Éxito deportivo, éxito de organización, éxito de imagen para la capital, los Juegos Olímpicos de París han creado entre los franceses una ola de fervor patriótico y de optimismo que el presidente Emmanuel Macron está dispuesto a capitalizar. El presidente quiere dilatar la tregua deportiva ante una “rentrée” política llena de obstáculos.
Los agoreros y aguafiestas guardan silencio en la resaca de un acontecimiento que ha superado los augurios más negativos tanto en coste, como en seguridad y, sobre todo, en lo deportivo. Hacía mucho tiempo que la Marsellesa era cantada incluso cuando los deportistas franceses no obtenían el oro. Más tiempo aún, que las fuerzas del orden no recibían el homenaje popular en el “aplaudiómetro” de la jornada de clausura. Hasta la extrema izquierda, alguno de cuyos representantes consideraba el deporte de “derechas”, por lo que de competitividad y esfuerzo implican, se congratulan de que París (y otras ciudades que han acogido pruebas) haya vuelto a ser una fiesta.
Francia puede ahora decir también que las infraestructuras dedicadas a los Juegos van a tener una continuidad con efecto social. La Villa Olímpica, por ejemplo, se va a transformar en un barrio residencial con apartamentos para 2.200 familias de bajos ingresos y casi 900 estudios para estudiantes. Todo ello en uno de los barrios más pobres del departamento de Isla de Francia, Saint Denis, junto a la capital. Piscinas, polideportivos, espacios verdes, oficinas y hoteles ocuparán las zonas dedicadas durante 19 días al deporte.
El presupuesto final, que oficialmente supera los 9.000 millones de euros, es corregido por algunas fuentes, como el IFRAP, think tank liberal, hasta los 11.000 millones, pero las obras iniciadas también en otros aspectos, como el saneamiento de las aguas del Sena, la mejora de los transportes, de la Justicia, con juicios rápidos e, incluso, la coordinación entre el milhojas de las fuerzas policiales y de servicios de Inteligencia, justificaría este desvío financiero sin quejas. En todo caso, el coste final queda por debajo del de los juegos de Tokio (12.000 millones), del de Río (16.000) o el de Pekín (32.000).
Habrá también un extra sin críticas, más bien al contrario, en el apartado dedicado a los medallistas, cifrado en un principio a 18,6 millones de euros, pero que las proezas de los deportistas franceses (64 medallas) han desbordado: 80.000 euros por medalla de oro; 40.000 por las de plata; 20.000 por las de bronce.
Pero las hazañas olímpicas dejan paso al juego menos deportivo de la política. Por ello, Macron quiere aprovechar el momento hasta dilatarlo con homenajes sucesivos a atletas y organizadores (Los Juegos Paralímpicos se celebran entre el 28 de agosto y el 8 de septiembre) hasta el máximo posible, sin obviar que este esfuerzo conjunto puede trasladarse a la práctica política.
En declaraciones al diario deportivo 'L’Équipe' este lunes, el presidente enfatiza que el único que ha perdido ha sido “el espíritu de derrota”, un concepto que él había ya utilizado tras la disolución de la Asamblea y las elecciones legislativas que le han hecho perder 67 diputados y ha convertido al legislativo en una Cámara sin mayoría para gobernar.
En el mismo diario, Macron ensalza la colaboración entre su gobierno, la alcaldesa socialista de París, Anne Hidalgo, y la presidenta de la región parisina, Valérie Pécresse, de la derecha, ex “Los Republicanos”, hoy “Derecha Republicana”, para el buen desarrollo de los Juegos. Los tres fueron candidatos a la presidencia en 2022. Con ello lanzaba un mensaje claro: obtener una colaboración entre esas fuerzas, entre otras, para formar un gobierno de unidad nacional, una difícil mayoría parlamentaria para evitar el bloqueo legislativo.
Llevar a la política el éxito deportivo
Desde su lugar de vacaciones en el castillo de Bregançon, en la Costa Azul, el jefe del Estado ha continuado sus contactos para nombrar un primer ministro que sea aceptado por esa heteróclita mayoría soñada por él. Soñada, porque la realidad representa más bien una pesadilla política. La coalición izquierdista, mayoría mayoritaria en la Asamblea, reunida en el “Nuevo Frente Popular” (La Francia Insumisa, de Jean-Luc Melenchón, el Partido Socialista, el Comunista y Europa Ecología, Los Verdes) insiste en exigir el nombramiento de su candidata, Lucie Castets, como jefa de gobierno. Macron ni se lo plantea.
El deseo del presidente es encontrar una persona de consenso entre socialdemócratas no encuadrados en el PS, centristas, y la derecha tradicional. Los nombres de Bernard Cazeneuve, exministro socialista en el gobierno de François Hollande, y de Xavier Bertrand, uno de los barones de la derecha tradicional y exministro con el presidente Nicolas Sarkozy, son los más mencionados, pero Macron podría sorprender con otra figura alejada de los aparatos políticos. En todo caso, como dicen los franceses, se trataría de encontrar al “cordero con cinco patas” que debería negociar un plan de gobierno consensuado entre esas fuerzas políticas alejadas de los dos extremos del arco parlamentario.
La solución deberá ser encontrada en septiembre, cuando deben ser aprobados los nuevos Presupuestos. Un récord que el presidente Macron quiere batir en la estela de sus compatriotas deportistas laureados y aplaudidos por todos los franceses.
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