferencia entre los dos es el apoyo que Le Pen disfruta en las clases más desfavorecidas. El programa de Le Pen le ha convertido en la campeona del poder adquisitivo, el asunto prioritario de los franceses que, como todos los europeos, sufren las consecuencias de la subida de precios generalizada.

No es Ucrania, es la economía

Mientras los candidatos, y especialmente el presidente/candidato, estaban todavía centrados en Ucrania, La Pen prometía medidas económicas, como la reducción a un 5,5% del IVA a los combustibles y se hacía sensible a las inquietudes de los franceses menos favorecidos, oponiéndose a las sanciones contra el gas y el petróleo ruso. Para Eric Zemmour, Le Pen siempre ha sido “una candidata de izquierda”. El caladero electoral del jefe de “Reconquista” se extiende, según los politólogos, entre los sectores más liberales en lo económico y con un mayor grado de instrucción. La pasada cercanía de ambos con Vladímir Putin ha jugado más contra Zemmour, menos acostumbrado a torear políticamente ante los obstáculos imprevistos.

Situada entre los dos tanques de la derecha radical y el tuboaspirador de centroderecha de Macron, la representante de Los Republicanos (LR), Valerie Pecresse, se hundió, según los institutos de opinión (8,5%), por debajo de Le Pen (23,5%), Zemmour (9%) e, incluso, el mejor situado en la izquierda, Jean-Luc Melenchon (17%), líder de “Unidad Popular”

La gran esperanza de la derecha moderada representa un partido dividido entre los partidarios de unirse a Zemmour y las continuas deserciones hacia el campo de Macron. Intentando frenar la atracción de sus votantes hacia el primero, Pecresse endureció su discurso y su programa hasta hacerlo incompatible con los valores defendidos tradicionalmente en el partido de Nicolas Sarkozy que, en un ejemplo claro de rechazo, no le ha manifestado su apoyo público. La actual presidenta de la región Isla de Francia (París), ha demostrado una falta de confianza que se ha reflejado, también, en mítines desastrosos desde el punto de vista de la comunicación política.

Voto útil, izquierda inutil

Los llamamientos al voto útil han sido más desesperados en una izquierda, o quizá debería decirse unas izquierdas, en muchos casos radicalmente incompatibles entre ellas. Como Marine Le Pen, el veterano Jean-Luc Melenchon disputa su tercera y última oportunidad de llegar al Elíseo. Una aceleración final en las opiniones prelectorales le hace soñar con pasar a la segunda vuelta “por el hueco que cabe un ratón”, según la expresión francesa que él mismo utiliza. 

También como Le Pen, Melenchon pelea por los votos de los franceses de clases más bajas, pero su conversión a las “luchas interseccionales”, su adaptación al “wokismo”, una  islamofilia que roza el antisemitismo, sus simpatizantes imitadores del lema norteamericano “todos los policías son unos bastardos” – ACAB - (All cops are bastards) y su carácter violento en lo personal le alejan de ese antigua bolsa electoral de la izquierda histórica. El filósofo de izquierda y antimacronista confeso, Marcel Gauchet, lo expresa sintéticamente: “La hegemonía intelectual de la izquierda se ha vuelto contra ella y la ha matado políticamente. Alineándose con la izquierda cultural, la izquierda política ha perdido lo que le restaba de credibilidad gubernamental”.

La porosidad entre parte del electorado de extrema izquierda de Malenchon y del otro extremo, representado por Le Pen, es un punto de coincidencia en todos los estudios de sociología electoral. Buena parte de los votantes de “Unidad Popular” se muestran favorables a votar a Le Pen antes que a Macron si ese es el dilema el 24 de abril. Los dos candidatos son conscientes de ello y no se atacan directamente. Es más, Melenchon ha dado un paso y considera ahora que los partidarios de Marine Le Pen no son “fachos, mais fachés”, es decir, no son fachas, sino que están enfadados. 

Cataclismo socialista, renovación comunista

La candidata socialista, Anne Hidalgo, hace caso omiso al llamamiento de Melenchon por el voto útil. El aspirante de LFI, exmiembro del PSF y exministro socialista con Lionel Jospin, no ha reparado durante años en ataques e insultos a sus antiguos camaradas. Para la gaditana, llamar al voto útil es un lavado de cerebro. “Se vota por convicción”, dice, “y no por la extrema izquierda, sino por una izquierda republicana, social, socialdemócrata, laica y europea”.  

Anne Hidalgo se situaba en el último sondeo publicado y permitido en un 2,5 % de intención de voto. Si esa cifra se confirma, el PSF sellará el fin de su historia con esas siglas y la bancarrota, pues sólo si se alcanza un 5% se puede aspirar a la recuperación del gasto electoral. La actual alcaldesa de París, conocida por sus críticos capitalinos como “Notre Drame de Paris” y “Gengis Anne”, puede pasar a la historia como la sepulturera en jefe del socialismo francés. 

Si en la derecha Zemmour ha animado la campaña, en la izquierda ese papel lo ha asumido el candidato comunista, Fabien Roussel. El PCF ha rechazado este año integrarse bajo la bandera de Melenchon y presentar una alternativa que pasaba por la diferenciación con el caudillo bolivariano. Así, Roussel se presenta como pro-nuclear, pro-policía, partidario de comer carne y el vino francés, y del concurso de Miss Francia.

En su programa no aborda la escritura inclusiva, la “deconstrucción del hombre blanco heterosexual”, el indigenismo o la sustitución de la carne por una ensalada de quinoa. Para el jefe del PCF, no se debe dejar solo en manos de Marine Le Pen o de Eric Zemmour cuestiones como la inseguridad. La seguridad es un derecho, subraya, ante el desconcierto de los que siempre desenvainan la “justificación social” cuando se aborda el “ensalvajamiento” y el aumento espectacular de la delincuencia durante el mandato de Emmanuel Macron. Roussel tendrá difícil llegar al 5% según los sondeos (está en 3%), pero reposiciona a su partido ante las legislativas de junio y araña votos tanto a Melenchon, como al candidato de Europa Ecología Los Verdes (EELV) ,  Yannick Jadot, situado lejos de los puestos de cabeza (5%). 

Todos los aspirantes han reprochado a Emmanuel Macron haber rechazado el debate preelectoral. El actual presidente llegó a cancelar a última hora su participación en el programa estrella de la televisión pública donde se presentaban todos los candidatos, lo que estos interpretaron como una muestra de inquietud.

“McKinseygate”, el escándalo que afecta a Macron

Con la calificación a la segunda vuelta asegurada, Macron no quiso tener que responder a pocas horas del escrutinio sobre el escándalo que ha empañado los últimos días de su mandato, el llamado “McKinseygate”. Según un informe del Senado, elaborado tras informaciones del semanario “Le Canard Enchainé”, el gobierno de Macron ha pagado más de mil millones de euros en cinco años a la empresa de consultoría norteamericana McKinsey, que, además, no habría pagado ni un céntimo de impuestos en Francia. 

McKinsey y otras empresas similares habrían llenado sus arcas con consejos que bien podrían haber sido elaborados por los altos funcionarios del Estado de los que Francia presume, según la oposición. 

El presidente y candidato a su reelección prefiere que sus conciudadanos aborden la cita electoral con el buen sabor de boca de las cifras de las que presume. Un paro de 7.4%, “el más bajo en quince años”; 500 millones para contratos de aprendiz; ayudas económicas como el denominado “cheque-energía” de cien euros que beneficia a seis millones de consumidores; la “prima por inflación”, también de cien euros para los sueldos inferiores a 2000 euros al mes; 300 millones a las empresas subcontratistas de la industria del automóvil, bajada del impuesto de sociedades al 25%... 

Macron cifraba así en su minimalista campaña electoral las últimas medidas de urgencia. En su mandato, ha tenido que hacer frente a tres crisis: la social, con la revuelta de los chalecos amarillos; la sanitaria, provocada por el virus, y la diplomática, que le ha convertido en uno de los principales interlocutores en la escena internacional.

Gasto público y deuda desbocada

Las dos primeras las resolvió con una lluvia de millones. Apagar la ira de la protesta social, de “los deplorables”, de los ciudadanos despreciados por su exportavoz como “tipos que se pasan el día fumando y conduciendo coches diésel” se aplacó con 17.000 millones de euros. Ante la covid, el presidente reaccionó con el lema “cueste lo que cueste”, y se llega a final de mandato con los incendios apagados de momento, pero con la alarma al rojo de los” think tanks” liberales que definen el quinquenio de Emmanuel Macron como un periodo dominado por el gasto público. 

La deuda pública francesa alcanzó los dos billones 813.000 millones de euros en diciembre de 2021, es decir un 112,9% del PIB. En los cinco años de gestión macronista ha aumentado en 540 mil millones. Una losa que no será criticada por sus rivales, que hubieran hecho lo mismo en un país donde el gasto social no asusta, salvo – aparentemente - a Zemmour. Todos son conscientes del peligro del endeudamiento, pero callan.  Por ello, el último dirigente de la URSS, Mijail Gorbachov, bromeaba sobre Francia por considerarla “una república soviética que ha funcionado”.

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