Internacional

Réquiem eterno por el socialismo italiano: maletines, Marx y la bandera arcoíris

Craxi inventó hace 40 años el socialismo moderno, sepultado con el escándalo de Manos Limpias y el ascenso de Berlusconi. Desde entonces, son infinitos los intentos fallidos por recuperar su identidad

El semanario italiano L’Espresso recogía hace unas semana entrevistas con los candidatos a sustituir a Enrico Letta como secretario del Partido Democrático, que afronta en febrero elecciones primarias. Aunque el favorito en los sondeos es Stefano Bonaccini, presidente de la región Emilia-Romaña, no hay que menospreciar la importante irrupción que está teniendo Elly Schlein, una jovencísima suiza de madre italiana y padre americano.

Si Bonaccini detuvo hace años (con ayuda de las efímeras Sardinas y su rival actual por el trono PD) las embestidas de La Lega en tierra roja, la propia Schlein ha conseguido sobrevivir a las terribles corrientes gravitacionales de la izquierda con determinación y un programa con tres puntos cardinales: trabajo, desigualdad y clima. El día que se presentó como candidata, en Roma, un amplio número de seguidores comenzaron a cantar espontáneamente el Bella Ciao, símbolo de los partisanos y la resistencia italiana durante la II Guerra Mundial. Precisamente ahí radica la crisis de identidad de un partido que no sabe muy bien quién es, pero sobre todo quién quiere ser.

El PD lleva un periodo amplio de debilidad, sin liderazgo claro. Es cierto que tiene connotaciones reformistas y progresistas, que forma parte del Partido Socialista Europeo, pero no tiene tradición socialista. Cuando Craxi fue nombrado Premier en 1983, quienes hoy están en el PD entonces formaban parte de los comunistas (PC) y la Democracia Cristiana”, afirma el periodista Lorenzo Pregliasco, director de la agencia de comunicación política Quorum.

Precisamente de esos dos potentes partidos, líderes durante toda la Primera República italiana (1946-1994), quiso desmarcarse Bettino Craxi, inicialmente atraído por el comunismo reinante en Sesto San Giovanni, la Stalingrado de Italia entonces. Como secretario del PS estuvo casi veinte años (1976-1993), cuatro de ellos (1983-87) como presidente a Palazzo Chigi. Fue precisamente con la Primavera de Praga cuando se separó ideológicamente de Rusia para inventarse un socialismo moderno que rompió varias cadenas: no era antijudío y a su vez tenía buenas relaciones con Arafat y el mundo islámico. Además, tomó distancia de Enrico Berlinguer y criticó duramente al Gobierno durante la gestión del secuestro de Aldo Moro, finalmente asesinado por las Brigadas Rojas. Decidió renovar los Pactos Lateranenses rompiendo el dogma religioso y moralista mussoliniano. En definitiva, dio a luz una idea política moderna nutrida por un país boyante (según The Economist en los ochenta era la quinta economía del mundo) con su famoso eslogan Milano da bere, algo así como el Madrid de la movida. La moda y los coches, que se llevaron por delante la abstinencia comunista, hicieron el resto. Italia, incluso, ganó el Mundial en el 82, y en las gradas del Bernabéu brincaba de júbilo Sandro Pertini, un ex partisano convertido en Presidente de la República. Es a día de hoy el primer y único miembro del PSI en comandar el belpaese desde el Quirinal. Esa colina tan ansiada por todos.

El primer socialismo nace en 1892

Para comprender el éxito y la caída a los infiernos de Craxi y entender los intentos fallidos por reorganizar el partido, hay que echar la vista atrás. Más de un siglo, incluso. “Nació en el ámbito de la Segunda Internacional Socialista, con personajes importantes como Filippo Turati y Anna Kuliscioff. Era una Italia recién unificada, con muchas contradicciones sociales, especialmente entre el norte y sur”, recuerda Paolo De Nardis, presidente del Instituto de Estudios Políticos Pío V. Con sede en Roma, en la prestigiosa Piazza Navona, este sociólogo argumenta su inicio ligado siempre a un hilo rojo, que tuvo tres secuencias temporales perfectamente identificables. “La primera fue del nacimiento a la llegada del Fascismo en el 22. Después vino la clandestinidad y la resistencia para terminar con la I República. Dio a luz como único partido de la izquierda, el problema es que después surgieron dos costillas: la Comunista, inspirada en la Revolución Bolchevique, y la Fascista, que vía en Mussolini un punto de referencia”. El embrión, lejos de la placenta, era menos poético y más prosaico.

Así se explica la amplitud de un partido ambiguo con innumerables tentáculos. “Hay que recordar que nosotros combatimos el nazi-fascismo. Nuestros partisanos eran comunistas, pero también socialistas. Tras la guerra, con las elecciones del 48, el PC le arrebató el liderazgo de la izquierda al PS. Es curioso, porque los socialistas ya no se alistaron a la Tercera Internacional de Stalin, pero siguieron detrás de los comunistas”. Esta enorme complejidad provocó en el 49 una escisión en el PS: por un lado, los socialistas de Pietro Nenni, que miraban la política del Frente Popular de Palmiro Togliatti. Y luego estaba la parte filo-americana, capitaneada por Giuseppe Saragat, quien formó el Partido Socialista Democrático, abierto a EE.UU. “Nuestro Partido Socialista fue inicialmente la matriz de toda la izquierda italiana, pero a diferencia de otros países como España, nuestro comunismo eclipsó al socialismo y no al contrario. De hecho, se convirtió en el más potente de toda Europa”.

Tres fenómenos modernos confirman la defunción de una idea secular: en Italia el 40% de la población ya no acude a las urnas, el PD ha sido en muchas ocasiones el partido más votado en Parioli (barrio burgués de Roma) y varios socialdemócratas se han visto envueltos en el escándalo de corrupción de Bruselas, denominado Qatargate"

Paolo De Nardis, mente lúcida, se detiene en los sesenta para desgranarlos, hacerles la autopsia. Es cuando se experimentan gobiernos de centro izquierda, con los socialistas que forman parte de las mayorías de gobierno (junto a la DC, Republicanos y Socialdemócratas) dejando dos tipos de oposición. “A la izquierda los comunistas y a la derecha Monárquicos y Neofascistas”. Diseccionado con bisturí, sería algo así como si en los albores los socialistas se mostraran como alternativa gubernamental a los comunistas y ahora, en los cincuenta, sesenta y setenta, lo fuera a los democristianos, que lideraron Italia con Alcide De Gasperi, Fanfani, Aldo Moro, Cossiga y Andreotti, probablemente las figuras más mediáticas. “En medio de todo eso, en los 60, surge una generación de jóvenes -liderados por Craxi- con la necesidad de arrebatar el alma de la izquierda a los comunistas. De hecho, en el semanario L’Espresso del 76, él admite carecer de inspiración marxista. Mirando a Pierre-Joseph Proudhon (teórico anárquico francés del XIX), moderniza el socialismo coqueteando con los liberales. Lo convierte en algo autónomo, con identidad. Es más, quita la hoz y el martillo del escudo, y el sol naciente”, sintetiza.

Manos Limpias e intentos fallidos

La presidencia de Craxi en 1983 supone el primer Gobierno laico de las últimas décadas. A partir de ahí, sin embargo, nada será como antes. “Gobierna con los democristianos. Se forma el famoso pentapartido. El mítico CAF: Craxi, Andreotti, Forlani. Dos democristianos y un socialista, y con ellos republicanos y liberales, que entran dentro de esta receta de gazpacho pragmático”, apunta. Estratagema, conseguida mediante la argucia del pacto y los compromisos, que resultará envenenada.

Así se llega al escándalo Tangentopoli, la financiación ilegal de partidos políticos que se llevó por delante el sistema en 1992, lo que posibilitó el ascenso de un publicista de cierto renombre que venía de ganar Copas de Europa como presidente del Milán: Silvio Berlusconi. “Era un conjunto de partidos potente que garantizaba territorialidad y participación. Estaban financiados por multinacionales. Era un sistema, y en él no cabía el comunismo, abastecido de rublos provenientes de Rusia“.

El destino ya estaba escrito. Con la Unión Soviética pidiendo a espuertas no morir tras la caída del Muro, Bettino Craxi se fugó a Hammamet (Túnez) tras caer un conglomerado podrido que trajo múltiples suicidios y un linchamiento generalizado de la prensa, especialmente el diario Repubblica con su director Eugenio Scalfari, hacia la figura del ya entonces exlíder socialista, quien murió exiliado en África en el año 2000. Su funeral se celebró en una iglesia católica del país africano, ya que Italia le cerró las puertas al tratarse de un desertor. El país, desde entonces, dejó de tener partidos políticos con ideales grabados a fuego. Lo de hoy son sucedáneos.

El resto, incluso hasta las elecciones primarias del próximo mes de febrero, es papel mojado donde no tiene cabida la nomenclatura, el sello de partido, la idea, la profundidad del mensaje que otrora tenía el socialismo italiano, por citar el partido decano de la Bota. “Berlusconi, en su primer gobierno, dijo que estaba con Craxi -su socialismo, según los parámetros del Novecento, no era de izquierda- y en contra del comunismo. De hecho, en la enésima escisión, las cenizas socialistas fueron a Forza Italia. Renato Brunetta fue el gran ejemplo. Luego hubo intentos estériles de reconstruirlo. No fue el Ulivo (1995-2007), un alegato para rearmar el frente progresista con Romano Prodi y Massimo D’Alema a la cabeza”, rememora con una cierta resignación. Una más al rescatar un partido -con dentro católicos, socialdemócratas y liberales- que le arrebató al Cavaliere en alguna ocasión Palazzo Chigi. “En España, Francia y Alemania se seguirá hablando de socialismo. Aquí no. Con la fundación del PD, en 2007, desaparece incluso la palabra izquierda. Sí, con los Renzi, Walter Veltroni, Bersani, Paolo Gentiloni o Enrico Letta. Han exorcizado la palabra socialismo, porque piensan que decirlo es obsoleto y además supone el riesgo de perder un electorado moderado. Es su praxis”, espeta.

Tres fenómenos modernos confirman la defunción de una idea secular: en Italia el 40% de la población ya no acude a las urnas, el PD ha sido en muchas ocasiones el partido más votado en Parioli (barrio burgués de Roma) y varios socialdemócratas se han visto envueltos en el escándalo de corrupción de Bruselas, denominado Qatargate. Es el enésimo epitafio, el último réquiem -eterno ya- por un partido que ya no sabe qué hacer para nacer. Si volver la vista a Marx o agrandar la bandera arcoíris.

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