La complicada y triste historia del pueblo palestino en los dos últimos siglos está íntimamente ligada al fenómeno de la migración. Hablamos de una población de unos 14 millones de personas, de las cuales, según un informe del Centro Árabe de Washington DC, tan solo la mitad vive en el territorio de la Palestina histórica (3,2 millones en Cisjordania; 2,1 millones en la Franja de Gaza y 1,7 millones en el actual territorio del Estado de Israel).
Así, gran parte de la diáspora se encuentra repartida entre Líbano, Jordania y Siria (en torno a 3,5 millones de personas, la mayoría de ellas viviendo en campos de refugiados) y los países del Golfo, mientras que el resto –unas 750.000 personas– viven repartidas entre Europa (notablemente Reino Unido y Alemania), Estados Unidos y América Latina (sobre todo Chile, que alberga una población de unos 500.000 ciudadanos de origen palestino).
Pese a que la migración siempre conlleve un determinado componente de decisión personal, no son menos relevantes las condiciones estructurales imperantes en cada contexto a la hora de establecer tanto el tipo de movilidad como el destino de la misma. Esto último se hace aún más evidente en el caso palestino, pues las grandes oleadas migratorias experimentadas por su pueblo han venido siempre aceleradas por los graves acontecimientos que se han producido en la región de Oriente Próximo.
El punto de inflexión en esta historia es sin duda la Nakba –catástrofe en árabe– fechada el 15 de mayo de 1948, día en el que el movimiento sionista declaró la creación del Estado de Israel.
Hasta el inicio de la colonización sionista de la región, la emigración palestina se había producido por razones principalmente económicas, si bien la influencia de los dos imperios que controlaron su territorio en el siglo XIX y comienzos del XX, es decir, los imperios otomano y británico, también fue relevante al desposeer y reprimir a una población que, en parte, optó por la migración como respuesta. El inicio de la presencia palestina en los países árabes y, sobre todo, en América Latina data de entonces.
Desplazamiento y migración forzosa tras la catástrofe
Tras la Nakba, no obstante, las circunstancias cambiaron, adoptando la movilidad de los palestinos un inequívoco carácter de migración forzada. Según UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Próximo, estos refugiados en Oriente Medio ascienden a casi seis millones de personas y es la situación de refugio más prolongada de la historia: 75 años.
Para hacernos una idea de la magnitud del fenómeno, dos tercios de la población gazatí está constituida por refugiados antes residentes en el territorio bajo actual dominio israelí.
La puesta en marcha del Estado sionista a mediados del siglo pasado dividió a familias, cercó comunidades en pequeños bantustanes (o guetos) y expulsó a numerosos habitantes de sus lugares de residencia. Por su parte, quienes se quedaron en el territorio colonizado por Israel también fueron objeto de represión y hostigamiento racial lo que, a la larga, hizo que muchos acabasen emigrando en busca de unas mejores condiciones.
En cualquier caso, la configuración demográfica actual deriva sobre todo del avance de Israel en el control regional impulsado por las conquistas producidas a raíz de la Guerra de los seis días (1967), que terminaron por concentrar a la población residente en el actual territorio palestino conformado por el minúsculo espacio de la Franja de Gaza, uno de los más densamente poblados del mundo, y la atomizada Cisjordania.
Quienes huyeron al Líbano, Siria o Jordania viven en condiciones extremadamente precarias al residir, en su mayoría, en campamentos de refugiados gestionados por UNRWA y sin posibilidades de trabajar y rehacer sus vidas en unos Estados que se niegan a absorber una población que no consideran suya.
El caso de Cisjordania
La excepción la constituye Jordania, que al controlar Cisjordania hasta 1967 otorgó la nacionalidad a quienes residían entonces en la región. Actualmente algunos de ellos pueden residir en el Estado vecino en similares condiciones a los ciudadanos del país.
En la actualidad, los datos referentes a la emigración palestina son poco fiables, pues las fronteras están completamente controladas por Israel, pero el Palestinian Central Bureau of Statistics calculó en 2010 que emprendían la migración unas 6.570 personas cada año.
El dato en sí no parece muy elevado, pero hay que tener en cuenta que la Franja de Gaza está completamente sellada y las opciones de huida desde otros puntos suelen limitarse a integrar campos de refugiados absolutamente masificados y precarios. Así, quienes principalmente emigran son aquellos que disponen de estudios y un estatus socioeconómico más alto, lo que al final genera un efecto brain drain que reduce las posibilidades de desarrollo del territorio.
Hacer pronósticos en materia migratoria no solo es un ejercicio arriesgado, sino fútil, pues las prospectivas tienden a no cumplirse. No obstante, es de prever que, ante la actual crisis, en caso de que Egipto decida abrir el paso de Rafah, única vía de escape posible para la población de Gaza, muy probablemente se producirá un importante éxodo hacia ese Estado.
Si, lamentablemente, el conflicto escala y se extiende por la región, sin duda habrá nuevos desplazamientos, pero es pronto para especular sobre ello. En cualquier caso, es posible afirmar sin miedo a equivocarse que, mientras el conflicto no encuentre una solución duradera e Israel siga ejerciendo un férreo, discriminatorio y cruel control colonial sobre Palestina, el éxodo de su población seguirá siendo una constante histórica.
Yoan Molinero Gerbeau, Investigador en Migraciones Internacionales, Universidad Pontificia Comillas.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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